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En "Nothing but a Circus", el consultor Daniel Levin cuenta sus aventuras con los hombres más ricos y poderosos del mundo, y llega a una conclusión: solo miran para ellos. 

Políticos y poderosos: esos grandes tomadores de pelo

Crítica de libro: "Nothing but a Circus: Misadventures Among the Powerful", de Daniel Levin

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El lobby de un hotel de lujo en Dubai, una cena por todo lo alto en Pekín bañada en carísimo vino francés, un desayuno con un mafioso ruso en la terraza de un hotel en la Côte d’Azur…  En Nothing but a Circus: Misadventures Among the Powerful, el abogado suizo-estadounidense Daniel Levin recopila una serie de historias reales vividas a lo largo de su trayectoria profesional como consultor que le llevaron a codearse con las más altas esferas de la élite política y económica internacional -y a darse cuenta de que la corrupción y la ineficiencia están a la orden del día en cualquier rincón del mundo.

Hijo de un diplomático influyente, Levin pasó su infancia y juventud entre África y Oriente Medio, lo que le permitió desarrollar un interés especial por los países en desarrollo. Al terminar la carrera de Derecho en Harvard, Levin se incorporó en el bufete de abogados de un amigo suyo en Manhattan. Para su sorpresa, su amigo y jefe resultó ser un hombre adicto al trabajo y enfermizamente ambicioso, capaz de mantener una reunión con un cliente cuando su mujer agoniza en el hospital.

La experiencia en el bufete de abogados de Nueva York ocupa el primer capítulo del libro, en el que el autor ya revela el tono tragicómico de lo que vendrá después. Daniel Levin se da cuenta de que no quiere acabar como su jefe – muriendo viejo y solo – así que decide abandonar el bufete  para montar su propia consultoría, especializada en asesorar a gobiernos de países en desarrollo a cómo implementar estrategias de crecimiento.

Lo que no imaginaba Daniel Levin es que a lo largo de su trayectoria profesional iba a toparse con tantos políticos y magnates corruptos, tanto en África como en el primer mundo. Su trabajo como consultor le lleva a participar en distintos proyectos de desarrollo y a reunirse con políticos africanos mafiosos, funcionarios gandules de la ONU y hasta estafadores europeos que pretenden ser amigos personales del Sheikh Mohammed, el hombre más poderoso de Dubai.

A pesar de su pomposidad de payaso, Melvin Collodi irradiaba cierto carisma, de intensidad perversamente cautivadora”, explica, describiendo su primer encuentro en un hotel de lujo de Washington con el estafador que le convencería para ir a Dubai.  “Melvin se comió primero el bagel, después el queso fresco, chupándolo directamente del cuchillo. Había algo obsesivo y frenético en su forma de comer, algo extraordinariamente nauseabundo”, añade.

Todos los proyectos en los que participa fracasan, pero el autor o se entretiene haciendo autocrítica. La finalidad única y exclusiva de su libro es criticar a todos aquellos con los que tuvo ocasión de trabajar. “En Washington está todo tan cómicamente inflado que las palabras pierden todo su significado y tienen que ser descontadas hasta cero,”escribe,al salir de una reunión sobre China con un congresista americano y sus dos jóvenes asistentes. El autor denuncia que el asistente no tiene ni idea de China, más allá de lo que ha leído en los periódicos.

En un tono irónico que roza lo pedante, Daniel Levin va explicando la frustración que siente tras cada reunión. Todos le toman el pelo. Incluso un consejero personal de  Vladmir Putin que le invita a desayunar en el sur de Francia,  haciéndose pasar por un opositor al presidente ruso.  La conclusión es siempre la misma: los poderosos- en Rusia o en Washington – solo miran para ellos.

Aunque Daniel Levin parece pecar de ingenuo, hace un esfuerzo por desmontar algunos tópicos y prejuicios que imperan en el mundo occidental. No soporta la arrogancia de los americanos y europeos que critican a China o a los árabes por motivos infundados. “No te fíes de los árabes, no creas ni una palabra de lo que te dicen. No hay honor en sus palabras. Son todos unos mentirosos”, dice uno de los personajes europeos que aparecen en el libro.

Los funcionarios de la ONU también son ridiculizados, En una escena, Daniel es invitado a una reunión de trabajo sobre África. Un equipo de técnicos le quiere convencer de que la mejor manera de desarrollar el continente africano es vía los microcréditos. Él no está de acuerdo y se mofa de los técnicos cuando le explican que llevan cinco años trabajando en un plan de microcréditos sin haber testado ni verificado su viabilidad. “Me había encontrado antes con mucha tontería e ineficiencia en la ONU, pero nunca a este nivel.”

En otra ocasión, el autor acude a una cena en casa de un embajador de Nueva York y  se encuentra con un viejo amigo, un embajador europeo, que se jacta de las tres semanas que su mujer y él acaban de pasar en un resort de lujo en el sur del Pacífico, donde se celebraba una conferencia de la ONU sobre el futuro de las islas. Cuando el autor le preguntó qué hacía ahí si su país no tiene mar, el embajador se marchó sin responder, humillado.

En otra ocasión, el autor es invitado a cenar con un magnate chino en Pekín que le pide ayuda para concertar una entrevista con un ministro de Kenia. El empresario chino presume ser un entendido en vinos franceses e insiste en acompañar la comida con un Chateau Petrus del 82.  “Era vinagre. Esa botella de vino llevaba picada hace muchos años. Vinagre puro. Igual hubiera servido bien para aliñar la ensalada, pero no para beber, ” escribe Levin. La cena con vinagre era una profecía de todo lo que ocurriría después.