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Nicole Kidman y Colin Farrell en “The Killing of a Sacred Deer”. Foto: A24
Nicole Kidman y Colin Farrell en “The Killing of a Sacred Deer”. Foto: A24

“The Killing of a Sacreed Deer” : Una película genial y extraña

El director griego Yorgos Lanthinos vuelve a la carga con un film decididamente perturbador,  en el que Nicole Kidman y Collin Farrel interpretan los…

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Collin Farrel en una nueva colaboración con Yorgos Lanthinos. Sin duda vendrán más, y todo parece indicar que cada vez serán de mejor calidad. Primero fue “The Lobster” (2015), donde ya quedó plasmado el entendimiento entre actor y director para crear un estilo definido por la narración alegórica, el absurdo y la inexpresividad emocional.

En “The Killing of a Sacred Deer”, este entendimiento va un paso más allá. Actor y director establecen una complicidad total y el resultado es una película sin fisuras, perfectamente coherente, siempre fiel a un lenguaje cinematográfico justamente definido por lo irracional. No debería extrañarnos si en un futuro Colin Farrel y Yorgos Lanthinos son recordados por formar una de las grandes sociedades del cine estadounidense, como ya lo son Scorcesse y De Niro, Wes Anderson y Bill Murray o Paul Thomas Anderson y Philip Seymour Hoffman. 

Farrel interpreta al Dr. Steven Murphy, un prestigioso cirujano que en apariencia lo tiene todo. Ya en la secuencia de apertura – un close-up prolongado en el que se observan sus manos operando un corazón –, queda establecida su posición de poder. Al éxito profesional se suma el éxito a nivel personal, representado en una hermosa familia.

Está la esposa sensual y sofisticada, Anna (Nicole Kidman), y dos hijos inocentes y tiernos : Kim, de 15 años (Raffey Cassidy) y Bob, algo más joven. (Sunny Suljic). Pronto, sin embargo, queda claro que hay algo terriblemente perturbador en esta postal de  felicidad burguesa.

Lo primero es la cámara, que más que filmar, parece acosar a los personajes, como sugiriendo la intrusión de una fuerza amenazante en el orden familiar. También influye la banda sonora, que en realidad es un mezcla de estridencias propia del cine expresionista o del cine de horror. Y después está la pasividad de los personajes, que más que hablar, más que comunicarse, parecen recitar guiones por los que ya hace mucho perdieron el interés. 

Finalmente, y en el centro de la película, está Martin (Barry Keoghan), un adolescente impenetrable y extraño que mantiene une amistad con Steven igualmente bizarra. Pronto descubrimos que Steven, en capacidad de cirujano, es indirectamente responsable de la muerte del padre del chico.

A partir de ahí, se desencadena una intriga basada en una suerte de justicia cósmica y sobrenatural: el adolescente exige al adulto el sacrificio de unos de sus hijos, sin lo cual la familia entera sucumbirá a una muerte horrible y temprana. Las alusiones a la tragedia griega no escasean. Calcando el modelo de “Ifigenia”, Steven es una suerte de Agamenón, obligado a  renunciar a su hija para rescatar a su ejército. Se trata de una parodia y también de una adaptación moderna, y lo único que parece quedar en claro es que el modelo de heroísmo contemporáneo está muy por debajo de aquel que tenían los griegos. n

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