Primer adulto de la nación—ausente sin licencia
La CBO presenta 105 políticas a seguir (no las aprueba) que
podrían reducir el déficit en billones de dólares, en el curso de la siguiente
década. También se enterarán de que —¡sorpresa!— la mayoría de las opciones son
como veneno político.
Supongamos
que elevamos el impuesto federal a la gasolina 25 centavos por galón, de 18,4
centavos a 43,4 centavos. Esa medida recaudaría 291.000 millones de dólares en
el curso de la década, entre 2012 y 2021, estima la CBO. O podríamos avanzar la
edad requerida para los beneficios tempranos y completos del Seguro Social; una
sugerencia es elevar las edades, ahora de 62 y 66 años, dos meses por año hasta
llegar a objetivos predeterminados (digamos, 64 y 70 años). La CBO calcula
ahorros de 264.000 millones de dólares, durante la década, con esa medida. Y
qué sobre cambiar lentamente la edad requerida para Medicare de 65 a 67 años.
Los ahorros: 125.000 millones de dólares.
¿Terminamos?
Ni siquiera estamos cerca. Como mucho, los resultados de estas medidas
lograrían ser notados. Recuerden que los déficits suman casi 10 billones de
dólares en la próxima década, bajo el presupuesto original de Obama para 2012.
Esa es la cuestión: aún descontando los efectos de la profunda recesión, los
déficits futuros son tan grandes que no pueden curarse con pequeños cambios.
Deberíamos formular preguntas esenciales:
--¿Cuán
grande queremos que sea la dimensión de nuestro gobierno? Durante cuatro
décadas, los gastos federales han promediado el 21 por ciento del producto
bruto interno. Una población que envejece y los altos costes de salud
significan que los gastos promedio, como proporción del producto bruto interno,
se elevarán en un tercio o más entre los próximos 10 y 15 años, si los
programas actuales simplemente continúan.
--¿Quién
merece subsidios gubernamentales y cuántos subsidios? Alrededor del 55 por
ciento de los gastos está destinado a individuos, entre ellos los ancianos,
veteranos, agricultores, estudiantes, minusválidos e individuos de bajos
ingresos.
--¿En
que medida se debería permitir, si es que se permitía, que los gastos sociales
redujeran la defensa nacional?
--Si
se elevan los impuestos, ¿en qué medida y para quién deben elevarse? ¿Qué
impuestos perjudicarían en menor medida el crecimiento económico?
No
estamos sosteniendo este debate y la culpa cae, principalmente, sobre el
presidente Obama. Su reciente discurso sobre el presupuesto en la Universidad
George Washington fue un elocuente modelo de evasión, contradicción y engaño.
Advirtió que para 2025 los actuales niveles fiscales será suficientes para
pagar sólo "Medicare, Medicaid, el Seguro Social y el interés que debemos de
nuestra deuda. ... Toda otra prioridad nacional —educación, transporte, incluso
nuestra seguridad nacional— será (pagada) con dinero prestado". Señaló que las
empresas quizás no inviertan en un país que parece "incapaz de balancear sus
libros".
Muy
bien. Pero Obama no tiene un plan para balancear el presupuesto —nunca. Aseveró
"todo tipo de gasto (está) sobre la mesa". Pero todo tipo de gasto no está
sobre la mesa. Obama prácticamente desechó la posibilidad de reducir el Seguro
Social, el programa mayor del gobierno (gastos de 2011: 727.000 millones de
dólares). Por ejemplo, se excluye el Seguro Social de un "gatillo" propuesto
que automáticamente reduciría los gastos y elevaría los impuestos, si se
alcanzaran ciertos objetivos del déficit. También colocó Medicare (gastos de
2011: 572.000 millones de dólares) fuera de límites.
El
presidente sigue promoviendo una "conversación adulta" sobre el presupuesto,
pero eso no puede suceder si el Pimer Adulto no desempeña su papel. Obama está
ansioso en ser todo para todos. Está en contra de la deuda y de sus adversas
consecuencias, pero está a favor del Seguro Social y de Medicare sin
importantes cambios. Está a favor de "cortes duros" pero está en contra de
decir lo que son y defenderlos. Establece objetivos ambiciosos sin decir cómo
los alcanzaremos. Principalmente, quiere apuntarse tantos políticos contra los
republicanos.
Las
políticas a seguir en lo relativo al déficit son inherentemente impopulares.
Una manera —quizás la única manera— de romper la parálisis es modificar la
opinión pública de forma que algunos beneficios del gobierno se consideren
innecesarios o ilegítimos y se piense que es justo compartir la carga de
algunos impuestos.
Considerando
las mejoras en la salud, la expectativa de vida más larga y los ancianos con
mayores ingresos, ¿por qué no habrían de elevarse las edades requeridas para
recibir el Seguro Social y Medicare, y no habría de ampliarse el chequeo de
ingresos? El presidente no menciona este debate. Los agricultores reciben unos
15.000 millones de dólares por año en subsidios a las cosechas, para ayudar a
contrarrestar la inseguridad creada por imprevistos meteorológicos y precios
fluctuantes. Considerando que la volatilidad de los mercados impone
incertidumbres similares sobre muchos norteamericanos, ¿por qué merecen los
agricultores una protección especial? El presidente no entabla ese debate.
¿Acaso, un impuesto a la gasolina más elevado, no reduciría el déficit
presupuestario y las importaciones de petróleo? Obama también permanece en
silencio sobre ese tema.
Todo
esto podría ser astuto políticamente. Los electores desdeñan las decisiones
difíciles. A los comentaristas liberales les encantó el discurso de Obama. Pero
hay otro público menos impresionado —los que administran dinero en todo el
mundo. El respetado columnista del Financial Times, Gillian Tett, preguntó
recientemente si podía creerse "el tranquilizador palabrerío sobre la deuda"
del gobierno. No completamente, concluyó. Poco después, Standard & Poor's
advirtió que podría reducir la calificación de la deuda del gobierno
norteamericano. Obama está coqueteando con problemas, incluso si no se da
cuenta de ello.
© 2011, Washington Post
Writers Group
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