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Presupuesto: La política de meras intenciones

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Mientras tanto, la población, en su gran
mayoría, no tiene ni idea de la enormidad del problema. La Oficina del
Presupuesto del Congreso (CBO por sus siglas en inglés) calcula que en 2021,
incluso después de una plena recuperación económica, el déficit restante
equivaldrá a casi el 5 por ciento del producto bruto interno. En dólares
actuales, es el equivalente a 750.000 millones de dólares. Es el agujero que es
necesario llenar.

            No
progresaremos demasiado a menos que (a) los Demócratas concedan que el control
de gastos requiere recortes genuinos del Seguro Social y Medicare, que ahora
suman 1,3 billones de dólares anualmente y representan el 35 por ciento del
desembolso federal; y (b) los republicanos reconozcan que, incluso después de
realizar recortes significativos, se necesitarán incrementos fiscales para
balancear el presupuesto. La semana pasada, había pocos indicios de esos dos
reconocimientos. El presidente Obama rechazó los recortes del Seguro Social y
de Medicare. La mayoría de los republicanos se mantuvo en sus trece sobre los
impuestos.

            Lo
que tenemos en cambio, es una guerra de relaciones públicas. Ambos partidos
postulan expresiones de deseos creadas para hacer parecer que están logrando
más de lo logrado.

            Comencemos
con los republicanos. El plan del presidente del Comité del Presupuesto de la
Cámara, Paul Ryan, cumple con el requisito de que no establecer aumentos
fiscales. Sin embargo, los déficits se reducen. ¿Cómo lo logra? Bueno, Ryan no
toca el Seguro Social, el mayor programa del gobierno con 9,9 billones de
dólares de gastos calculados entre 2012 y 2021. Propone un programa de vales
para Medicare, que no entraría en vigor hasta 2022 y eximiría a los 77 millones
de norteamericanos que ahora tienen 55 o más años. Ryan no está iniciando una
batalla con los ancianos.

            Ryan
logra sus grandes ahorros al realizar grandes recortes en todo el ámbito del
gobierno federal más allá del Seguro Social, Medicare y Medicaid. En última
instancia, se reduciría a casi nada. Y estamos hablando de Defensa, estampillas
para alimentos, tribunales federales, investigaciones básicas ... y mucho más.
En su conjunto, estos programas constituyen alrededor del 12 por ciento del
PBI. Para 2022, el plan de Ryan los reduciría a un 6 por ciento del PBI; para
2050, representarían un 3 por ciento, estima la CBO. Estados Unidos
prácticamente se desarmaría, desmantelaría gran parte de la red de protección
social y reduciría drásticamente importantes responsabilidades federales, desde
las regulaciones del medio ambiente hasta el FBI. No es probable que eso suceda
—y no debería suceder.

            Los
demócratas son tan deficientes o aún más. Recuerden que el presupuesto original
de Obama para 2012 preveía déficits de 9,5 billones de dólares para la próxima
década (2012-2021), según la CBO. Por lo tanto, los ahorros adicionales
prometidos ahora por Obama de 4 billones de dólares en el curso de 12 años —con
otros 2 billones de déficit— apenas si tocan el problema. Retóricamente, los
demócratas echan la culpa a conocidos villanos para explicar y curar los
déficits. Pero esos villanos no aguantan el escrutinio.

            Uno
radica en los recortes fiscales para los ricos, de Bush. El problema es que el
presupuesto de Obama ya supone tasas más elevadas (39,6 por ciento) sobre
ingresos que superen 200.000 dólares (individuales) y 250.000 dólares
(parejas). Supongamos que somos más severos con los muy ricos. Una propuesta
elevaría las tasas al 45 por ciento sobre ingresos entre 1 y 10 millones de
dólares, y las tasas se elevarían al 49 por ciento sobre ingresos de 1.000
millones de dólares. En el curso de una década, los ingresos fiscales crecerían
alrededor de 900.000 millones de dólares, expresa el grupo de incidencia Citizens
for Tax Justice. Suponiendo que el dinero se materializara, es mucho —pero
representa sólo la décima parte del déficit de la década.

            Otros
villanos liberales son la guerra de Irak y la de Afganistán. Han costado 1,26
billones de dólares entre 2001 y 2011, calcula la CBO. Nuevamente, mucho
dinero. Pero esa suma también palidece si se la compara con los gastos totales
(29,8 billones de dólares) o los déficits (6,2 billones de dólares) durante el
mismo período. Aquí, también, el presupuesto de Obama supone grandes recortes.

            Nuestro
problema presupuestario es conceptualmente simple. Los compromisos de gastos
del gobierno, impulsados por un número mayor de jubilados y costes
descontrolados de salud, exceden ampliamente la base fiscal existente. Hay una
discusión sobre con qué celeridad deben realizarse los cambios para proteger la
recuperación económica. No debe haber ninguna discusión sobre la necesidad de
cambios para impedir una crisis de la deuda: Demasiados bonos del Tesoro
asustan a los inversores y elevan las tasas de interés.

            Pero
también importa la forma en que lo hacemos. Por política y por dejar las cosas
para mañana, tanto demócratas como republicanos eximirían a los actuales
ancianos de los cambios, y pasarían la carga a los trabajadores y a los
jóvenes. Eso no es ni "liberal" ni "conservador". Es conveniente —y perjudicial
para el futuro de Estados Unidos. Sugiere que los jóvenes pagarán impuestos aún
mayores y recibirán aún menos servicios públicos. Tener una familia será más
difícil y posiblemente disuadirá a millones de hacerlo. También podría poner en
peligro la seguridad de Estados Unidos a causa de miopes recortes militares.

            Aún
esperamos tener un debate serio sobre qué programas cortar y qué impuestos
elevar. Los republicanos del Congreso promueven un plan radical para reducir el
gobierno —y son francos al respecto. Obama defiende el status quo de un
gobierno cada vez mayor —y no es franco en cuanto a ello. Quizás éstas sean
posiciones de negociación y, con la necesidad de elevar el límite de la deuda
federal, ambos bandos reconozcan sus defectos. Es una esperanza.

© 2011, Washington Post Writers Group

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