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Simpatizantes independentistas se han dado cita en la Pl de Sant Jaume, ante el Palau de la Generalitat, para dar su apoyo a la concentración protagonizada por alcaldes catalanes para protestar por las actuaciones del la Fiscalía contra el referéndum del 1-O. EFE/Toni Albir
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¿Qué es una nación? Se trata de un término muy abierto, pero según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, se trata de un conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.

Catalunya, la rica región industrial del noreste de España, encajaría perfectamente dentro de esta definición. Puede que no sea un estado, pero tiene una lengua propia- el catalán- y unas costumbres y tradiciones y formas de ser peculiares. Por  razones históricas y políticas que se remontan a finales del siglo XV, Catalunya forma parte del reino de España. Han habido épocas mejores y peores en este matrimonio de conveniencia, que empezó cuando se casaron la Reina de Castilla y el Rey de la Corona de Aragón (donde estaba Catalunya), pero la interrelación entre las regiones siempre ha existido. Las culturas se han mezclado, para bien o para mal.

Hoy en día, gran parte de la población catalana tiene origen en otras partes de España. En los años 60 y 70, llegaron a Catalunya miles de inmigrantes andaluces, gallegos y murcianos que vinieron a trabajar como mano de obra barata, huyendo de la miseria de sus tierras. Estas generaciones de inmigrantes españoles se han ido integrando sin demasiados problemas, los hijos aprendieron el catalán en la escuela (donde se imparte una enseñanza bilingüe) y hoy forman parte del tejido multicultural de la sociedad catalana. Véase por ejemplo la "rumba catalana", un género musical de toques flamencos que nació en los barrios andaluces de Mataró, un municipio a 30 km de Barcelona, cuna de la industria textil durante varias décadas. Bajo la dictadura de Franco, Catalunya vivió una fuerte represión cultural  (se prohibió hablar en catalán, por ejemplo), pero hubieron empresarios catalanes cómplices con el régimen. La muerte del dictador, por suerte, permitió hacer un "reset" y ahora Catalunya cuenta con un gobierno autonómico y un Parlamento propio, igual que el resto de las comunidades autónomas de España.

 Yo misma crecí en esta nueva Catalunya bajo una democracia española. A diferencia de mis padres, aprendí el catalán en la escuela (¡incluso me daban clases de literatura española en catalán!)y lo hablo con todas mis amigas. Nunca sentí opresión cultural de ningún tipo.  Quizás sí, cuando me iba de campamentos en verano y coincidía con jóvenes de otras partes de España, recibía alguna burla por mi accento "catalán" cuando hablaba castellano. Pero los niños son niños.

Ahora, tras treinta y cinco años de democracia y convivencia pacífica, un puñado de políticos irresponsables está consiguiendo que volvamos atrás  ¿Por qué quiere Catalunya independizarse, si no hay un dictador opresor? ¿Por qué casi un millón de personas se movilizó el pasado 11 de setiembre – día nacional de Catalunya- en Barcelona para reclamar la independencia y el derecho a un referéndum? . ¿Por qué el gobierno central (dominado hoy por el conservador Partido Popular) ignora estas manifestaciones - van unas cuantas, ya -  y se niega a ceder un poco a las peticiones de los catalanes, sin preocuparse de que sus votantes mayoritarios no estén ahí? 

En mi opinión, el resurgir del independentismo catalán está muy vinculado a la crisis. En el año 2010, el Parlamento regional catalán aprobó un nuevo “Estatut”, un nuevo modelo de pacto fiscal con España, para poder autogestionar más impuestos. La crisis puso en evidencia que la falta de inversión del gobierno central en Catalunya, una de las regiones que más contribuye a las arcas estatales, hacía muy complicada la recuperación económica.  A pesar de que el Estatut fue aprobadó por el Parlamento catalán, el Tribunal Constitucional lo tachó de inconstitucional y el proyecto de reformar el pacto fiscal con España quedó suspendido. Y ahí empezó todo.

Durante estos últimos siete años, los partidos catalanes nacionalistas supieron capitalizar la negativa de Madrid a renegociar la autonomía fiscal de Catalunya para incendiar el sentimiento independentista entre la población. “España nos roba” se convirtió en el eslogan oficial. Y tdoavía hoy continuamos así. El gobierno catalán dice una cosa, el gobierno central dice otra. Cada “bando” presenta sus números y da sus argumentos, pero a la hora de la verdad, los ciudadanos no tienen información fiable sobre la mesa para poder decidir.

Hay "injusticias" obvias a la vista de cualquiera: en Catalunya las autopistas son de pago, mientras el resto de España cuenta con una red de carreteras y autovías gratuitas estupenda. No obstante, las empresas encargadas de gestionar los peajes de las autopistas son catalanas.

En Catalunya, los “recortes” en Sanidad y Educación para intentar salir de la crisis empezaron antes que en el resto de España. En Catalunya, los hospitales y servicios médicos siguen siendo mucho mejores que en el resto de España, excepto en Madrid y el País Basco. Las oportunidades de empleo y educación son mejores. Por eso, cuando veo murales y pintadas hechas por los grupos nacionalistas que aseguran que Catalunya sería “un país mejor y más libre” fuera de España, siento vergüenza. Lo veo como un insulto a la democracia.  Parece que en Catalunya vivamos oprimidos o inmersos en la pobreza. Y eso no es verdad.

Unos se culpan a otros. “España nos roba”. “Catalunya vive en la post-verdad”. Bla, bla. La prensa irresponsable y los políticos meten leña al fuego para dividir a la gente y conseguir que nos olvidemos de los problemas que importan, tanto en Catalunya como en España: cerca de un 20% de paro, la amenaza del terrorismo islámico, la caída en picado del nivel de las universidades, el cambio climático. No creo que sea el momento de perder perder el tiempo ondeando banderas. Ni tampo de enviar a la guardia civil a registrar almacenes en busca de urnas y pancartas electorales en pro de un referendum tachado de inconstitucional. La imagen de la policía incautando los instrumentos de la democracia deja bastante que desear. También es feo que el gobierno catalán imponga un referendum a su manera, que no exige un mínimo de participación para que sea valida, y que solo cuenta con una campaña en favor del "sí".  La democracia debe ejercerse en condiciones de igualdad, sin coerciones.

Todo hubiese acabado antes si el gobierno central estuviera dispuesto a reformar la Constitución para que los catalanes pudieran tener su referéndum del independencia – tal y como hizo Escocia. Porque probablemente hubiera ganado el “No”.