En honor a nuestros tíos
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El Día del Padre me pone sentimental. No importa que desempeñe un papel secundario con respecto al gran día, el Día de la Madre, que ha sido un feriado oficial en Estados Unidos desde 1914. El Día del Padre está en el calendario sólo desde 1972.
Anteriormente, en esta fecha, reflexioné sobre mi propio padre, que está a punto de cumplir 73 años y sobre mi papel como padre. Reconocí que criar, junto con mi esposa, tres hijos menores de 10 años es el trabajo más importante de nuestra vida. Ser padre es también una tarea que requiere de mí mi mayor humildad, pues siento que siempre cometo errores.
Sin embargo, este Día del Padre es triste, por lo que mi mente está en otra parte. O más bien, piensa en otra persona. Pienso en los parientes que ponen su hombro y hacen un esfuerzo consciente por involucrarse en la vida de los niños. Aunque no están obligados, y nadie se lo pide, tratan a los niños como si fueran suyos y se convierten en una figura paterna adicional. Es hora de celebrar a los tíos, especialmente los que causan una mayor impresión en sus sobrinos y afectan su vida positivamente.
Tuve la suerte de tener varios tíos de ese calibre. Mi padre tenía cuatro hermanos mayores y todos ellos me prestaron atención y apoyaron mis aventuras -o en algunos casos, mis desventuras. Pero el que invirtió más tiempo en mí y dejó su mayor impresión fue el tío Waldo, que falleció hace tres meses. Su cumpleaños hubiera sido la semana posterior al Día del Padre y hubiera cumplido 78 años.
Mi tío tuvo dos hijos. Mis primos eran de edad similar a la mía por lo que tuvimos mucho contacto de niños. Eso le dio a mi tío la oportunidad de cuidarme también a mí, lo que hizo, excepcionalmente, toda su vida. Hizo todo lo posible para asegurarse de que yo estuviera contento y tuviera éxito. Nos llevaba a mis primos y a mí al cine, a juegos y a partidos de béisbol para ver su equipo favorito, los Giants de San Francisco. Su vida cambió hace unos 35 años, cuando fue atropellado por un automóvil y quedó paralizado. Pero en las décadas siguientes, nunca lo vi sumido en la tristeza ni en la cólera.
Lo que vi es que se involucró aún más en la vida de los que lo cuidaban, y yo tuve el privilegio de estar entre ellos. Lo visitaba y hablábamos durante horas y nos reíamos, mientras se deleitaba en contarme sus recuerdos más vívidos -tanto los buenos como los malos.
Nacido en 1936 en la California Central, se crió en una época en que la discriminación contra los mexicano-americanos era un hecho de la vida y las oportunidades eran escasas. En aquel entonces, tener éxito significaba obtener un puesto de trabajo adentro, en algún lugar con aire acondicionado. La mayoría de los mexicano-americanos trabajaba en el campo, en las plantas de conservas o empaquetadoras.
Un día, mientras cosechaba algodón con el resto de la familia, cuando tenía unos 15 años, mi tío fue regañado por mi abuelo, que quería que fuera más como los otros jóvenes en el campo, que cosechaban con mucha más rapidez. Mi tío contestó que no quería destacarse en esa área, sino escapar de ella. Años después fue a trabajar al servicio forestal del estado, apagando incendios. Obtuvo ese trabajo cuando un bondadoso supervisor, italiano-americano, lo ayudó a completar los papeles porque, dijo mi tío, "nosotros que somos de minorías, tenemos que estar unidos". Finalmente, trabajó como investigador para la oficina del defensor público del condado, donde aplicó su español y su don de gentes para trabajar en defensa del debido proceso y de los derechos de los acusados.
Me gusta pensar que su contribución fue importante. Pero el mayor legado de mi tío Waldo es que fue, simplemente, un buen padre y un buen tío. Eso es suficiente.
Hoy, soy tío de seis niños -hijos de las hermanas de mi esposa. Paso mucho tiempo tratando de cuidarlos y asegurándome de que no les falte nada. Mis parientes políticos a veces parecen desconcertados y me preguntan por qué lo hago.
No tengo opción, les digo. Es la tradición de mi familia. Además, tuve un gran modelo.
Feliz Día del Padre, tío. Y gracias.
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