El nuevo orden mundial de China
Es
cierto que Estados Unidos y China tienen enormes intereses comunes en la paz y
la prosperidad. El comercio mutuo (ahora de 500.000 millones de dólares
anuales) puede proporcionar productos a bajo costo para los norteamericanos, y
alimentos y fabricaciones avanzadas para los chinos. Pero los objetivos de
China y Estados Unidos difieren drásticamente. Estados Unidos desea ampliar el
orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial basado en un comercio
que produzca beneficios mutuos. En cambio, China persigue un nuevo orden
mundial, en el que sus necesidades son prioridad —un orden en el que China
subsidia las exportaciones, controla las importaciones esenciales (petróleo,
alimentos, minerales) y fuerza la transferencia de tecnología avanzada.
Naturalmente,
Estados Unidos se opone a este tipo de sistema aunque nos vamos dirigiendo a
él. Los objetivos en conflicto han prevalecido sobre los intereses comunes.
Comencemos
con la distorsión en el comercio. El New York Times recientemente informó que
Evergreen, un fabricante de paneles solares, está cerrando su fábrica de
Massachussets, mudando su producción a una operación conjunta en China y
despidiendo 800 operarios norteamericanos. A pesar de los 43 millones de dólares
de asistencia del estado de Massachussets, el jefe ejecutivo de Evergreen
expresó que los subsidios de China —principalmente préstamos con bajo interés
de bancos controlados por el estado— eran demasiado grandes para dejarlos
pasar.
De
esa manera, la producción china de paneles solares se elevó 50 veces de 2005 a
2010, informa GTM, una empresa de análisis de mercado. Los préstamos baratos a
empresas de paneles solares suman unos 30.000 millones de dólares, pero no está
claro si se pagarán en su totalidad, señala el analista de GTM, Shyam Mehta.
"Podría ser dinero gratis", expresa. La porción de China de la producción
mundial saltó de un 9 a un 48 por ciento. En 2010, alrededor del 95 por ciento
de los paneles solares de China se exportaron.
Con
variaciones en los detalles, hay historias similares en muchas industrias. La
sub-valoración de la moneda china, el renminbi, en un 15 o más por ciento
amplifica la ventaja. Los puestos de trabajo se trasladan a China de fábricas
en Estados Unidos, Europa y otras partes.
Consideremos,
ahora, la transferencia tecnológica. Las grandes empresas multinacionales
quieren estar en China, pero el coste de ello a menudo consiste en la pérdida
de importante tecnología mediante acuerdos de licencias requeridos, operaciones
conjuntas obligatorias, ingeniería inversa o, directamente, robo. Las empresas
de software norteamericanas estiman que entre un 85 y 90 por ciento de sus
productos son pirateados en China.
Thomas
Hout y Pankaj Ghemawat citan, en el Harvard Business Review, los proyectos de
ferrocarriles de alta velocidad de China. Inicialmente, firmas extranjeras
tales como Siemens de Alemania, obtuvieron la mayoría de los contratos; en
2009, el gobierno comenzó a requerir que las firmas extranjeras establecieran
operaciones conjuntas minoritarias con empresas chinas. Tras haber dominado las
"tecnologías básicas", las compañías chinas han captado el 80 por ciento o más
del mercado local y compiten con firmas extranjeras para las exportaciones. Lo
mismo está ocurriendo en la fabricación de aeronaves comerciales. China está
construyendo un competidor del Boeing 737 y del Airbus 320; General Electric ha
entrado en una operación conjunta que proveerá la aviónica, es decir la
electrónica de aviación.
Finalmente,
está el aspecto financiero. Las reservas en moneda extranjero de China
—obtenidas principalmente mediante enormes excedentes de exportación— se
acercaron a 2,9 billones de dólares a fines del año 2010. Estos enormes fondos
(que aumentan en cientos de miles de millones anualmente) permiten a China
expandir su influencia repartiendo préstamos de bajo coste en todo el mundo o
realizando inversiones estratégicas en materia prima y empresas. El Financial
Times reportó recientemente que China —mediante el Banco de Exportaciones-Importaciones
de China y el Banco de Desarrollo de China— ha "prestado más dinero a otros
países en desarrollo en los últimos dos años que el banco Mundial".
Es
importante señalar varios aspectos. Primero, los norteamericanos no debemos
echar la culpa a China de todos nuestros problemas económicos, que en su
mayoría son autóctonos. En verdad, la ferocidad de la crisis financiera
desacreditó el liderazgo económico de Estados Unidos y envalentonó a China a
perseguir sus estrechos intereses más agresivamente que nunca. Segundo, la
cuestión no debe ser (como sugiere China) "contener" el crecimiento de China;
la cuestión debe ser modificar su estrategia económica, que es depredadora,
pues tiene lugar a costa de los demás.
La
respuesta de Estados Unidos ha sido, principalmente, la de los incentivos
—fingir que la dulce razón convencerá a China para que modifique sus políticas.
La semana pasada, los presidentes Obama y Hu intercambiaron promesas poco
significativas de "cooperación". Alan Tonelson, del U.S. Business and Industry
Council, un grupo de fabricantes, expresa que la política norteamericana raya
en la "pacificación". Necesitamos amenazas. La dificultad práctica es cómo ser
más duro sin desencadenar una guerra comercial que debilite la recuperación mundial.
Aún así, es posible hacer algo. El Departamento del Tesoro podría calificar a
China como manipulador de su moneda, lo que claramente es. El gobierno podría
actuar más enérgicamente contra los subsidios chinos. La actual pasividad de
Estados Unidos alienta el nuevo orden mundial de China, con consecuencias
fatídicas para Estados Unidos y todo el resto del mundo.
© 2011, Washington Post Writers Group
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