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Almagro acusó al Gobierno de Cuba de exportar “mecanismos de terror” a otros países de Latinoamérica, como Venezuela y Nicaragua, donde ciudadanos cubanos presuntamente han dirigido “torturas”. EFE
Almagro acusó al Gobierno de Cuba de exportar “mecanismos de terror” a otros países de Latinoamérica, como Venezuela y Nicaragua, donde ciudadanos cubanos presuntamente han dirigido “torturas”. EFE

¿OEA o el Ministerio de Colonias de EE. UU.?

La Habana ha dejado claro que no tiene interés en volver a ser parte de una organización que considera como 'un instrumento de dominación imperialista.'

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La intención de Luis Almagro de postularse para otro período de cinco años como Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA) es una ironía trágica que deja en claro que vivimos en un mundo al revés digno de las sombrías predicciones de George Orwell. Como era de esperarse, Almagro cuenta con el apoyo entusiasta de Washington.

La OEA, una organización fundada en 1948 supuestamente para promover la paz y hacer cumplir el principio de no intervención, ha sido dirigida desde mayo de 2015 por el diplomático uruguayo, quien ha abogado abiertamente por una intervención militar en Venezuela y, más recientemente, ha abierto fuego contra Cuba con un aluvión de acusaciones escandalosas. No es de extrañar que el grupo, cuyas oficinas están en Washington, haya sido apodado despectivamente como el Ministerio de Colonias de los Estados Unidos.

“Con respecto a una intervención militar destinada a derrocar al régimen de Nicolás Maduro, creo que no deberíamos excluir ninguna opción”, dijo Almagro en Colombia en septiembre. Abogar porque botas extranjeras pisoteen una nación soberana de América Latina es una forma bastante extraña de promover la paz y proteger el principio de no intervención, ¿no les parece?

La despreciable posición de Almagro provocó la reacción inmediata de aliados de Venezuela como Evo Morales, el presidente de Bolivia, quien dijo en un tweet que el llamado uruguayo a una intervención militar “confirma que dejó de ser secretario general de la OEA para convertirse en un agente civil de los planes de golpe de Trump. Atacar a Venezuela es atacar a América Latina”.

Pero no fueron solo los amigos tradicionales de Venezuela quienes condenaron la disposición de Almagro a cumplir con las órdenes del régimen de Trump. El Ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay, Rodolfo Nin Novoa, lo repudió en los términos más firmes y reiteró el “compromiso de Uruguay con el derecho internacional y la resolución pacífica de controversias, el fortalecimiento de la democracia y la igualdad judicial entre los estados”.

Uruguay “nunca apoyará una intervención armada en ningún país de la región como solución a una crisis interna”, agregó Nin Novoa.

La doble cara de Almagro queda al descubierto cuando se sabe que mientras fue ministro de relaciones exteriores de Uruguay durante la presidencia de José Mujica, se mostraba muy entusiasta con respecto a los gobiernos venezolanos de Hugo Chávez y luego de Nicolás Maduro, y le prodigaba grandes elogios la revolución bolivariana. Fue elegido Secretario General de la OEA con el pleno respaldo de Mujica, su mentor político. El expresidente uruguayo, uno de los líderes políticos más respetados y admirados de América Latina, ha calificado su apoyo a Almagro como un gran error.

Recientemente, en un desvergonzado intento de congraciarse con la Casa Blanca, Almagro lanzó una agresiva campaña contra Cuba acusándola de “crímenes de lesa humanidad” y de exportar la violencia a Venezuela y Nicaragua.

Aparentemente, olvidó que, en 2015, cuando asumió su cargo actual, declaró que la OEA debería pedir perdón a Cuba por haberla expulsado de la organización en 1962, cediendo a las presiones de Washington que se oponía a la revolución socialista de Fidel Castro. La Habana ha dejado claro que no tiene interés en volver a ser parte de una organización que considera como “un instrumento de dominación imperialista”.

Obviamente, lo que a Almagro le falta en términos de decencia, honestidad, respeto por la soberanía de las naciones, lo compensa con creces con su hipocresía y su abyecto servilismo, por lo que, a pesar de su airada condena a Cuba y Venezuela, no ha proferido ni una  palabra sobre los múltiples asesinatos de activistas de derechos humanos en Colombia, la impunidad con que matan a periodistas y estudiantes en México, la separación forzada de las familias solicitantes de asilo en la frontera entre los Estados Unidos y México o el secuestro forzoso de los niños de esas familias por parte del gobierno de Trump, y muchas otras atrocidades y violaciones de los derechos humanos.

Claramente, mientras más pronto América Latina le propine una patada en el trasero a este hipócrita, mejor.