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Hora de la Verdad en Europa

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Durante décadas, Europa ha
perseguido dos grandes proyectos políticos. Uno, es el de un estado democrático
proveedor de beneficios sociales, diseñado para mejorar la justicia económica
mediante una variedad de redes protectoras. El otro es el de la unidad europea,
simbolizada por la creación, en 1999, de una moneda única —el euro— utilizada
ahora por más de 16 países. El hecho de que ambos proyectos hayan contribuido a
los problemas de Irlanda sugiere que Europa podría estar al borde de una crisis
mayor.

Los problemas de Irlanda no son aislados y si
presagian una crisis más amplia, estarían indicando una peligrosa fase nueva en
el malestar económico global que se inició en 2007. Europa representa alrededor
de un quinto de la economía global, equiparable a la porción que representa
Estados Unidos.

Si el continente recayera
en una recesión, se intensificaría el nacionalismo económico en todo el mundo a
medida que la economía global, ya débil, se tambaleara y los países compitieran
por ventas escasas. Por ejemplo: Europa compra alrededor de un 25 por ciento de
las exportaciones de Estados Unidos, que sentirían el golpe. El proteccionismo
y las conductas predatorias se intensificarían.           

El programa de rescate
(según se informa, de 120.000 millones de dólares) que Irlanda está negociando
con otros miembros de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional
sostendría a los bancos irlandeses acuciados de pérdidas. El objetivo es
contener la caída para demostrar que Europa puede manejar sus propios problemas.

Pero hay mucho de bravata
en el rescate, porque algunos de los países que prestarán el dinero (Portugal,
España, Italia) están llenos de deudas y son posibles candidatos para futuros
rescates. Hasta Alemania y Francia tienen enormes deudas brutas que representaron
el 76 y 86 por ciento de sus economías en 2009. ¿Cuánta deuda nueva puede
apilarse sobre la vieja?  

Que Irlanda, después de
Grecia, esté sufriendo es irónico. Hasta hace poco, se la llamaba con
admiración El Tigre Celta, por emular a los países asiáticos atrayendo
inversiones extranjeras —Intel entre otros— y logrando un rápido crecimiento
impulsado por las exportaciones. De 1987 a 2000, el crecimiento económico anual
promedió un 6,8 por ciento; el desempleo cayó de un 16,9 por ciento a un 4,3 por
ciento. Pero después, el sólido crecimiento produjo un auge y una burbuja en la
vivienda, cuyo colapso dejó a los bancos irlandeses inundados en préstamos
insolventes.        

Una de las causas fue el
crédito fácil ocasionado por el euro. Con su propia moneda, Irlanda podía
regular el crédito. Si parecía demasiado abundante, el Banco de Irlanda podía
elevar las tasas de interés. Adoptar el euro significó que Irlanda entregara
este poder al banco Central Europeo (BCE), que establece una política para
todos los países del euro. Las tasas del BCE, aunque quizás correctas para
Francia y Alemania, fueron demasiado bajas para Irlanda y otros países.

Además, los mercados
financieros empujaron las tasas de los bonos gubernamentales de los países del
euro hacia abajo para bajar los niveles de Alemania. En 1995, las tasas de
Irlanda estaban más de un punto porcentual por encima de las de Alemania; en
2000, eran casi idénticas.  

            Irlanda
podría haber contrarrestado el crédito fácil aumentando los impuestos o
recortando sus gastos. Pero esto hubiera requerido un gran autocontrol. El auge
de la vivienda produjo un torrente de rentas públicas de la construcción, de la
venta de viviendas y del consumo inducido por la nueva riqueza. De 1996 a 2006,
los precios de la vivienda casi se cuadruplicaron. Los gastos de la
construcción pasaron a representar de un 11 a un 21 por ciento de la economía.
El presupuesto del gobierno presentó un excedente aún después de un incremento
en los gastos sociales y en salarios del gobierno más elevados. "Cuando tengo
el dinero, lo gasto", expresó un ex ministro de Finanzas. "Cuando no lo tengo,
no lo gasto".         

Y así es como llegamos a
la hora de la verdad. En Irlanda, la explosión de la burbuja de la vivienda
dejó un déficit presupuestario masivo y aumentó el desempleo a un 14 por
ciento. La mayoría de las economías europeas sufren los efectos de alguna
combinación de dinero fácil, gastos sociales insostenibles y grandes déficits
presupuestarios. Los países están interconectados, por lo que se producen
efectos de trasvasamiento. Los bancos europeos —liderados por bancos
británicos, alemanes, franceses y belgas— tienen 500.000 millones de dólares en
préstamos e inversiones en Irlanda, informa el Financial Times. Las grandes
pérdidas podrían agravarse provocando una crisis bancaria más amplia.       

El desafío de Europa ya no
es sólo económico. Es también social y político. Valores e ideas albergadas
durante largo tiempo se ven ahora asediadas. El euro, cuya intención era
alimentar la unidad, ha traído discordia mientras los diversos países echan
culpas y se pelean por tener que compartir costos. Se está volviendo a escribir
el contrato social, con un recorte de los beneficios y protecciones del
gobierno. En Irlanda, la coalición gobernante parece condenada; un partido
minoritario ha retirado su apoyo.

 

El rescate propuesto para
Irlanda, como anteriormente para Grecia, representa una apuesta a que Europa
puede detener las crecientes dudas y ganarse la paciencia de los titulares de
bonos y de los electores —es decir, que los inversores, en pánico, no continúen
deshaciéndose de bonos (de Irlanda y de otros países) lo que eleva las tasas de
interés y podría precipitar un colapso financiero; que los ciudadanos
ordinarios toleren la austeridad (mayor desempleo, menores beneficios sociales,
impuestos más altos) sin recurrir a protestas que paralicen las calles o a
coaliciones parlamentarias ineficaces. No está claro si la apuesta tendrá o no,
éxito; como tampoco lo están las potenciales consecuencias caóticas si no lo
tiene.

© 2010, Washington Post Writers Group

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