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La autora de "Me llamo Lucy Barton",  Elizabeth Strout, ganó el Premio Pulitzer en 2009.

Todos amamos de una manera imperfecta

Crítica de libro: "Me llamo Lucy Barton," de Elizabeth Strout (Premio Pulitzer de Ficción 2009)

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Pedro & Daniel

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Nada ha sido fácil para la joven Lucy Barton, una escritora del Midwest que intenta abrirse camino en el Nueva York de los años setenta. Nacida en el seno de una familia sin recursos en un pueblo rural de Illinois, Lucy Barton solo guarda recuerdos amargos de su infancia: la pobreza, el maltrato, la falta de cariño en casa. Su padre era un hombre autoritario y severo, y su madre no toleraba el lanto ni la autocompasión. Lucy soñaba con escapar algun día de la marginación social y el aburrimiento de la América profunda.

Tumbada en la cama de un hospital de Manhattan, donde se recupera de una grave enfermedad, Lucy Barton va recordando su pasado y aprendiendo a valorar lo que ha conseguido hasta ahora.  De pequeña, lo único que la hacía sonreír era correr por los  campos de maíz y de soja que rodeaban la granja paterna. Ahora tiene dos hijas que la hacen feliz y una sana motivación de convertirse en escritora.

La única asignatura pendiente en su vida es su madre, a quién no ve desde que Lucy se marchó de casa para casarse con su actual marido y mudarse a Nueva York, hace más de diez años. Por eso, cuando de pronto la ve aparecer por la puerta de su habitación en el hospital, Lucy decide olvidar el rencor y los recuerdos amargos de la infancia. La ilusión de recuperar el amor de una madre es más fuerte que el pasado. Y también una ocasión para sentirse menos sola: Lucy sabe que mientras ella está en el hospital, su marido la engaña con la canguro de sus hijas. Pero el mundo exterior no le interesa. El mundo en esta última novela de Elizabeth Srout transcurre en una habitación de hospital, donde una madre y una hija tratan de hilar los cabos sueltos de una infancia perdida.

Escrita en primera persona, mezcla de diario personal y de conversaciones entre madre e hija, Me llamo Lucy Barton es una historia de amor. Es la historia de una joven del Medio Oeste americano que sufrió las consecuencias de un padre traumado por haber matado a dos jóvenes alemanes durante la Segunda guerra mundial. Los confundió por soldados nazis, y nunca se lo perdonó. Por eso, cuando Lucy  le comunica que va a casarse con el hijo de un prisionero de guerra alemán enviado a trabajar a los patatales de Maine, no puede soportarlo y les echa de casa.

A mi padre William le había parecido una versión con más años de esa persona, un joven que había vuelto para burlarse de él, para llevarse a su hija,” reflexiona Lucy, desde la cama del hospital.

Mientras su madre le explica los últimos cotilleos del pueblo, Lucy Barton recuerda su llegada a Nueva York con William y sus intentos por convertirse en una escritora en medio de una sociedad liberada y progresista, tan diferente a su Medio Oeste natal. En Nueva York, su ídolo es una escritora conocida, Sarah Payne, a quién conoce por casualidad en una tienda. Más adelante, en un taller de escritura, Lucy le acabará contando la historia de su vida - su matrimonio con William, la pelea con sus padres, la soledad - a lo que la autora le responde:

“Ésta es una historia de amor, tú lo sabes. Es la historia de un hombre atormentado todos los días de su vida por cosas que hizo en la guerra. Es la historia de una esposa que se quedó a su lado, porque eso es lo que hacían la mayoría de las esposas de esa generación...”

La esposa en cuestión - la madre de Lucy -  mata el tiempo en el hospital explicándole a su hija enferma los matrimonios que van mal en el pueblo, como si no quisiera darse cuenta de que el que en realidad va mal es el suyo. Las conversaciones banales sirven para camuflar los verdaderos sentimientos entre madre e hija. A Lucy le gustaría escuchar de la boca de su madre “te quiero” o “te he echado de menos”, pero sabe que es imposible. 

A Lucy Barton también le gustaría escuchar “te quiero” de su marido. Sin embargo, William no se acerca al hospital. Sabe que le está perdiendo, de que sus caminos se están separando, pero no le guarda rencor. A William le estará agradecida siempre por haberla llevado a Nueva York y apoyado en su carrera de escritora.

Todavía no me puedo creer que de verdad esté en Nueva York”, le confiesa Lucy a su amigo Jeremy, un psicoanalista francés, mayor que ella, que vive en el piso de encima. “La expresión que puso [Jeremy] fue de auténtico fastidio. Todavía no me había enterado de que a la gente de ciudad le dan un profundo asco los realmente catetos.

Lucy se siente como una chica de pueblo en medio de una gran ciudad. De ahí la fascinación que le despiertan los personajes de la bohemia neoyorquina que va conociendo: un pintor presumido, el vecino psicoanalista francés, una madre soltera sueca, la escritora Sarah Payne. Personajes que le abren los ojos, mientras que sus cercanos – su madre, su padre, su marido – le despiertan la nostalgia de no haberse sentido querida.

Es la historia de una madre que quiere a su hija. De una manera imperfecta, porque todos amamos de una manera imperfecta. Pero si mientras escribes esta novela te das cuenta de que estás protegiendo a alguien, recuerda una cosa: que no lo estás haciendo bien,” le aconseja Sarah Payne en el taller de escritura.

Porque la novela de Strout, ganadora del Premio Pulitzer de Ficción en 2009, en el fondo es una oda al género de la autoficción. “Tu obligación no es diferenciar la narrativa de la opinión particular del escritor”, le dice Payne.  “Tu trabajo cómo escritora de ficción consiste en dar a conocer la condición humana, en contarnos quiénes, somos, qué pensamos y qué hacemos.”

Finalmente, Lucy sale del hospital, más delgada que nunca, pero contenta por haberse reconciliado con su madre y por volver a ver a sus hijas. En el hospital, Lucy ha aprendido a querer, a dar sin recibir a cambio. Este paso- perdonar a su madre y a su padre, aprender a amarles de nuevo – le permite madurar lo suficiente para tomar la decisión de divorciarse de su marido.

“Algunos días tengo la sensación de quererlo más que cuando estaba casada con él, pero eso es algo fácil de pensar: estamos libres el uno del otro, pero no lo estamos, nunca lo estaremos”.