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Journalist and poet Albor Ruiz. Photo: Courtesy of Albor Ruiz
El periodista y poeta, Albor Ruiz. Foto: Cortesía de Albor Ruiz

Un poeta cubano en Nueva York

En su poemario, "Por si me muero mañana", Albor Ruiz lleva a la lírica sus experiencias vitales, desde su natal isla de Cuba hasta su ciudad adoptiva de Nueva…

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Pedro & Daniel

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José Martí fue el primero en el siglo XIX y, que yo recuerde, le siguió Federico García Lorca en el XX.

Así han ido y venido cientos de hombres de letras anónimos, o famosos, todos peregrinos de la tierra, en recorrido penitente a la gran Bizancio de Occidente, la ciudad de Nueva York.

A donde llegaron en este gran cruce de caminos de todas las civilizaciones del mundo, en el epicentro llamado Times Square, y otros epicentros menos conocidos en Queens, el Bronx, Spanish Harlem o el West Side de Manhattan.

Atraídos por el lustre del nombre, ‘La Ciudad de Nueva York, la Gran Manzana', y quizá con su deseo inconsciente y recóndito de venir a este lugar lejano a lamer solitarios sus heridas, saborear lentos las cuitas, lejos de esos amores imposibles, o las inevitables desilusiones de los años mozos.

O simplemente, con todo su vigor, lanzados a la quijotesca aventura de huir de la prosaica realidad, creyendo más bien en las gestas de caballería de los libros de ficción, para emprender la marcha, lanza en ristre, hacia las batallas aún por librar en el universo.

Y terminaron todos aquí, empantanados.

Nueva York los ha visto venir aquí, a sus huestes, y luego volver a irse a todos (o casi todos).

Irse de regreso a morir mucho más rápido:

O en los campos de fusilamiento de la guerra civil española, como Lorca; o a los campos de batalla de la isla de Cuba, como prefirió Martí.

Hay, sin embargo, otra estirpe de poetas cubanos que hizo trinchera aquí, solitarios, casi desconocidos, y que, con el único poder de su palabra, han sobrevivido los inviernos feroces que matan como dagas de hielo en las calles de Manhattan, o los veranos infernales que asfixian en los apartamentos diminutos y sin suficiente ventilación del Bronx.

Periodistas irredentos, aves tristes del trópico que aquí han bajado sus alas y nos han acompañado en tierra largos años—  tan largos que sus amigos se han olvidado de ellos, y casi nadie se acuerda de que siguen allí, pacientes y dignos, en la jaula de la gran urbe, aún vivos y aleteando.

Seguramente se acordarán de ellos solamente cuando finalmente les llegue la noticia de que colgaron el pico, con la pluma que los mantenían vivos, como si fueran sus tanques de oxigeno, resbalándose finalmente de sus manos.

Albor Ruiz, águila inteligente que es, decidió vengarse con anticipación de todos nosotros, reuniendo y publicando esas hojas sueltas escritas por él una a una a lo largo de los años, casi como una memoria secreta. Que adivino hizo sin duda, primero que todo, para su propio gozo, o quizá para después mostrárselas más tarde con cierto rubor a sus amigos y amigas más confiables.

Al fin, él se decidió a convertirlo en un poemario, impreso y distribuido en Amazon, reuniendo esas hojas que hasta ahora había conservado discretamente en una gaveta de su apartamento de Nueva York, y que ahora las ha hecho público en un libro respetuosamente breve, titulado, lapidaria y certeramente, así:

"Por si muero mañana"

Cavilaciones’, ‘Ausencias’ e instantes del ‘Existir’ son los tres capítulos de un libro de poesía portátil, de solo 62 páginas, que permiten a este periodista auténticamente ‘neoyorquino’ tomar una pausa de su constante disparar desde su bien conocida e invencible trinchera periodística en las montañas donde solo se meten los Talibanes.

Aquella para la que lo contrató como francotirador preciso —en verdad uno de sus columnista estrella— el New York Daily News, donde Albor llegó a ser el primer escritor de origen latino en su junta editorial.

Albor es también un orgulloso miembro del "Salón de la Fama" de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos de los Estados Unidos (NAHJ).

Ahora Albor escribe para AL DÍA News Media, pegado todavía al gatillo de esas convicciones inclaudicables suyas, aquellas que sus detractores juzgan como simples opiniones delirantes de un viejo de 78 años.

Los que se atrevan a leer su poesía, sin embargo, se darán cuenta que el delirio es real.

Es todo un suave manantial de poesía —jíbara sin remedio— definitivamente no autorizada por la Real Academia de la Lengua en Madrid, libre como el inglés procaz de Nueva York, pero tierna como este varón que tuvo el valor de escribirla en su idioma materno, con suaves caricias castellanas, no con las trompadas contundentes de sus opiniones periodísticas en el brusco idioma inglés.

Él es oriundo de Cárdenas, al oriente de Varadero, en la isla de Cuba, a donde él aspira volver, en lírico delirio, a descansar para siempre.

Como lo advierte en este testamento poético que nos legó a todos con el claro título, "Por si muero mañana…", al que le colgó este suspiro postrimero y verso final:

“Sepan todos que Cuba me reclama"
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