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José Sarriá en una de sus actuaciones de la ópera Carmen en el Black Cat. Photo: Q Voice News
José Sarria en una de sus actuaciones de la ópera Carmen en el Black Cat. Photo: Q Voice News

José Sarria, la Emperatriz de San Francisco que llevó el activismo LGBTQ a niveles antes nunca soñados

Agitador social a la par que artista, el nombre de Sarria es lo que Estados Unidos necesita para seguir inspirando a generaciones que luchan por la justicia y…

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En 1961, un extraño panfleto empezó a aparecer en los clubes gays de todo San Francisco exhortando a la comunidad LGBTQ a salir a “registrarse y votar”. Ante el estupor de los clientes homosexuales, que sufrían una dura persecución policial y social, la iniciativa pretendía convertirlos en un bloque de votantes visibles para que los políticos, tanto demócratas como republicanos, los tomasen en cuenta. Algo que no había pasado hasta el momento y que de la mano de La Liga para la Educación Civil pretendía unificar a la comunidad para castigar en las urnas cualquier campaña homofóbica. 

El cofundador de la Liga e ideólogo del que parecía un plan desmelenado pero necesario fue un latino que en aquellos momentos estaba agitando la escena underground con sus óperas, sus maquillajes y sobre todo sus proclamas de justicia, que cantaba a voz en grito: José Sarriá, la Emperatriz de San Francisco.

Hijo de madre colombiana que había huido del país durante la guerra civil, José había crecido en un ambiente relativamente libre, pudiendo vestir ropas de niña en público y tomar clases de canto y ballet. Por lo que jamás tuvo reparos en ocultar su homosexualidad, incluso cuando se alistó para formar parte del ejército en la Segunda Guerra Mundial convertido en traductor del departamento de Inteligencia Militar -hablaba con fluidez cuatro idiomas, entre ellos el inglés y el español. 

Los militares no tardaron en descubrir su orientación sexual y se lo sacudieron de encima transfiriéndolo a la Escuela de Cocina y Panadería. Cuando al término de la contienda regresó a casa, su intención era retomar sus estudios y convertirse en profesor, pero su sueño no tardó en hacerse añicos… 

José Sarria trabajaba por aquel entonces como camarero y artista en el mítico bar de la bohemia Black Cat y se había hecho un nombre interpretando óperas que contextualizaba con su forma de vestir para deleite de los parroquianos. Un día, a principios de los años 50’, la policía lo detuvo acusado de un delito contra la moral, y ese día decidió hacer suyo lo que parecía un insulto: ser “una reinona”.

Al no poder dedicarse a la enseñanza y siendo víctima, como toda la comunidad LGBT, del ostracismo, la persecución y el rechazo social de la época de McCarthy y sus coletazos, el activismo de Sarriá y su furia fue in crescendo, hasta aquel mítico 1961 en que decidió que su comunidad necesitaba un líder para ser escuchada y se presentó voluntario. 

Anteriormente, le habían revocaron la licencia del Black Cat, en 1956, y la drag y activista latinx estaba ya más que harta de la represión policial que continuó a inicios de los 60’, con el cierre de bares de ambientes y la detención de entre 40 y 60 personas gay semanalmente, acusadas de algún delito relativo a la sexualidad. 

Así que José Sarriá, quien estaba convencido que había al menos 10.000 votantes gay en la ciudad, decidió que la policía no iba a seguir arruinando la vida de gente cuyo único pecado era ser diferente a ellos y se presentó para un cargo público en la Junta de Supervisores de San Francisco. 

Su arrojo marcaría un hito en el movimiento LGBTQ estadounidense. Porque pese a los muchos obstáculos -el rechazo de demócratas y republicanos a apoyar a un gay o el miedo que le producía a muchos darle su voto-, logró sumar 5.600 papeletas y salir votado en el noveno puesto de treinta y tres. 

Sin bien José no consiguió el cargo -había solo cinco puestos-, los políticos cambiaron su perspectiva hacia los votantes gays para verlos como un bloque al que debían tener en cuenta y dirigir su discurso. Puso sus reclamos de dignidad y justicia en el mapa y se convirtió en un icono hasta su muerte, en 2013. 

Además de lograr lo que se proponía en un principio, abrir el camino a otros míticos representantes de la comunidad LGBTQ como Harvey Milk. Si bien hoy el nombre de José Sarria, aka la Emperatriz de San Francisco, apenas es recordado hoy más que por una sección de la calle 16 de San Francisco que lo recuerda. 

Realzar el legado de estxs luchadorxs latinxs en tiempos tan difíciles en un deber común. La Emperatriz plantó una semilla de la que las generaciones actuales disfrutan y deben hacer crecer también.

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