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“América, te lo he dado todo y ahora no soy Nada”, Jack Kerouac en 'México City Blues'.
“América, te lo he dado todo y ahora no soy Nada”, Jack Kerouac en 'México City Blues'.

Jack Kerouac, ‘el poeta del jazz’que encontró el Nirvana en México

Se celebran los 50 años de la muerte de uno de los escritores más representativos de la Generación Beat

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Pedro & Daniel

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La llamaba “la Tierra Pura e india", e incluso inventó un nombre para esos campesinos cuyas piernas eran raíces hundidas en el pasado, un sentimiento, escribía, “Fellaheen”(inocente) de la vida.

Cuando Jack Kerouac llegó a México en 1955, siguiendo los pasos de su amigo William Burroughs, que a su vez buscaba algo muy diferente, un lugar donde drogarse fue sencillo y barato, lo que encontró en realidad fue un pedazo de sí mismo.

Burroughs  le había insistido mucho en sus cartas para que se uniera a su aventura opiácea, tanto que Jack realizó un primer viaje desde la Costa Oeste que significó una revelación.

Para Kerouac, México era el reverso de los Estados Unidos que rechazaba, con su anticomunismo de posguerra, su paranoica búsqueda del enemigo y su consumismo extremo.

En una de sus ocasionales visitas, decidió instalarse en Distrito Federal, en un apartamento en la azotea de un edificio de la colonia Roma. Sin agua corriente. Sin más luz que la de una vela con la que meditaba. Fue allí donde escribió su mejor poemario, “Mexico City Blues”(1959), que reúne 242 coros que son haikis occidentalizados:

“América, te lo he dado todo y ahora no soy Nada”,

dejó escrito en el Coro 113, donde expresaba su angustia de sentirse fracasado después de que sus primeras obras hubiesen pasado desapercibidas, pero también el odio hacia el “establishment” estadounidense de la Guerra Fría.

Y continuaba:

“Hombre – (Sin embargo) todo es perfecto, porque ni siquiera está sucediendo”.

La tierra prometida

Cruzar la frontera, atravesar el desierto de Arizona o Texas hasta llegar al país vecino, tan diferente del suyo, fue esencial no solo para el autor de 'En la carretera', sino para toda la Generación Beat, quienes inventaron un México que llenaría el imaginario de hordas de hippies rubios en busca de sus míticas playas y lugareños amables. 

De pie, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Peter Orlovsky. Agachados, Gregory Corso y Lafcadio Orlovsky de vacaciones en Ciudad de México en 1956.

Kerouac escribió que era como salir de la iglesia el domingo y quitarse el traje de formal para ponerse un overol:

 “Solo en México, en la dulzura y la inocencia, el nacimiento y la muerte parecen tener sentido”, cuenta.

Incluso el amor parecía más intenso...

Poetizar la muerte

En “Tristessa”(1956), la novela que escribió en esa misma choza de adobe, recrea su relación con una prostituta mexicana, adicta a la morfina y devota de la Santa Muerte quien, curiosamente, se llamaba Esperanza.

“Voy en un taxi con Tristessa, borracho, con un botellón de bourbon Juárez en la mochila para enseres ferroviarios que me acusaron de robar en un tren en 1952. Estoy aquí en Ciudad de México, tarde lluviosa de sábado, misterios, me asaltan viejos sueños de aceras sin nombre, el callejón que recorrí entre lóbregos indios vagabundos envueltos en sus rebozos trágicos hasta el llanto bajo los que creí adivinar destellos de navajas”.

Desde luego, no fue el único beat en describir el país como un paraíso perdido, pero sí el que más libros le dedicó a México. Refirió  Jalisco, Zacatecas o Sinaloa en obras como "En la carretera" o "Lonesome Traveler", y  se alimentó del furor indígena y del caos de la capital para su propio estilo espontáneo y jazzístico. 

El paso de los escritores por esta otra "Macondo" también fue trágico -Cassedy, el alma de la Generación Beat, murió en Guanajuato, en el centro de México, en extrañas cricunstancias- y William Burroughs acabó en la cárcel por disparar a su esposa jugando a ser Guillermo Tell. 

A Jack Kerouac, en cambio, el desencanto le acabó pudiendo; empezó a ver los bajos fondos del D.D. tal cual eran y regresó para vivir con su madre enferma y con su tercera esposa, Stella.

Algunos años después, un 21 de octubre de 1969, falleció en Florida fruto de la cirrosis que padecía por su alcoholismo crónico. Su cuerpo fue enterrado en, Lowell, Massachusetts, la ciudad donde nació y que hoy le rinde homenaje.

Nueve días antes le había dicho a un periodista que iba a escribir un libro sobre los últimos diez años de su vida...

“Hombre –

Me levanté, me vestí

(salí y me tumbé)

Entonces morí

Y me metieron en un ataúd

En el sepulcro

Cada cosa ignora su propio vacío”.

Coro 113, 'Mexico City Blues'