Charlottesville: el odio empieza con la palabra
Una manifestación de supremacistas blancos en Virginia deja al descubierto que las palabras son el arma más delicada de la política.
El pasado sábado el municipio de Charlottesville vivió la jornada más violenta en los últimos años, alimentada por los desencuentros de ideología entre un grupo de manifestantes de extrema derecha y quienes se volcaron a las calles para criticar lo que parecía un conato de racismo sacado de los libros de historia.
La protesta surgió tras meses de tensión por la decisión del gobierno local de retirar la estatua en homenaje a Robert E. Lee (1807-1870), general del Ejército Confederado durante la Guerra Civil, un símbolo histórico del “poder blanco sureño”, quien luchó contra los Estados del Norte por mantener el sistema de esclavitud.
Bajo el lema Unir a la derecha, “cientos de miembros de la ultraderecha racista americana” – incluidos elementos del Ku Klux Klan – mostraron banderas confederadas mientras coreaban consignas nazis, según reportó el diario El País.
Un grupo de contramanifestantes, en conjunto con la agrupación antirracista Black Lives Matter, protestó ante la descabellada manifestación, lo que desencadenó en un encuentro violento entre ambos grupos. La situación se fue de las manos y el gobierno estatal debió declarar estado de emergencia, desplegando “un fuerte contingente de cuerpos antidisturbios”, pidiendo incluso la ayuda de la Guardia Nacional y el Ejército de reserva del Estado.
El exlíder del Ku Klux Klan, David Duke, dijo a la prensa que los manifestantes “iban a cumplir las promesas de Donald Trump” de “recuperar nuestro país”.
Medios nacionales e internacionales han catalogado el evento como un síntoma de la retórica derechista del presidente estadounidense, quien abanderó una campaña con “guiños a la derecha racista”, haciendo énfasis en las medidas anti migratorias y en el concepto nacionalista de “America First”.
La reacción del presidente ante los eventos fue un hilo de mensajes en Twitter – incluidos dos videos – donde instó a la “unión” de los estadounidenses, sin denunciar ni castigar las actuaciones de los extremistas.
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Si bien varias de las consignas que se escuchaban caían en la fusión entre la simbología nazi y el nombre del presidente – gritando frases como “Hail Trump” - , la ausencia de una condena abierta o de la determinación del resurgimiento de la supremacía blanca por parte de Trump no hace sino avalar el racismo como una condición normalizada en la sociedad estadounidense.
Senadores como Marco Rubio y Cory Gardner, así como el gobernador de New Jersey, Chris Christie, han urgido al presidente a que afile su discurso como medida de contención.
Garder escribió en su cuenta en Twitter: “Señor Presidente, debemos llamar al odio por su nombre. Estos fueron supremacistas blancos y esto fue terrorismo doméstico”, como reportó el diario The Guardian.
Por su parte, el alcalde de Charlottesville, Michael Signer, dijo en una entrevista el día domingo que “existen dos palabras que deben ser dichas una y otra vez: terrorismo doméstico y supremacía blanca, y no vemos a nadie en la Casa Blanca haciéndolo”.
Atribuir al presidente el resurgir del movimiento de extrema derecha sería un reduccionismo histórico sin fundamento – considerando especialmente el hecho de que los supremacistas blancos han estado apareciendo cada vez más en los medios desde el 2009 – pero el hecho de que un empresario demandado durante los años 70 por sus políticas racistas dentro de la Trump Management Corporation haya llegado a la presidencia, es un condicionante lo suficientemente fuerte como para suponer que Charlottesville es tan sólo el principio.
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