Semillas de vida
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A pesar de su estado de gravidez, llevaba un robusto bebé dormido sobre el hombro. De su mano pendía la manita de otro hijo pequeño. Junto a ella jugaba su primogénito con unas canicas. Cuando le tocó el turno de llenar la solicitud de trabajo, en el renglón de Ocupación, escribió: ninguna. El siguiente renglón, Sueldo devengado, lo dejó en blanco.
La contribución de las madres a la sociedad es una labor callada, silenciosa, por la que no se recibe ni sueldo ni honorarios. Dicen que lo mejor de la vida es gratis, y tal vez por eso es que ni las mismas madres son conscientes del incalculable valor que su trabajo representa. El trabajo de las madres no se puede comprar ni pagar, porque no existe una fórmula para ponerle precio. Tiempo, costo, y calidad en la crianza de un hijo… el esfuerzo depende de la madre, el resultado no.
¿Cuánto valen las semillas que se siembran en el corazón de un hijo? ¿Las ideas que se fijan en su mente? ¿Los principios que se forjan en su espíritu? En el regazo de las madres de ayer se formaron los grandes hombres y mujeres de la historia, y en los regazos de las madres de hoy se están formando los grandes hombres y mujeres del futuro.
La fuerza de las sedimentaciones culturales a lo largo de los siglos ha plasmado mentalidades e instituciones que repercuten en la desvalorización de la mujer como persona. Las Iglesias, todas, deben oponerse firmemente con acciones específicas, enérgicas e incisivas a las diversas formas de discriminación y de abuso de la mujer. Su dignidad, gravemente vulnerada en la opinión pública por la desmedida importancia que los medios de comunicación dan a la exposición de su aspecto físico, particularmente a su cuerpo desnudo, en prensa, televisión y cine, contribuye a promover un modelo de mujer sensual sin cerebro, en detrimento de la promoción de otras cualidades y talentos que serían de enorme beneficio a la sociedad.
Es necesario hacer hincapié en la realidad y en los problemas de las mujeres en su conjunto, y reconocer los enormes condicionamientos que en todos los tiempos de la historia y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente, e incluso reducida a objeto sexual.
El abierto reconocimiento de la dignidad personal de la mujer constituye el primer paso para promover su plena participación tanto en la vida social como en la vida pública y profesional. Si es éste un deber de todos en la sociedad, lo es de modo particular de las mujeres mismas, las cuales deben sentirse comprometidas como protagonistas en primera línea. Todavía queda en el mundo mucho por hacer para destruir aquella injusta y demoledora mentalidad que aún considera al ser humano como una cosa, como un objeto de compraventa, como un instrumento de placer; tanto más cuanto la mujer misma es precisamente la primera víctima de tal mentalidad.
La pregunta tan aguda acerca del espacio que la mujer puede y debe ocupar en la sociedad es cada día más insistente. Los recursos personales de la femineidad no son ciertamente menores que los recursos de la masculinidad; son sólo diferentes. El mundo clama por una "humanización" de las relaciones humanas. La condición para asegurar la justa presencia de la mujer en la sociedad es la de promover la conciencia de que la mujer, con sus dones y cualidades propias, tiene la específica y urgente tarea de aportar la visión femenina a los diferentes campos del saber, la cual exige una mayor participación suya: nutrir con valores humanos a la sociedad que en los momentos presentes tiene hambre de compasión, responsabilidad y ternura.
En el rostro de la mujer es posible reflejar la belleza que es espejo de los más elevados sentimientos de que es capaz el corazón humano: la ofrenda total del amor a los hijos, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad ilimitada, la laboriosidad infatigable, la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo.
En la celebración del Día de las Madres se hace un reconocimiento a aquellas mujeres que se han separado de la cultura de oropel para incursionar en tareas conectadas al servicio de la familia, a la ciencia, a las diferentes profesiones; y a todas aquellas mujeres que en silencio nutren sus comunidades con su talento y entusiasmo para ampliar la conciencia universal del valor humano.
El desenterrar los valores esenciales y las cualidades eternas, el compartir con los demás creatividad, intuición e inteligencia, puede influir poderosamente en que surja un mundo nuevo a partir de una semilla nueva. Un mundo inédito, pacífico y armonioso.
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