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La universidad de UCLA concedió un doctorado a Castaneda, otorgando respaldo académico a sus ideas. 
La universidad de UCLA concedió un doctorado a Castaneda, otorgando respaldo académico a sus ideas. 

Un impostor “honoris causa”: La vida secreta de Carlos Castaneda

¿Qué responsabilidad tiene la universidad de UCLA en los suicidios y crímenes ocurridos tras la muerte del gurú que se inventó su vida?

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Los brujos no mueren, se queman por dentro. Eso aseguraba Don Juan, el personaje de ficción que creó Castaneda en uno de los mayores bestsellers de todos los tiempos sobre las enseñanzas recibidas de un antiguo linaje de brujos yaqui.

Cuando falleció a causa de un cáncer en 1998 y la verdad salió a la luz, muchos de sus adeptos, que habían gastado fortunas en sus cursos de “tensegridad” -una especie de arte marcial o “pases de energía”- y seguido la vía del guerrero, se negaron a creerlo: 

“El Nahual es un brujo”, dijeron. “El que ha muerto es su doble”. 

Pero esa es solo una de las mentiras de uno de los mesías más infames de la contracultura, que inspiró a músicos como Jim Morrison, John Lennon o cineastas como George Lucas, y  a quien el investigador español Manuel Carballal, autor del libro 'La vida secreta de Carlos Castaneda”, compara con Charles Manson. 

“Ambos crearon su secta en la California de los años 60’; se llamaban Carlos, eran bajos y tenían un aspecto similar. La diferencia estriba en que Castaneda consiguió algo más increíble que inducir a sus devotos al asesinato, que llegasen a suicidarse”, asegura  a The Objective el escritor, que dedicó casi una década a investigar la telaraña de mentiras e invenciones que fue la vida de Castaneda.

Un salto al vacío

En uno de sus últimos libros, “La otra realidad”, Don Juan Matus le confía al antropólogo que el último paso para convertirse en brujo es dar “un salto al vacío” para acceder a una realidad superior. La joven Janine Emery, que había leído con pasión las obras del Último Nahual, decidió darlo y se lanzó desde un puente. 

También hubo asesinatos: un hombre mató a su cuñado convencido de que estaba vampirizándole la energía y en la sentencia judicial las obras de Castaneda figuran como inducción al crimen. 

El gurú, que en vida obligó a sus seguidores a romper los lazos con sus familiares, mantenerse célibes y rechazar la maternidad -se sacaba de la manga prácticas interesadas, como los coitos rituales-, solía humillarlos en sus seminarios como forma de destruir el ego. Eso sí, cuanto decía y hacía lo ponía en boca de Don Juan.

“Lo bueno de las tradiciones esotéricas es que si arrancas un versículo de su contexto puedes afirmar cualquier cosa. Cuando Castaneda decía ‘Don Juan dijo…’, tenía el mismo peso que si lo hiciera un sacerdote con Jesús”, señala Carballal. 

Cartas desesperadas llegaban a Cleargreen, la empresa que a día de hoy aún dirige una de sus brujas, Carol Tigg, y que imparte seminarios y cursos a precio de oro. El resto de sus colaboradoras más estrechas desaparecieron tras la muerte del gurú.

Como Patricia Lee Partin, “la exploradora azul”, hija espiritual de Castaneda y cuyo cadáver fue encontrado en el desierto de California, devorado por los coyotes; o Florinda Donner, de quien su hermano asegura que se suicidó “por el peso de la culpa”. 

El silencio de UCLA y una de espías

Cuando Carlos César Arana Castañeda, natural de Cajamarca, en Perú, llegó a San Francisco lo hizo como muchos inmigrantes para buscarse la vida. Trabajó de taxista y vendedor de libros y sus amigos lo conocían como “el brujo” por su fascinación por el ocultismo.

“Dejó atrás a una mujer y una hija, Charito, a la que nunca reconoció y que fue el motivo real de que decidiese borrar su pasado. Y de paso, obligó a sus futuros adeptos a hacer lo mismo”, cuenta el investigador. 

Durante unos de los primeros cursos de Antropología en UCLA, carrera que escogió porque un profesor le dijo que nadie querría que le atendiera un psicólogo inmigrante, presentó un trabajo para una asignatura que consistía en entrevistar a un indígena “verdadero”.

Ese fue Don Juan Matus, o mejor dicho, un personaje creado a partir de los chamanes que, según Carballal, debió haber conocido durante su juventud en Cajamarca. 

Lo asombroso del caso es que sin haber presentado ninguna grabación ni notas de campo, el profesor quedó tan asombrado por su talento literario que le animó a ampliar el trabajo y convertirlo en un libro que sería publicado por la universidad. 

“Eran mediados de los 60’, Timothy Leary había protagonizado un escándalo al repartir LSD entre los estudiantes universitarios para alcanzar estados alterados de conciencia y Reagan, entonces gobernador de California, prohibió su consumo. Y de repente, llega Castaneda y les dice a los jóvenes que hay un atajo para alcanzar lo mismo”, explica.

Un cazatalentos de Simon&Schuster descubrió “Las enseñanzas de Don Juan” y  el imperio editorial compró los derechos. Y, de repente, Estados Unidos se rindió al antropólogo peruano que podría haber sido el Tolkien de su época si hubiera admitido que sus aventuras con el indio yaqui que conoció en una estación de autobuses eran pura ficción.

“El error que cometieron quienes investigaban el pasado de Castaneda fue pensar que se inspiraba en obras anteriores, pero basó gran parte de sus ideas, como ‘el arte del acecho’, en el cine bélico y de espionaje. Por eso incluso se corrió el rumor de que trabajó para la CIA”, cuenta Carballal.

Podría haber sido un gurú más de tantos que pueblan la historia de Estados Unidos, pero si llegó a tener fama mundial fue gracias a que sus estrambóticas teorías contaron con el respaldo académico. La universidad de UCLA le concedió el doctorado honoris causa tras la publicación de “Viaje a Itxlan” y él obtuvo lo que siempre deseó: “respeto” y “credibilidad”.

¿Fue por este motivo que miles de hombres y mujeres cultos y con carrera universitaria cayeron bajo su embrujo y creyeron que convirtiéndose en guerreros se salvarían de ser devorados por el águila? 

A día de hoy, UCLA sigue guardando silencio.

 

 

 

 

 

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