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La identidad y el destino individual y colectivo son dos de las obsesiones de la literatura puertorriqueña. 
La identidad y el destino individual y colectivo son dos de las obsesiones de la literatura puertorriqueña. 

International Book Day: Puerto Rico, la isla de los escritores

De Manuel Zeno Gandía a Mayra Santos Febres, estas son algunas de las piedras fundacionales de la literatura boricua para el International Book Day.

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Pedro & Daniel

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La isla de Puerto Rico, pese a no ser precisamente la mayor de las Antillas, tiene una potencia literaria aún muy desconocida. Un viaje por sus títulos más representativos nos da a conocer a una comunidad nacional especialmente preocupada por su identidad, las limitaciones socioeconómicas y por el destino individual de una multitud de personajes colocados en todo tipo de encrucijadas culturales.

Manuel Zeno Gandía, nacido en Arecibo en 1855, fue el primer gran novelista de la literatura puertorriqueña. Construyó un mundo social complejo en su serie de novelas Crónicas de un mundo enfermo, en las que destacan La charca (1894), su obra más conocida, Garduña (1896) y El negocio (1922), entre otras. Cronista de la realidad puertorriqueña a caballo entre los siglos XIX y XX, ha sido comparado con Honoré de Balzac y Benito Pérez Galdós.

Médico de profesión, vivió en primera persona la transición política entre la administración española y la estadounidense. En 1887 ayudó a cofundar el Partido Autonomista, junto al gran ensayista, pedagogo y político Eugenio María de Hostos. Más tarde fue delegado puertorriqueño en las instituciones de la nueva metrópolis: Washington. Manuel Zeno murió en San Juan en 1930, cuando iba a empezar una década de gran renovación en las letras de la isla.

La llamarada, de Enrique Laguerre, fue publicada en 1935. Igual que Zeno, Laguerre fue un intelectual interesado en el destino político de Puerto Rico. Pensaba que la isla debía convertirse en una república quizás no muy potente en el concierto internacional, pero sí muy consciente de sus raíces culturales. Como curiosidad, hoy puede visitarse la hacienda Moreau, en el noroeste de Puerto Rico, cuyo palacete sirvió de inspiración a Laguerre para crear la explotación Labadie, donde suceden los hechos de La llamarada.

El autor está enterrado allí, bajo una placa que dice: “Enrique Arturo Laguerre Vélez (1905-2005), un hombre consciente de su identidad”. Mientras La llamarada exploraba el mundo de los cañaverales, Solar Montoya (1940) era un retrato de los cafetales propios de las zonas altas del interior de la isla. Con posterioridad, Laguerre exploró espacios más urbanos y suburbiales.

Otro libro fundamental para la tradición boricua fue la obra teatral La carreta (1953), de René Marqués, que se centra en la historia de un joven puertorriqueño que no puede adaptarse a la vida en Nueva York. A medida que avanza la segunda mitad del siglo XX, los escritores se concentran en los seres marginados, por las drogas y por las duras condiciones en que han de vivir  los puertorriqueños en su isla y en Estados Unidos.

Muy consciente de cuál tenía que ser allí el papel de la mujer es Rosario Ferré (1938 – 2016), cuyas doce novelas la convirtieron en una autora de gran prestigio internacional.  Con El vuelo del cisne (2001) elevó el listón que se espera de cualquier novela histórica. Su testigo lo recogió Mayra Santos Febres (Carolina, 1966), autora multipremiada, que debutó brillantemente en el año 2000 con su novela Sirena Selena se viste de pena. Aunque el escritor más popular de las letras boricuas sigue siendo el burlón Luis Rafael Sánchez, con su divertida Guaracha del macho Camacho (1976).