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La pintora mexicana Gabriela Rosado se ha inspirado en la muerte para su última exposición en Barcelona. Foto: Andrea Rodés
La pintora mexicana Gabriela Rosado se ha inspirado en la muerte para su última exposición en Barcelona. Foto: Andrea Rodés

“Es importante integrarse en el país que te acoge”

La pintora mexicana Gabriela Rosado llegó a España hace veinte años y desde entonces intenta buscar el equilibrio entre la integración cultural y la búsqueda…

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Gabriela Rosado hace ya veinte años que vive en Europa – Madrid, Lisboa y ahora Barcelona – y cuando habla español apenas se percibe su acento mexicano. Sin embargo, hay un pequeño detalle que siempre acaba delatando sus raíces, y eso ocurre cuando su marido catalán o algún amigo saca el tema de la muerte. “Aquí (en España) la muerte es un tema muy delicado, la gente prefiere no hablar del tema, les da “yuyu”, como dicen los españoles… mientras que en México convivimos con la muerte, hacemos bromas, chistes, cerebraciones… ¡hasta hacemos poesía!”, exclama entre risas esta pintora nacida en Ciudad de México hace 52 años. 

"A los españoles les da "yuyu" hablar de la muerte"

La muerte es precisamente el tema central de la última exposición de Rosado en Barcelona, una serie de cuadros en tinta negra sobre madera donde la artista recupera la imagen de los Tzompantli, una estructura ritual de cráneos popular de las antiguas culturas precolombinas.

“Siempre me ha interesado la muerte, pero esta vez quise hacer un homenaje a la vida misma, a las vidas que ya no están, en especial a las que se fueron en sismo que sacudió la ciudad de México en septiembre”, comenta la artista, que nos recibe en la sede de la Asociación Mexicana de Catalunya, Mexcat, en Barcelona. Una de las obras más emblemáticas de la exposición es “La Bella Durmiente”, un tablero de grandes dimensiones en la que se ve una calavera sonriente con los ojos cerrados, “porque la muerte es así, está siempre durmiendo, a nuestro lado”, comenta la artista, graduada en el Instituto Nacional de Bellas Artes de México.

El resto de cuadros también tienen como elemento común estas calaveras de trazos sencillos, con reminiscencias de los antiguos códices indígenas. “Las culturas antiguas utilizaban un lenguaje simbólico, parecido a los pictogramas, que yo he querido imitar. Mis cuadros sugieren, después el espectador es quién se encarga de encontrar su propia historia”, añade Rosado. Sus ojos oscuros brillan de emoción cuando habla del pasado indígena de México, un tema que le parece fascinante.

“La familia de mi padre es de Yucatán, donde veraneaba de niña. Allí la cultura maya sigue estando muy viva. Incluso la lengua. Por ejemplo, en Yucatán no oirás a nadie decir “axila” o “ombligo” en español, sino xic y tuch”, comenta la artista, orgullosa de sus raíces.

“Soy sensible a todo lo que me rodea”

Además de su fascinación por el arte indígena, Rosado -  cuya obra forma parte de la colección del Museo de Arte de Querétaro y del Museo de Arte Contemporáneo de Yucatán, MACAY - admite también la influencia en su obra de los muralistas mexicanos y de los pintores contemporáneos que descubrió más tarde, en Europa. “Soy sensible a todo lo que me rodea”, dice.

Rosado, que se considera mexicana, española, catalana y portuguesa, insiste en que “es importante integrarse en el país que te acoge, sin perder de vista de dónde vienes. Lo mismo le digo a mis hijos:  que aprovechen todas las culturas, que hagan el esfuerzo por no perder sus raíces, aunque hayan nacido en Barcelona”, comenta. Ahora sus hijos se lo agradecen: “Ay, mamá, cuánta razón tenías, me dicen cuando les preparo comida mexicana en casa”, bromea. La única asignatura pendiente es conseguir hablarles con naturalidad de la muerte. “Mi marido sigue sin entender que recordar a los muertos es un motivo de celebración”, se ríe.

Ella misma recordó la muerte cuando un fuerte seísmo sacudió el pasado 19 de setiembre la ciudad de México. Rosado vivó en propia carne el terremoto ocurrido en la ciudad ese mismo día en 1985, que se cobró la vida del director de la compañía de teatro para la que había trabajado cuando tenía quince años.  “Entonces quería ser bailarina”, explica, recordando las giras y actuaciones que hicieron por el país con la compañía. El director era un señor belga con ideas muy innovadoras sobre el arte. “Nos hacía probar otras disciplinas, pintar, aprender idiomas … fue allí cuando decidí dejar de bailar y estudiar la carrera de Bellas Artes”, recuerda, nostálgica. “El baile complementa mi pintura, la forma de concebir el espacio”, explica. Aun hoy sigue tomando clases de danza clásica en Barcelona, sin importarle que la mitad de las alumnas “tengan treinta años menos”, se ríe.  

Sentirse una más

En Barcelona, Rosado se siente “una más”. Probablemente, que en la ciudad se hable español ha hecho más fácil su integración, en comparación a sus familiares mexicanos que emigraron a EEUU. “Me sorprende que mis sobrinos en América apenas puedan hablar en castellano o se nieguen a hablarlo por vergüenza, o miedo a no integrarse socialmente. Yo les digo que tienen un gran tesoro en su lengua materna, además de un activo muy valioso para su vida profesional, especialmente en EE.UU”.

“Aceptar el pluralismo no es fácil” – admite-  pero como inmigrante hay que intentar solventar las diferencias. “A mí me gusta integrarme, sin olvidar de dónde vengo”, dice. Por eso le gusta asistir a las reuniones que organiza la asociación de mexicanos de Barcelona (Mexcat). “Los mexicanos somos muy patriotas en este sentido, nos reunirnos para celebrar nuestro arte, literatura, celebraciones...”, dice.

Me sorprende que mis sobrinos en América apenas puedan hablar en castellano

En Barcelona, además, valora la seguridad de poder ir por la calle sin temer por la vida o de que le roben. “En México por un asalto puedes perder la vida. Por eso los mexicanos siempre estamos alerta, en el cajero, en el auto, en el semáforo en rojo…  lo llevamos de una forma natural”, dice. “Lo bueno de ser inmigrante es saber ver todo lo positivo de cada país, aceptar la pluralidad y saber disfrutar, convivir”, añade la artista, que combina la afición por pintar con el negocio de restauración que ha montado junto a su marido: Chilapa, una cadena de comida tex-mex en Barcelona. De momento tienen tres locales. “La receta de nuestra cochinita pibil es yucateca, es la que ya hacía mi abuela”, explica, con orgullo. “Y las margaritas están de muerte”.