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Nancy Pelosi y su lucha por mantener el poder

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 Nancy Pelosi, la multimillonaria presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU. y una de las mujeres más influyentes del país, lucha por mantenerse en el poder enarbolando, una vez más, la bandera de la clase media.

La primera mujer que sostuvo el mazo de la cámara baja -que la convierte en la número dos en la línea de sucesión presidencial- llega a las elecciones legislativas del 2 de noviembre con tres medallas en el pecho.

Todas se las colgó en una sola votación, la que en noviembre de 2006 la convirtió en la sexagésima presidenta de la Cámara, la primera de sexo femenino y, constitucionalmente, la mujer más poderosa de Estados Unidos.

La carga no era ligera, pero sus compañeros de partido sabían que bajo su sonrisa dibujada a base de cirugía estética y su declarada afición al chocolate se escondía la disciplina necesaria para liderar el partido.

Pero cuatro noviembres después, el mazo que entonces agarró con guante de hierro parece resbalar de sus manos.

Su popularidad, según las encuestas, se sitúa en el 29 por ciento, el nivel más bajo desde que asumió su cargo, dañada por la desconfianza de los independientes y arrastrada por las medidas más cuestionadas del presidente Barack Obama, como la reforma de salud.

A sus 70 años, su imagen de incansable defensora de la clase media nunca ha convencido a los republicanos, que ven en ella a una mujer recauchutada, impecablemente vestida por modistos caros y orgullosa esposa de su marido, el multimillonario inversor Paul Pelosi.

Y ahora ya no convence a muchos de sus propios correligionarios, algunos de los cuales se han distanciado de ella en sus campañas y han prometido que no la votarán para la presidencia de la Cámara si es que mantienen la mayoría cuando se forme el nuevo Congreso.

La pregunta entonces es, ¿cómo aceptará Pelosi volver a un segundo plano y recortar sus atribuciones a las de la agenda de su partido?

Pero ella no contempla esa posibilidad. Y fiel a su carácter luchador e indómito, siempre dice: "A un boxeador o a un atleta no se le pregunta qué va a hacer si pierde. Sólo piensa en ganar".

Nacida en 1940 en Baltimore (Maryland), de donde su padre fue alcalde durante 12 años, Pelosi se crió en una familia acomodada de larga tradición política y dirigida por una madre feminista.

La joven Nancy empezó pronto a mostrar su determinación y se convirtió, a los siete años, en la "secretaria" de su siempre atareado hogar.

Aunque nunca dejó de hacer gala de sus profundas convicciones demócratas, Pelosi, licenciada en ciencias políticas por el Trinity College de Washington, se casó como una señorita de la alta sociedad en 1963, y no saltó al estrado político hasta los 47 años, cuando el más joven de sus cinco hijos acabó la educación secundaria.

Paul Pelosi la llevó a San Francisco, donde ocupó pequeños cargos en el Partido Demócrata de California.

En 1987 logró ser elegida congresista por un distrito marcadamente demócrata que sólo cuenta con un 9 por ciento de votantes republicanos, y desde entonces se ha aferrado a un escaño que los demócratas tienen ganado antes de cualquier votación.

Cuando el descalabro demócrata en las elecciones de 2002 llevó a la retirada del líder de la minoría Dick Gephardt, Pelosi se hizo con el control de la agenda de su partido, aupada por un amplio consenso entre sus correligionarios.

Ahora que parece que esos aplausos se dispersan, la siempre conciliadora Pelosi prefiere no hablar de críticas a su gestión, sino de "desacuerdos" dentro de un partido "plural y diverso".

Ni siquiera cuando el propio Barack Obama, una de las figuras más beneficiadas por su apoyo y a quien ha respaldado en los últimos dos años contra viento y marea, no ha empleado demasiados esfuerzos en defenderla durante esta campaña.

Pero lejos de dejar que le tiemble el pulso, Pelosi ha optado por repetir su consigna favorita, que, gane o pierda, sigue encajando con la del presidente: "No se trata de mí, se trata de la clase media".  

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