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¿Puedes reconocer a un Latino en la calle?

¿Puedes reconocer a un Latino en la calle?

A diferencia de otros inmigrantes, ser Latino sigue siendo un asunto de fenotipo.

En nuestra rutina diaria, el impresionante flujo de personas con las que compartimos brevemente estaciones, aceras, banquillos y salones resulta ser un entramado sumamente diverso, rico en colores, nacionalidades, acentos e idiosincrasias.

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A diferencia de otros inmigrantes, ser Latino sigue siendo un asunto de fenotipo.

En nuestra rutina diaria, el impresionante flujo de personas con las que compartimos brevemente estaciones, aceras, banquillos y salones resulta ser un entramado sumamente diverso, rico en colores, nacionalidades, acentos e idiosincrasias.

Sin embargo, pareciera más sencillo identificar quién proviene de Latinoamérica que aquél que pudiera ser de ascendencia irlandesa, judía o hasta alemana. Si bien todos hablamos el mismo idioma, la determinación del Latino sigue siendo un asunto de apariencias.

Sin embargo, pareciera más sencillo identificar quién proviene de Latinoamérica que aquél que pudiera ser de ascendencia irlandesa, judía o hasta alemana. Si bien todos hablamos el mismo idioma, la determinación del Latino sigue siendo un asunto de apariencias.

Es así como la definición de “inmigrante” en los Estados Unidos, ha variado considerablemente con el pasar de los años. “La Tierra Prometida” ha sido el destino de millones de personas desde hace más de 4 siglos.

Durante el siglo XVII, los Ingleses fundaron su primera colonia permanente en Virginia, los Holandeses en Nueva York y en New Jersey y los Suecos en Delaware, con sus respectivos esclavos, que para 1790 alcanzaban una población de 700.000 personas.

La hambruna europea durante el siglo XIX, a su vez, impulsaría a los Irlandeses a emigrar a los Estados Unidos en búsqueda de un futuro mejor, llegando a alcanzar una población de 5 millones tan sólo durante los años 30.

Posteriormente, la Fiebre del Oro Californiana atraería a 25.000 chinos en los años 1850, pero los conflictos de intereses, la discriminación por credo (sobretodo por parte de los Know-Nothings) y la depresión de 1870, reduciría la tasa de inmigración al mínimo.

Fue el presidente Benjamin Harrison quien designó la estación inmigrante de Ellis Island, cerca de la Estatua de la Libertad, donde más de 12 millones de inmigrantes se registrarían entre 1892 y 1954.

Puntualmente, entre 1880 y 1920, Estados Unidos recibió más de 20 millones de inmigrantes, sobretodo provenientes del continente europeo. El año de 1907 fue el período de mayor población inmigratoria, con un aproximado de 1.3 millones de personas que habían entrado de manera legal al país.

Por su parte, la industrialización de la agronomía, había dejado a millones de mexicanos sin trabajo, forzándoles a atravesar la frontera hacia los Estados Unidos en búsqueda de un futuro mejor.

Fue en 1920, cuando el apelativo Wetback haría presencia en la sociedad, tras la afluencia de más de 162.000 personas, legales e ilegales, a través de la frontera.

La Operación Espalda Mojada, en 1942, fue el inicio del fenómeno de vigilancia en la frontera entre ambos países, generando la deportación de una gran cantidad de mexicanos.

Y en 1959 la Revolución Castrista en Cuba dispersó a cientos de miles de refugiados que encontraron asilo en territorio Norteamericano, siendo la segunda oleada de inmigración Latina más importante, después de la proveniente de México.

Así pues, el Acta de Inmigración y Nacionalidad de 1965, desestimó las cuotas basadas en la nacionalidad y permitió a los ciudadanos apadrinar a sus familiares de sus países de origen. El cambio en los patrones de inmigración fue inminente: hoy en día la mayoría de los inmigrantes norteamericanos provendrían de Asia y de Latinoamérica.

Las consecuencias de la intromisión norteamericana en las políticas de Estado en los países del sur, durante los años 70, habría propiciado un efecto rebote tras las democracias subsecuentes y sus caóticos inicios. La violencia, la pobreza y la inestabilidad laboral, han sido factores determinantes en el abandono del país de origen para todos los Latinoamericanos.

Posteriormente, la apertura a las “fugas de cerebro”, profesionales capacitados (sobretodo mujeres pioneras en áreas de investigación), mantuvo el flujo de inmigrantes constante entre los años 60 y 70, sorteando los conflictos de la Guerra Fría.

Durante la década de los años 80, gran parte del discurso político se mantuvo enfocado en la inmigración ilegal y las estrategias para resolverlo, y en 1986, el gobierno proveyó amnistía a más de 3 millones de ilegales.

Pero al principio de los años 90, el sentimiento de rechazo resurgió.

Si bien es cierto que la gran mayoría (el 64% para ser precisos) provienen de México, en Los Estados Unidos existe una gran variedad de Latinoamericanos de todos los credos y trasfondos, cuyas tasas varían considerablemente cada año.

Con ello, el fenómeno de la “Hispanización de los Estados Unidos”, es cada vez más latente. Implica una transculturización paulatina, en la cual las tradiciones (culinarias, religiosas e idiosincráticas) se han colado en la sociedad Norteamericana, al punto de transformarse en iconos en la cultura popular.

Es así como las mutaciones del lenguaje (el spanglish o el español neomexicano, por ejemplo), el cambio del paisaje y las adecuaciones del inconsciente colectivo, incorporando elementos Latinos para más nunca dejarlos ir.

Sin embargo, la población Latina sigue siendo considerada una minoría, un sector poblacional al margen de la escena convencional, aún cuando los números parecieran decir lo contrario.

Si bien es cierto que hoy en día el Latino representa el 17,3% de la población estadounidense, el estereotipo y su permeabilidad sugieren un estigma difícil de sublimar.

El cabello rojo del irlandés o el acento del judío forman ya parte de la identidad Americana, al punto de pasar desapercibidos. El Latino, por su parte, ha enfrentado el reto de integrarse a una sociedad, con un bagaje de mezcolanza muy importante a sus espaldas, pues somos producto de una mezcla culturalmente prolífica, que ha determinado nuestra identidad.

Quizás es por ello que a la hora de fusionarnos con la cultura Norte Americana, nuestros rasgos son difíciles de pasar por alto en nuestro día a día. Pero los políticos parecieran no tener problema con ello. 

La fuerza del voto Latino es inminente, y sin embargo, y como lo hemos mencionado en repetidas veces durante nuestra línea editorial, el enfoque político de estas elecciones ha pasado por alto a nuestra comunidad.

Es hora de hacer las paces con nuestra identidad, como lo hicieron nuestros abuelos y sus padres hace ya tantos años. El Latino vino para quedarse y hoy forma parte intrínseca de la comunidad Estadounidense. Al punto de que nuestro voto puede determinar el futuro político del país.

 

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