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Reloj de arte en la construcción cerca del ahora cerrado ‘Heroin Corridor’ en Kensington. LWJ Photo
Reloj de arte en la construcción cerca del ahora cerrado ‘Heroin Corridor’ en Kensington. Foto: LBW

[OP-ED] Llegó la hora de inyectar un poco de sentido común a la batalla contra la drogadicción

En Pensilvania se han malgastado miles de millones de dólares para frenar las muertes por sobredosis en las últimas décadas.

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En situaciones desesperadas hacen falta medidas desesperadas.

A principios de los años 90, la desesperante realidad de que las muertes por drogadicción en Filadelfia superasen de largo las muertes por homicidio obligaron a un político local a tomar una medida aparentemente desesperada: estudiar alternativas a las ineficientes prácticas llevadas a cabo hasta el momento para librar la guerra contra las drogas y terminar con el crimen, el caos y las muertes vinculadas a este fenómeno.  

La iniciativa, planteada por el entonces concejal municipal John Street, era de gran sentido común, pero sólo recibió reprimendas.

Los opositores a Street denunciaron su propuesta de estudiar otras opciones, como legalizar las drogas o proveer drogas a los drogadictos, con el fin de reducir los crímenes cometidos para conseguir opiáceos.

En 1990, el Philadelphia Inquirer publicó una editorial que, más allá de ensancharse contra Street,  encapsulaba todas las voces de rechazo en contra ese estudio, desde la policía hasta el clero. “Legalizar las drogas representaría una devastadora admisión del fracaso”, decía la editorial, ignorando el hecho de que la guerra contra las drogas ya era de por sí un fracaso devastador, en términos de su capacidad para detener el consumo o uso abusivo de drogas.

La situación vuelve a rozar la desesperación este año, teniendo en cuenta que el número de muertes por sobredosis en Filadelfia  ha alcanzado las 1,200 -en comparación a las 907 ocurridas en 2016 y a las 702 en 2015- lo que ha llevado al alcalde Jim Kenney a proponer una medida desesperada: crear una red de lugares seguros para el consumo e inyección de drogas en la ciudad, con el fin de evitar las muertes por sobredosis.

La propuesta de Kenney, aplaudida por algunos y abucheada por otros, es una réplica de medidas similares adoptadas en otras ciudades europeas, y que han sido efectivas para reducir las muertes por sobredosis.

Una editorial reciente del Inquirer apoyaba la propuesta de Kenney.

¡Qué diferencia puede lograrse en dos décadas!

¡Qué diferencia en la demografía puede lograr un cambio en las muertes por sobredosis!

La cifra de muertes por sobredosis entre la población blanca de Filadelfia es el doble que entre los negros, y un 50% más alta que entre los latinos, según datos de la Alcaldía.

Street, hoy profesor de la universidad Temple, dijo que las autoridades han aprendido mucho sobre las ineficiencias de la guerra contra las drogas desde los 90, aunque todavía existe  una despiadada indiferencia hacia este asunto.

“La gente se sigue muriendo, pero nadie quiere admitir los fallos”, dijo Street, exalcalde de Filadelfia, durante una entrevista la semana pasada.

Uno de los fallos que las autoridades de Pensilvania siguen cometiendo es negarse a legalizar la marihuana -curiosamente, una sustancia que ha sido probada como beneficiosa para el tratamiento de la adición a los opiáceos.

En marzo de 1983, el hermano de John Street, Milton, entonces senador del estado de Pensilvania, propuso la legalización de la marihuana como un método para aumentar la recaudación de impuestos y reducir el racismo en la guerra contra la marihuana dirigida a las minorías.

La propuesta de Milton Street para legalizar la marihuana generó un ridículo rechazo por parte de sus colegas legisladores, la policía y el clero.

El año pasado, el auditor general de Pensilvania propuso la legalización de la marihuana como un método para recaudar más impuestos y ayudar a solventar el grave déficit fiscal del gobierno del estado.

Interesante constatar, pues, que tanto Milton Street como el Auditor General proyectaron recaudaciones fiscales de más de 200 millones de dólares anuales con una posible legalización de la venta de marihuana.

El rechazo a la propuesta de Street robó a las arcas públicas más de seis mil millones de dólares en recaudación fiscal, además de miles de millones adicionales gastados en la persecución policial de la posesión de marihuana, que no es precisamente la más peligrosa de todos los opiáceos.

La semana pasada, el senador de Pensilvania Sharif Street, sobrino de Milton Street e hijo de John Street, se unió a un grupo de legisladores y activistas que defienden la legalización de la marihuana- alegando los mismos motivos que su tío.

La familia Street conoce el camino correcto hacia una eficaz política de drogas, mientras otros se desvían en detrimento de la sociedad.

 

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