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Anita Lizana. Getty Images
Anita Lizana. Getty Images

La leyenda de Anita Lizana, la primera tenista latina en ganar un Grand Slam

Sin proponérselo, la chilena se convirtió en un símbolo de la lucha feminista por acceder al espacio público dominado por los hombres.

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La tenista chilena Anita Lizana hizo historia en 1937, cuando ganó el hoy conocido como Open de Estados Unidos. Fue un 11 de septiembre extremadamente caluroso en el que Lizana derrotó a la polaca Jadwiga Jedrzejowska, que había caído en la final del torneo de Wimbledon solo unas semanas antes. 

Tras ganar el último punto de partido, Anita se desmayó por la tensión y el calor, pero pudieron reanimarla en la pista y pudo recoger el premio. Tras lo cual salió de Nueva York para realizar una gira de exhibiciones y conocer a algunas estrellas de Hollywood, como Carole Lombard o Clark Gable. 

Empezaba una etapa de gloria para esta joven chilena que había crecido rodeada de la cultura del tenis. De hecho, se cuenta que siendo una niña, dormía con la raqueta bajo la almohada.

Apodada “La Ratita”

Para su padre, Roberto, no existía otra cosa que no fuera el tenis, y los hermanos de Anita, un total de cinco, solo jugaron con pelotas y raquetas. Con diez años, Anita ya ganaba torneos con su estilo lleno de garra. Se impuso en el torneo infantil del Club Santiago, y solo tres años después ya conseguía el Nacional absoluto de su país. En Chile, no había rival para ella.

 En 1935, en un partido de exhibición, Anita Lizana ganó a Hugo Chiessa, miembro del equipo suizo de la Copa Davis. En ese preciso momento, su padre decidió impulsar su carrera internacional organizando una colecta para que su hija pudiera viajar a Europa -reunió 120.000 pesos, una auténtica fortuna-. A pesar de que Roberto era un buen entrenador -en el futuro iba a ser el descubridor de otro mito del tenis chileno, Luis “Lucho” Ayala-, la familia no gozó nunca de una posición económica desahogada. 

En Inglaterra, Anita ganó tres torneos y volvió a su patria convertida en una heroína. Sus rivales la apodaron “La Ratita”, porque solo medía 1,59 m y corría a gran velocidad.

Un icono en su país

Cuando desembarcó del Transatlántico Orduña, no pudo creer lo que veía: 200.000 personas se habían reunido en el puerto de Valparaíso para recibirla y agasajarla. Su padre fue el primero en darle un abrazo. Inmediatamente después fueron a Santiago de Chile, donde el mismísimo presidente de la República, Arturo Alessandri Palma, la recibió en el Palacio de la Moneda. 

Anita Lizana se había convertido en un icono en su país de origen, y también en un símbolo de la lucha feminista, puesto que ganó una visibilidad y un reconocimiento impensables para una deportista en aquella época.

Desgraciadamente, tras una carrera brillante, la Segundo Guerra Mundial se cruzó en su camino. 

Cuestión de prioridades

En Escocia, conoció a quien sería su marido, el también tenista Richard Ellis, número dos del tenis escocés. 

Se conocieron de un modo peculiar: jugaban un partido de dobles, y al terminar, Anita le dijo a Richard que no se preocupara por no haber tenido un buen día, a lo que él respondió que no había podido mirar la pelota ni un solo instante, por haber estado todo el rato mirándola a ella. 

Se casaban dos años después, para luego instalarse en una mansión de la localidad de Dundee.

El matrimonio tuvo dos hijas, y Anita ya no jugó nunca como antes. En 1947, perdió en Wimbledon en primera ronda. Su familia chilena no pudo costearse nunca un viaje a Europa, y ya no vieron nunca más a la estrella. Solo una vez, cuando esta regresó a casa en 1966, invitada por el presidente Frei padre. 

Richard Ellis murió en 1978, y los chilenos pidieron a Anita Lizana que volviera a su tierra. Pero no lo hizo: prefirió cuidar se sus hijas y de sus nietos, jugando al golf para pasar el rato, cómodamente instalada en el Reino Unido. 

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