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Richardson y 49.999.999 hispanos más

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El que Barack Obama nombrara al gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, al cargo de Secretario de Comercio no es ninguna sorpresa. El anuncio fue como si llamara al anterior presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, a volver a servir a la presidencia.

Con un papel digno de los talentos de Richardson, el equipo económico de Obama parece estar camino a lograr que el combustible de la economía – o sea, el crédito – vuelva a fluir. El papel que jugará Richardson será transformar la antigua economía comercial en una nueva.

Al juzgar la forma en que Richardson lideró en Nuevo México, y la nada despreciable revolución verde que fomentó, él le traerá a la administración la tónica que le hace falta – el éxito en crear la coherencia.

Sin embargo, esta nueva administración puede estar creando una brecha de insinceridad. Richardson, el solo gobernador hispano de la nación, es un ofrecimiento a la nación, y no por completo un gesto a los dirigentes por el papel que jugaron los latinos en la elección.

Hasta sacar a la luz los nombramientos a la Casa Blanca de Cecilia Muñoz, becada de la fundación MacArthur y vicepresidenta del Consejo Nacional de La Raza, para dirigir Asuntos Intergubernamentales, y de Louis Caldera, exsecretario de las fuerzas armadas, como director de la Oficina Militar de la Casa Blanca, parecieron un intento torpe de aparentar, en vez de ser, sensibles.

Aquellos hispanos ya en plan de trabajar para la transición o identificados para posibles papeles en la nueva administración cuentan con impresionantes credenciales. Uno del grupo de políticas es hasta laureado Nobel.

Pero el equipo de Obama parece estar dormido frente a esto, con el resultado que dan la impresión que ser esnob es más importante que la participación – fingiendo que no asistieron todos a las mismas escuelas prestigiosas, y encontrando la diferencia dentro de la igualdad.

El nombrar a Rahm Emanuel como director de personal fue posiblemente una movida pragmática. No obstante, él es el que advirtió a los demócratas que huyeran del tema de la inmigración en el 2006.

En aquel entonces, 104 miembros del grupo en contra de la reforma migratoria dentro de la Cámara de Representantes iban a la deriva y querían hacer criminales de los inmigrantes indocumentados.

Sus jugarretas no sólo representaron una cachetada a los 50 millones de hispanos, sino que nos llevaron, como nación, a un desorden en temas de derechos humanos que promovía valores que van en contra de nuestra propia Constitución.

Si Obama va a asumir la pose al estilo de Franklin Delano Roosevelt, quien aconseja al público que no hay nada que temer que el mismo temor, entonces debemos reconocer que al ser confrontado con el miedo, Emanuel les dijo a sus colegas que corrieran.

El pueblo habló en el 2006, y diez de los fanáticos del Congreso salieron vencidos. Y en el 2008, dos de sus dirigentes, James Sensenbrenner y Tom Tancredo, optaron por no postular a la candidatura. Catorce de los republicanos acérrimos contra la inmigración de ese grupo fueron vencidos en las urnas.

La “inmigración”, tal como “la economía” y “la salud” no son simplemente temas. Son valores de vanguardia que requieren una atención sostenida. Son medidas por las que determinamos si tenemos una nación decente, bien administrada.

La lección negativa parte de la administración de Bush, la cual entró en la bancarrota intelectual y política antes que cayeran la vivienda, la banca y las finanzas como fichas de dominó.

Presidente de la mayoría en el Senado, Harry Reid (demócrata por Nevada), dijo a finales de noviembre que su cámara trataría los difíciles temas de la inmigración y de la salud en la siguiente sesión.  Esto envía un mensaje.

Hasta el momento, el gobierno de Obama enumera a la inmigración como uno entre 24 temas categóricos en su sitio web. Así no luce la atención prioritaria a un tema. Lo que tiene que atender es a sesenta y siete.

Ese es el porcentaje de latinos quienes votar por Obama. No es que Obama les debe algo, más bien es que ni él, ni su gente, puede darse el lujo de menospreciarlos.

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