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La crisis económica en EEUU está castigando con especial dureza a los inmigrantes, que no sólo tienen que ajustarse el cinturón sino que también se privan de viajar a sus países o enviar regalos navideños.

Las agencias de viaje del área de Washington, por ejemplo, han registrado un descenso en las ventas de boletos a América Latina para la época navideña y, en casos extremos, la falta de trabajo incluso ha obligado a muchos inmigrantes indocumentados a regresar indefinidamente a sus países.

A principios de esta década, los inmigrantes con escasas destrezas laborales gozaban de una bonanza económica aparentemente inagotable, reflejada en la gran cantidad de empleos disponibles en el sector de la construcción o de servicios.

En los centros laborales del área de Washington, los jornaleros podían contar con trabajos de pintura, jardinería, limpieza o pequeñas labores de reparación, sin ninguna competencia de los trabajadores estadounidenses.

Esa bonanza alimentó el incesante envío de paquetes y remesas a la región, que sólo a México fue de unos 24.000 millones de dólares en 2007.

Pero vino la crisis, espoleada por la debacle del sector inmobiliario, y se han esfumado los sueños de muchos inmigrantes, que por nostalgia o tradición hacen su peregrinaje navideño, repletos de maletas y regalos, a visitar a sus familiares.

Los efectos de la crisis se palpan en los centros comerciales y en restaurantes en casi todos los rincones del país, ya que el desempleo y el miedo a más despidos ha obligado a muchos a prescindir de gastos superfluos.

En el suroeste del país, las caravanas de vehículos en los cruces fronterizos no son ni sombra de las de años anteriores. De hecho, las autoridades consulares mexicanas en Houston (Texas) han registrado un descenso en el número de "paisanos" que viajan a su país en esta época de fiestas.

Si bien nadie en Estados Unidos ha estado completamente a salvo de la crisis económica, la recesión ha afectado especialmente a los inmigrantes indocumentados, que tienen menos posibilidades de encontrar empleo para sobrevivir.

Según un análisis del Centro Hispano Pew, divulgado la semana pasada, el número de inmigrantes latinos en la fuerza laboral activa estadounidense ha caído, aunque levemente, en esta recesión.

Así, el porcentaje de inmigrantes latinos que son activos en la fuerza laboral cayó en un 1,1 por ciento, es decir del 72,4 por ciento en el tercer trimestre de 2007 a 71,3 por ciento en el tercer trimestre de 2008.

La caída fue casi el doble entre los inmigrantes mexicanos y entre los extranjeros que llegaron a Estados Unidos a partir de 2000.

La tasa de desempleo entre los inmigrantes hispanos en el tercer trimestre de 2008 fue del 6,4 por ciento, comparado con el 6,1 por ciento de toda la fuerza laboral, y del 9,6 por ciento para los latinos nacidos en EEUU.

La cifra de desempleo entre los inmigrantes latinos sería del 7,8 por ciento, o un incremento de 3,3 puntos porcentuales sobre el tercer trimestre de 2007, si se tomaran en cuenta a los que abandonaron por completo la fuerza laboral.

El Centro Hispano Pew, que se apoya en datos de la Oficina del Censo, enfatizó que es imposible determinar con certeza si los latinos excluidos de la fuerza laboral han regresado a sus países de origen.

Pero al cerrarse el grifo de empleos también ha mermado la inmigración hacia Estados Unidos. Según la Oficina del Censo, el flujo migratorio hacia este país disminuyó drásticamente en 2007, ya que EEUU sumó medio millón de inmigrantes, en comparación con 1,8 millones el año anterior.

No es descabellada la idea de que, a falta del imán de trabajos que los atrajo a EEUU, muchos indocumentados hayan decidido regresar a sus países, donde al menos los esperan amigos y familiares.

La crisis económica ha puesto de cabeza la premisa de que valía la pena arriesgar la vida en el cruce ilegal hacia Estados Unidos si había garantías de un trabajo bien remunerado.

Ahora, la tentación de regresar con los suyos es grande, ante la cruda realidad de que, para millones de trabajadores, las condiciones en Estados Unidos -¿quién iba a creerlo hace unos años?-, van de mal en peor.

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