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En "Open. An Autobiography", el tenista André Agassi relata sin tapujos la historia de una vida marcada por un padre obsesionado por el tenis. 

“Todo partido es una vida en miniatura” - Open, André Agassi - Crítica de libro

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André Agassi asegura que ha odiado el tenis toda su vida. “Detesto el tenis, lo odio con toda mi alma, y sin embargo sigo jugando, sigo dándole a la pelota toda la mañana, y toda la tarde, porque no tengo alternativa”.  Así lo cuenta en Open, una autobiografía publicada en 2014 en la que el famoso tenista americano relata sin tapujos una vida marcada por este deporte que siempre quiso dejar. “Esta ha sido la esencia de mi vida: una contradicción entre lo que quiero hacer y lo que de hecho hago”, escribe.

Nacido en el seno de una familia de clase media de Las  Vegas (Nevada), Agassi vivió una infancia marcada por un padre obsesionado por el tenis. Sus tres hermanos mayores ya practicaban este deporte, pero André, el benjamín, era el mejor de todos. Y eso no le pasaba por alto a su padre, Mike, un inmigrante iraní, que durante su juventud en Teherán acabó convertido en el cuidador de unas pistas de tenis donde jugaban los soldados británicos. Empezó de recoge-pelotas, y terminó ocupándose de regar las pistas y pintar las rayas blancas.  En recompensa, los soldados le pagaron con "una raqueta de tenis destrozada”, recuerda André en sus memorias. 

En Irán, sin embargo, nadie jugaba al tenis. Así que el padre de André cambió el tenis por el boxeo, llegando a formar parte del equipo olímpico iraní, aunque nunca ganó una medalla.

 “Pero mi hijo... tal vez vuelvan a admitir el tenis como deporte olímpico y mi hijo gane una medalla de oro y compense lo mío”, decía su padre, poniendo más presión sobre su hijo pequeño. Mike Agassi estaba dispuesto a que su hijo pequeño se convirtiera en el campeón del mundo, al precio que fuera.

A los siete años, Agassi estaba obligado a entrenar cada día con el “dragón”, una máquina lanzapelotas diseñada por su padre, que “escupía fuego por la boca”, recuerda.  La máquina le daba miedo, como su padre, cuyas amenazas eran continuas: si perdía un torneo, su enfado era temible. Su padre apostaba dinero en sus partidos. Su padre le daba pastillas de speed antes de un partido.

En la cancha,  el pequeño Andre hablaba consigo mismo, repitiéndose  lo mucho que detestaba ese juego, pero que no podía dejar.   

“El tenis es un deporte en el que hablas contigo mismo... Solo los boxeadores pueden entender la soledad de los tenistas”, escribe Agassi. Su padre, ex boxeador, nunca pareció compartir esta empatía con su hijo tenista, que vivió una infancia viajando de torneo en torneo, sin apenas tiempo para estudiar y jugar con los amigos.

Al finalizar el colegio en Nevada, Agassi ingresó en la Academia de Tennis de Nick Bollettieri, “un lugar que la gente le gusta llamar un campamento militar, pero en realidad es un campo de prisioneros glorificado,” escribe, recordando su adolescencia en Florida. 

Al salir de allí, su carrera se convirtió en una maratón de títulos de ATP,  lesiones, varios dopajes y dos matrimonios, primero con la actriz Brooke Shields y después con Stefie Graf, con quién tiene dos hijos. No fue hasta el año 2006, marcado por una severa lesión de espalda, que Agassi decidió poner fin a su carrera.

“Para mis hijos, mi retirada equivale a un cachorro. Stefanie y yo les hemos prometido que cuando deje de entrenar, cuando dejemos de viajar por todo el mundo, podremos comprar un cachorro. Tal vez lo llamemos Cortisona”, bromea Agassi horas antes de su mítica victoria contra Bagdhatis en la final del US Open, en 2006. En este capítulo, Agassi está intentando relajearse en la suite del hotel Four Seasons de Nueva York, uno de “esos no-lugares en los que existimos como deportistas” . Está muerto de pánico. Teme que su  dolor de espalda, que solo puede calmar con inyecciones de cortisona, le haga perder contra Bagdhatis, mucho más joven que él. 

“Ventaja, servicio, falta, rotura, nada, los elementos del tenis son los mismos que los de la vida cotidiana, porque todo partido es una vida en miniatura”, piensa Agassi, en tono melodramático, mientras espera la hora de su último partido.

Los toques de sensacionalismo y heroísmo se entremezclan con el estilo ameno del escritor y periodista JR Moehringer, amigo del tenista, que editó el libro tras horas y horas de entrevistas. La intervención de Moehringer es muy evidente, especialmente cada vez que aparecen frases que podrían ser titulares de diario – “Agassi tomó Meth”, “siempre he odiado el tenis” - , así como en la estructura seriada del texto, un tanto “peliculera”.

Está claro que el objetivo de este tipo de autobiografías es “ensalzar la figura del personaje, realzar los méritos del tenista” , en lugar de hacer un ejercicio de autocrítica, observa Geoff Dyer en The Guardian. En un fragmento del libro, Agassi dice haber sido siempre “una persona honrada” mientras se prepara para dar una respuesta rebuscada y poco convincente sobre cómo dio positivo en un test de dopaje.

 Aun y así, hay algunas revelaciones auténticas. Por ejemplo, descubrir que larga cabellera que lucía Agassi en 1990  era falsa. Su pelo se  desintegró en la ducha, tras la final de French Open, revela el deportista en sus memorias. Sin embargo, no fue hasta 1996 que Agassi descubrió públicamente que se había quedado calvo como una pelota de tenis.

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