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La evolución de la identidad

(Lea versión en inglés / Read English version: The Evolution of an Identity) He estado pensando mucho en el baloncesto últimamente. Y lo raro es que no soy…

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(Lea versión en inglés / Read English version: The Evolution of an Identity)

He estado pensando mucho en el baloncesto últimamente. Y lo raro es que no soy fanática del deporte. Pero un reciente juego del torneo de la NCAA me ha hecho pensar en lo qué significa ser ciudadano latino en los Estados Unidos, y en la evolución de nuestra "identidad".

Yo nací en Tailandia y heredé una identidad latina bastante complicada. Mi padre, a mucha honra, fue el primer ciudadano de los EE.UU. en su familia, pero se crió en Colombia, y pasó gran parte de su vida en México y Guatemala.

Mi madre nació en México D.F. y creció allí, entre un montón de parientes paternos —la mitad de los cuales se consideraban a sí mismos estadounidenses expatriados, la otra mitad puros mexicanos. Del lado materno era completamente guatemalteca.

En cuanto a mí, no me acuerdo de Tailandia porque no estuve allí mucho tiempo. Mis recuerdos de la infancia son todos de Guatemala y, aunque he sido una ciudadana de los EE.UU. desde el nacimiento, la mayor parte de mis primeros años me sentí mucho más chapina que "americana".

Hace más de 30 años mi familia se mudó a los Estados Unidos, y finalmente mi identidad se convirtió en la de una latina estadounidense. 

Pero cuando miro hacia atrás me doy cuenta de un patrón muy extraño en cuanto a mi identidad como latina. No tanto en mi percepción sino en la de mis conciudadanos.

En la década de 1970 cuando mi familia se trasladó a una zona rural del sureste de Pensilvania, nuestro vecindario (y el condado en sí) era completamente anglo, y bastante provinciano. Muchos de nuestros compañeros y maestros nos veían como una especie exótica y extraña. 

El sentimiento antilatino que escuchábamos de ellos nacía más de ignorancia que de la malicia. No es que no haya yo experimentado la intolerancia —intrínsica y explicíta— pero era una cosa ocasional.

Ya no es así.

A medida que el debate sobre la inmigración se ha puesto virulento y viral, el sentimiento antilatino se ha vuelto más común y frequentemente se puede reducir a una sola palabra convertida en epíteto: "ilegales". Eso se ha convertido en nuestra identidad como latinos, a pesar de nuestra ciudadanía o estatus de residentes permanentes.

Asi le mentaron a mi hija hace unos años después de que ella hiciera una presentación en clase en la que trazó sus raíces guatemaltecas y mexicanas, junto con las anglosajonas. 

Recientemente, cinco miembros de la banda de la Universidad de Southern Mississippi le mentaron el equivalente —"¿Dónde está tu tarjeta verde?"— a un jugador de baloncesto oriundo de Puerto Rico durante ese torneo que mencioné al principio de esta columna.

Más allá de la palabra está una realidad aún más sombría. Un número de estados, Pensilvania incluido, han propuesto proyectos de ley que institucionalizan el pensar que latino=ilegal, de modo similar a la de la notoria ley SB 1070 de Arizona. No importa su posición acerca de la reforma de inmigración, si es latino debe luchar como el demonio para asegurarse que estos proyectos de ley no lleguen al comité, y mucho menos, al pleno de la asamblea.

Su identidad está en juego.

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