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Claudia Maquín de 27 años madre de Jakelin una niña de 7 años que murió en la custodia de la Patrulla Fronteriza de EE.UU.. EFE
Claudia Maquín de 27 años madre de Jakelin una niña de 7 años que murió en la custodia de la Patrulla Fronteriza de EE.UU.. EFE

¿Feliz Navidad? No para miles de niños

Estos son tiempos tumultuosos y nos acercamos a la Navidad, una temporada en la que se supone que el antiguo eslogan de “paz y amor” se convierte en algo más…

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Por favor, no me deseen Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo esta vez. Lamento ser un aguafiestas, pero de alguna manera los alegres saludos típicos de la época suenan más que nunca como huecas convenciones sociales.

¿La razón? Se supone que la Navidad sea un momento para la unión familiar, el amor, la paz, una celebración de la fe, un momento acogedor y único para el perdón. Pero entonces, el hecho de que cerca de 15,000 niños pasarán la Navidad languideciendo en centros de detención de inmigración, te golpea en la cara.

Y la tragedia de una niña guatemalteca de 7 años que murió estando bajo la custodia de las autoridades de inmigración te estremece hasta en lo más íntimo. Y las crueles excusas e insensibles respuestas a esa tragedia por parte de las “autoridades”, las mismas personas responsables de ella, te causan una insoportable sensación de asco.

Inevitablemente, si a uno le queda algo de humanidad y si la fe no es solo una pose, la alegría de la época se convierte en una ofensa para la dignidad humana en lo que se supone que es el momento más sagrado del año.

La administración Trump lo niega, por supuesto, pero esta es una crisis humanitaria imperdonable. Según el Departamento de Salud y Recursos Humanos, 14.700 menores de edad, la mayoría de ellos de América Central, están internados en una red de más de 100 centros que operan a una capacidad del 92%. Y a pesar de que el presidente Trump los ha acusado repetidamente de ser delincuentes, invasores, pandilleros, los niños que llegan solos a la frontera no lo hacen como “inmigrantes ilegales” que tratan de aprovecharse del rico vecino del Norte. Ellos llegan como solicitantes de asilo desesperados por salvar sus vidas amenazadas por pandillas asesinas, gobiernos corruptos y pobreza desesperada, condiciones creadas, apoyadas o alentadas por años de abuso y explotación de sus países por parte de Estados Unidos.

Sus padres los envían a este incierto viaje con la esperanza de que parientes o amigos que viven en los EE. UU. acojan a los niños y que, al fin, puedan estar a salvo en la poderosa nación que proclama ser un bastión de los derechos humanos.

Siempre fue un proceso arduo y punitivo para los niños y sus familias, pero el enfoque engañoso de la administración de Trump ha convertido salir de la detención en algo casi infernal.

Con la excusa de querer proteger a los niños, toman las huellas dactilares de las personas que se hacen responsables de los menores y envían esa información no solo a la policía y los bancos de datos del FBI, sino también a ICE, en efecto utilizando a los menores como carnada. Hasta el momento, más de 170 posibles patrocinadores de inmigrantes han sido arrestados, la mayoría de ellos sin haber cometido ningún delito. Como resultado, muchos posibles patrocinadores se han hecho reacios a servir como tales y los niños son mantenidos en detención por períodos de tiempo mucho más largos.

Estos son tiempos tumultuosos y nos acercamos a la Navidad, una temporada en la que se supone que el antiguo eslogan de “paz y amor” se convierte en algo más que palabras bonitas, con un inquietante presentimiento de que cualquier cosa puede suceder. Y con razón, porque ni Donald Trump, el hombre que ridículamente ha dicho que quiere “volver a poner a Cristo en Navidad” (put Christ back in Christmas), ni sus secuaces entienden el significado de las palabras compasión, solidaridad o justicia.

Cuando en unos pocos días se siente a la mesa para la cena familiar en la época más sagrada del año, tenga en cuenta que para los 15,000 niños que languidecen en los centros de detención de inmigrantes será una triste Navidad. Y no olvide decir una oración por Jakelin Caal Maquin, la niña de Guatemala que murió de deshidratación y agotamiento mientras estaba bajo la custodia de las autoridades de inmigración.

Sin duda una forma muy extraña de “volver a poner a Cristo en Navidad”.