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A ponerse vivo con la muerte

El día de muertos es una tradición cultural que se vive en casas de Filadelfia. 

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El amor a la muerte, el miedo a la muerte, el respeto a la muerte, la añoranza por la muerte, el sabor de la muerte, el calor de la muerte, el vivir de la muerte, el día de la muerte.

Son estas expresiones con las que los mexicanos conjugan su relación con el final de la vida, con la palabra temida, con la innombrable, con el lado aquel que le da valor a despertar todos los días.

Arraigado en México desde antes de la conquista española, el culto a los muertos no sólo sirve para recordar a quienes se han ido, sino para darles la bienvenida a este mundo cuando realizan sus visitas el 1 y 2 de noviembre.

En Filadelfia esta tradición continúa en casas de inmigrantes que no saben de fronteras ni distancias cuando de recordar a sus muertos se trata.

“Significa algo muy grande para recordar a quienes se murieron”, dijo Maximino Sandoval, mejor conocido como Charro Negro entre la comunidad mexicana.

“Para mí es algo importante porque este año perdí a mis abuelos y no pude verlos antes de que murieran”, dijo. “Y ellos fueron los que me enseñaron esta tradición de recordar a quienes ya se fueron”.

Para traer de vuelta esas memorias, las personas en sus casas ponen altares con fotos de sus amigos y familiares muertos junto con los platillos, los dulces, las frutas y las bebidas que más disfrutaban en vida.

“Llegan los muertos y si no les pones nada quiere decir que no los quisiste”, dijo. “Si la tradición no se sigue, nos vienen a jalar los pies”.

Y aunque nunca se los han jalado, el Charro Negro dice que no se espanta y que sería bueno que sus muertos se dieran una vuelta por su casa.

“Yo les voy a poner su comida y les voy a rezar un rosario”, dijo. “Pero estaría bueno que me jalaran los pies para ver qué se siente”.

De acuerdo con la tradición, las almas de los muertos llegan hasta sus altares siguiendo el camino que se marca con caléndulas, flores amarillas o anaranjadas que en México se conocen como cempasúchil; con velas y caminos de cal, aunque la tradición varía según la región del país.

Cempasúchil es un vocablo nahua—la lengua de los aztecas—que significa 20 flores, quizás explicando la apariencia abultada de esta flor.

El inicio de esta tradición está detallado en códices de la época de la conquista española, en la que los europeos detallan ritos indígenas que parecían mofarse de la muerte.

De acuerdo con información de la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de México, el culto a los muertos era parte fundamental dentro de la cosmogonía de los pueblos del centro del país.

Para ellos la muerte, que era una continuación de la vida, jugó un papel importante, como lo demuestran la infinidad de piezas arqueológicas que hacen referencia a los dioses que regían el inframundo prehispánico.

Dentro de las creencias prehispánicas se establecía que las ánimas iban a tres lugares distintos según su tipo de muerte.

Las festividades se realizaban durante el noveno y décimo mes del calendario azteca y eran regidas por la diosa del inframundo Mictecacihuatl. 

Tras la conquista española, el culto primero quiso ser erradicado pero terminó con un matiz distinto en el que la muerte era vista como el final de la vida, y las ánimas iban al cielo o al infierno según su vida en la tierra, establece la CDI.

Que la celebración se realice a principios de noviembre, tiene su origen con el Papa Gregorio IV, quien en 835 de nuestra era estableció el 1 de noviembre como el Día de Todos los Santos.

En el siglo X, el rito católico introduce al  2 de noviembre como el Día de los Fieles Difuntos, fecha en la que los Santos abogan por los almas en el purgatorio para que alcancen el descanso eterno.

La mezcla de culturas dio como origen a la tradición que se propagó por todo México, especialmente entre las culturas indígenas y que ha sido considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Además de los altares, los pueblos mexicanos realizan procesiones religiosas, limpian las tumbas, escriben rimas (calaveras) que hacen burla de la muerte y de personajes conocidos en la comunidad, hornean un pan redondo con formas de huesitos como adorno y hacen cráneos de dulce con nombres de personas en la frente.

Para los mexicanos la muerte es motivo de cariño y burla, aunque claro, nunca deja de doler.

A ella se le llama Flaca, Huesuda, Parca, Catrina, Pelona o Calaca; ha sido motivo de rimas, grabados y pinturas, como los de José Guadalupe Posada, de los que el muralista Diego Rivera toma a la clásica Catrina para colocarla en su trabajo Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.

A final de cuentas, la celebración de Día de Muertos es para ponerse muy vivo y recordar que lo único seguro es la muerte.

Celebre el sábado el día de los muertos en El Huarache Azteca. Más información en el 215 775 1176.

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