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Hinchas de corazón y hasta la muerte

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(izq. a der.) la argentina Daiana Gerardi, el ecuatoriano Pedro Ducos y el estadounidense de herencia costarricense Martín Monge. Samantha Madera/AL DÍA

Es todo o nada. El fútbol tiene el poder de generar el sentimiento más eufórico de felicidad o la tristeza más arrasadora de la derrota que queda indeleble en la historia. 

Todos los días alrededor del mundo hombres, mujeres y niños salen a la calle para jugar un partido de 'fut', de preferencia con un balón, o a falta de éste cualquier objeto de peso que se pueda patear.

Esta competencia de la calle se convierte en gloria absoluta para los gigantes del balón que en cada Copa del Mundo juegan con una nación entera siguiendo sus talones.  

Lo que hace del Mundial el espectáculo más grande del mundo son los momentos en los que lo impensable puede suceder. Estoy hablando de instantes en los que recuerdas exactamente donde te encontrabas cuando sucedieron: de la tarjeta roja más rápida en la historia del Mundial, a solo 56 segundos de haber comenzado el partido, con la suspensión del uruguayo José Batista, de "la mano de Dios" en México 86' o del escorpión de René Higuita en el partido de Colombia vs Inglaterra (1995).

Pero más allá de la afición mundial por el amor mismo a este deporte, se encuentra la afición por el fútbol en Latinoamérica. 

La convulsión que el fanatismo provoca en el continente más homogéneo del planeta se ha convertido en un patriotismo deportivo que en gran parte ha diseñado una identidad cultural que ha dominado en cada rincón de Latinoamérica.

"Déjense de pavadas. La patria no es el fútbol, sino la milonga y el dulce de leche"

Fue Jorge Luis Borges quien alguna vez dijo que "el fútbol es popular porque la estupidez es popular", en su momento una crítica frente a la manipulación del sentimiento nacional creado por la dictadura argentina que hacia 1978 fue anfitriona de la Copa Mundial en plena crisis de derechos humanos en ese país.

Manipulación mediática o no, el fútbol se ha consagrado como parte de la identidad latina que traspasa fronteras y se lleva aun cuando se emigra a otros países.

"El fútbol alborota las identidades culturales, que suele ser algo muy emocional. Nos hace sentir orgullo y nos ayuda a olvidar cosas como la pobreza, la violencia y la intolerancia", dijo la colombiana Emma Restrepo, residente de Filadelfia.

Nacida en Bogotá, desde muy niña se dio cuenta que existía el fútbol y comenzó a jugarlo en la calle con otros chicos. Aunque no había otras niñas con las que practicar, nunca sintió una barrera de género a la hora de jugar, de hecho, asegura que patea muy bien el balón.

"Yo me crié con hermanos que no son muy fanáticos del deporte. Pero llegaba el Mundial y tenías que seguir los juegos y las eliminatorias. La gente se afilia a un equipo... Se nace con eso y es parte de tu socialización", dijo Restrepo.

En Colombia, como en la mayoría de los países latinoamericanos, es el deporte principal y el más accesible para la comunidad.

"Lo único que necesitas es un par de tenis, una camiseta y unos shorts. En ese sentido es bonito, hay tantos parques en las ciudades y la mayoría tienen cancha de fútbol entonces se vuelve una oportunidad de apertura. No importa cuánto tienes, dónde estudias o dónde vivas. Lo que importa es que seas buen jugador y ahí te juegas tu liderazgo y te juegas a ti mismo", dijo Restrepo.

Históricamente se concede a Inglaterra la estructuración del fútbol como deporte y fueron los inmigrantes ingleses los que se encargaron de inaugurar los primeros clubes de fútbol en Buenos Aires, en Montevideo y en Río de Janeiro.

"Lindo viaje había hecho el fútbol: había sido organizado en los colegios y universidades inglesas, y en América del Sur alegraba la vida de gente que nunca había pisado una escuela", explica el artículo "El fútbol en América Latina".

Para la celebración de la primera Copa Mundial en 1930, la FIFA le concedió el primer Mundial a Uruguay, país en que se vivió la primera final y la primera leyenda. Los uruguayos resultaron campeones y las celebraciones se prolongaron en Montevideo durante varios días y el día después de la victoria, el 31 de julio, se decretó fiesta nacional.

"Cuando juega Uruguay la gente en general no va a trabajar, o el partido se mira en las oficinas. Normalmente antes del encuentro las familias o grupos de amigos se juntan a comer asado", dijo el estudiante Uruguayo Santiago Paternain.  "Los bares se llenan y si el equipo gana todo Montevideo (la capital) se junta frente al municipio a festejar por unas cuantas horas", agregó el uruguayo, quien actualmente reside en Filadelfia como estudiante de doctorado en ingeniería en sistemas en la Universidad de Pensilvania (UPenn).

El Súper Clásico de Argentina y Uruguay es uno de los más antiguo del mundo en su género, y la rivalidad entre estos dos vecinos no se ha limitado a la cancha de fútbol.

Pero para la argentina Daiana Gerardi, residente de Filadelfia desde hace cinco años, la rivalidad futbolera se ha dado entre Argentina y Brasil. "Crecí en el área de Posada Misiones, al noreste que limita con Paraguay y Brasil, con esa tensión y el sentimiento de competencia a pesar de que mi abuela era brasileña. Así que si pierde Argentina sigo con Brasil".

La fanática agregó que desde muy pequeña se empieza a seguir a un club y a "amar" al equipo. "Ni te digo del Mundial, es algo inalcanzable que llega cada cuatro años y que todo el mundo vive, lo palpita y que paraliza a la ciudad. A donde vayas la ciudad se tiñe de blanco y de celeste".

Un deporte sumamente emocional en el que las celebraciones públicas te unen con gente que ni siquiera conoces, durante 90 minutos te comes las uñas a la espera de la victoria o la amarga derrota.

"Durante el partido, en ese momento uno valora tanto la patria y te sientes orgulloso de ser argentino", dijo Gerardi. "En el 2010 cuando perdió el equipo yo no lo podía creer. Lloré y una amiga brasileña que tengo lloró conmigo siendo que Brasil no había perdido. Este año creo que hay excelentes posibilidades de que lleguen a la final".

Paulo Ferreira (der.) fomenta la afición por el fútbol a través de la escuela local American Futsal Academy (AFA).

Paulo Ferreira, jugador y entrenador de fútbol, difiere en esto último. 

"En el mundial la afición pasa de ser una religión a una locura y creo que Brasil ganará al 100 por ciento En nuestras venas no corre sangre, corre fútbol. Porque sufrimos demasiado con él, ya sea con nuestro club o la selección nacional. Aprendemos a amar el fútbol de una manera muy especial y diferente a como se vive aquí", dijo Ferreira.

Ferreira nació en Portugal pero ha mantenido una fuerte conexión en Brasil donde ha pasado gran parte de su vida. Explicó que en el Brasil el fútbol es el deporte número uno, ya que no existe otro que se le compare.

El entrenador está fomentando esta afición en Filadelfia a través de la escuela American Futsal Academy (AFA), institución de la cual es co-fundador. En los últimos cinco años, AFA se ha convertido en una de las principales escuelas de 'futsal' en Pensilvania y hasta el momento ha ganado 14 títulos regionales y 19 campeonatos estatales.

"Entrenamos a niños en el deporte del fútbol al estilo de Messi, de Neymar, de Cristiano, de Ronaldinho. Les enseñamos a pensar rápido en pasos cortos, a mantener la calma y tener seguridad en si mismos. Cuando se está en una cancha de fútbol hay muchos espacios para correr y no hay en donde esconderse. Siempre les digo que tienen en sus manos un sueño que pueden hacer realidad", dijo el entrenador.

En el programa se pueden encontrar niños de muchos orígenes, incluyendo hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, argentinos, brasileños y estadounidenses.

Si el fanatismo en Latinoamérica nace a muy temprana edad, la mayoría de los aficionados sienten una gran necesidad por continuar la tradición de este deporte. Con el crecimiento de la comunidad latina también se han creado muchos más equipos locales que desde hace tiempo practican cada domingo sin falta su partido de fútbol.

desde hace varios años el mexicano Carlos Rojas (izq.) entrena al equipo del 'Galaxy', de South Philly, conformado por  jóvenes mexicanos que no quisieron perder su afición por el fútbol al mudarse a Filadelfia. Samantha Madera/AL DÍA

"Cuando yo llegué a finales de los noventa todavía no había la comunidad suficiente que le interesara tener una liga de fútbol. Pero en México el fútbol es como una religión porque la vivimos, como la misa, cada domingo. Yo ya estoy puesto para el Mundial para ver todos los partido de la selección mexicana", dijo Carlos Rojas, entrenador del equipo 'Galaxy' de South Philly.

Este último equipo forma parte de la Liga México 2000, comenzada en 1998 por Jorge Mado, quien trabajaba en el Consulado de México en Filadelfia, y que oficialmente arrancó en el año 2000.

"Los mismos equipos solventan los gastos y tenemos patrocinadores. Es difícil pero poco a poco hemos trabajado, también hemos batallado con todo pero no me imagino a la comunidad mexicana sin fútbol", dijo Raúl Negrete, presidente de la liga.

En 14 años desde su fundación se han logrado crear 34 equipos que no solo le han dado una cancha de juego a los jugadores mexicanos, sino a latinoamericanos de muchos orígenes e inclusive inmigrantes de otras partes del mundo.

"Hay de todo, vienen jamaiquinos, africanos, guatemaltecos, salvadoreños y hasta japoneses", dijo Negrete. 

El equipo del Galaxy se enfrentó a equipo Philadelphia el pasado 8 de junio, partido en el que resultaron vencedores con el marcador 3 - 2.

En el caso del costarricense Samuel Mora, tras 25 años de vivir en Filadelfia su afición no ha hecho más que crecer. "Venimos de una descendencia de muchos años y es una tradición. Yo soy Tico número pero también me gusta mucho el Philadelphia Union".

"El fútbol es la vida. Lo juego con todo, hasta con piedras jugaba a veces en la calle desde los tres años, siempre sigo todos los equipos" dijo Martín Monge, nacido en Arlington Virginia pero de padres costarricenses.

Y es que dicen que cuando uno sigue a su equipo se debe seguir hasta la muerte, no por nada se lleva al escudo en el lado izquierdo de la playera, justo en el corazón.

"Algo que es muy particular en Latinoamérica es que uno sigue a su equipo y a nadie más. En el momento en que tu equipo deja de participar en la competencia ya no importa, es lo único que interesa y para eso vivimos", dijo el ecuatoriano Pedro Ducos, estudiante de doctorado en Física en la Universidad de Pensilvania (UPenn).

Un verdadero hincha desde los cuatro años, cada vez que regresa a Ecuador lo primero que hace es comprar un boleto para ir al estadio. Su equipo por excelencia es la Liguilla de Quito.

Asegura que en Latinoamerica uno es parte del equipo, uno va y se sienta en las gradas. "No solo para ver sino para alentar a los jugadores, a aclamarles cuando hacen algo bien", dijo Ducos. "En el Mundial por supuesto que apoyo a Ecuador y siempre voy por los equipos latinoamericanos y nadie más. En cuanto los latinoamericanos salen, yo también salgo yo de la competencia".

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