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El “Extraño Fruto” de Billie Holiday, la historia tras el himno de BLM

El 7 de agosto de 1930 dos hombres negros fueron linchados en Marion en un espectáculo público de odio racista.  Sus cuerpos se columpian desde la rama…

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La música les iba trepando desde los talones como el calambre de la verdad. Barney Josephson, el dueño del Café Society, había pedido a los camareros que dejasen de servir copas y en la sala en penumbra un único foco proyectaba una luz extraña sobre la negra cabellera de la cantante, con su magnolia engarzada en el pelo, mientras los cuerpos de los dos hombres se columpiaban desde la rama fantasmagórica de una canción. 

Cuando Billie Holiday interpretó por primera vez Strange Fruit el café ya estaba al punto del cierre. Era marzo de 1939, una noche fría. Los puchos de los cigarros destellaban como antorchas, pero el aliento estaba congelado, incluso el humo, cuando ella empezó a cantar: 

“De los árboles del sur cuelga un fruto extraño. / Sangre en las hojas y sangre en la raíz. Cuerpos negros que se balancean en la brisa del sur”.

Escrita en 1938 por Abel Meeropol, un profesor de secundaria judío, Strange fruit era la historia de una instantánea: la del  linchamiento de Thomas Shipp y Abram Smith, dos hombres afroamericanos de Marion, un 7 de agosto de 1930. 

Habían sido arrestados por el supuesto asesinato de un obrero blanco y la violación de su novia; la multitud entró en la cárcel para rendir cuentas con ellos, los golpearon y los colgaron de un árbol para impartir justicia. El fotógrafo Lawrence Beitler tomó una foto de los dos hombres colgados rodeados del gentío, en cuestión de días se habían vendido miles de copias.

La canción, que nueve años más tarde interpretaría Billie y que acabaría siendo la banda sonora de las protestas de Black Lives Matter, le granjeó innumerables problemas a la artista, no porque atacase directamente a los supremacistas blancos sino porque estaba llena de verdad y sufrimiento, y consiguió inocular en quien la escuchaba el horror de esas muertes: la ira y los gritos de la gente, los pies de los hombres colgando, el bamboleo de sus cuerpos mecidos por la brisa del sur, el olor de la sangre mezclada con el perfume de las magnolias. 

“Aquí está la fruta para que la recojan los cuervos, / (...) para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen ir. / Esta es una cosecha extraña y amarga".

“Esta es la barbacoa de anoche”

Todo empezó con Francis McIntosh. De hecho, no. Comenzó cuando un granjero de Virginia atrapó a un ladrón en su plantación, lo encarceló, lo juzgó él mismo y lo ahorcó en un árbol de su casa a finales del siglo XVIII. Medio siglo después, los linchamientos a negros -aunque también hubo de mestizos, mexicanos, nativos americanos, judíos y algunos blancos progresistas- estaban perfectamente legitimados como una expresión cultural de Estados Unidos. A McIntosh lo sacaron de su celda en San Luis, Misuri, lo ataron a un árbol a las afueras de la ciudad y lo quemaron vivo; A Mary Turner, embarazada de ocho meses, la colgaron boca abajo de un árbol, la embadurnaron en gasolina, le extrajeron el hijo que llevaba en el vientre y la tirotearon mientras ardía. 

Unos 4.400 negros fueron linchados hasta bien entrados los años 50’, según la Iniciativa para una Justicia Igualitaria (EJI). Sus muertes eran objeto de gran celebración; se vendían postales, se fletaban autobuses en donde turbas de familias supremacistas acudían para ver el espectáculo con sus picnics a cuestas. 

Billie Holiday no era ajena al horror. Había sufrido en sus carnes el racismo imperante de la época y sabía que ese ‘extraño fruto’ le costaría caro, pero la garganta no se le secó. Muchos promotores quisieron vetar la canción de su repertorio de jazz; incluso su propia madre vivía angustiada por la popularidad de Strange fruit y las consecuencias terribles que podía tener para su hija. 

“¿Por qué te haces notar de esa manera?”, le preguntó su madre.

“Porque puedes mejorar las cosas”, dijo Billie.

“Pero te matarán”.

“Sí, pero podré sentirlo. En mi tumba lo sabré”. 

En 1944 un militar la llamó la ‘N’ Word tras oírla cantar la canción. La artista agarró una botella de cerveza, la rompió sobre la mesa y se lanzó a callarle la boca con los vidrios rotos, tal cual lo cuenta Dorian Lynskey en 33 Revolutions per minute: A History of Protest Songs. 

También estuvo prisión: 

"Cantar esa canción no me ayudó en absoluto", se lamentó Holiday en una entrevista en 1947. "La canté en el Earle Theatre hasta que me hicieron parar”.

Un día más tarde de ese concierto, el departamento de narcóticos del FBI arrestó a la cantante con cargos que la llevaron a estar un año de prisión. ¿Casualidad?

Con los años, Strange Fruit fue apareciendo cada vez menos en sus repertorios y cuando Holiday murió, en 1959, aún seguían apareciendo montones de cadáveres como si fueran frutos extraños, “cuerpos negros que se balancean en la brisa del sur”.

Más de medio siglo después, Billie Holiday debió sentirlo. Desde su tumba, oyó a la multitud cantar durante las protestas del BLM y supo tal vez que algo ha cambiado. La música siempre fue y ha sido de todos los artes el más cercano al grito y al espíritu, a la verdad.