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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump (d), saluda al nuevo juez del Tribunal Supremo, Brett Kavanaugh (i). EFE
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump (d), saluda al nuevo juez del Tribunal Supremo, Brett Kavanaugh (i). EFE

La “Tercera Edad” en el poder

Si alguien todavía dudaba de que Estados Unidos se esté convirtiendo en una gerontocracia con todas las de la ley, un vistazo a quiénes fueron los que metieron…

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La gerontocracia es el “gobierno por ancianos”, según la Real Academia, y los Estados Unidos no solo tiene un presidente de 72 años, alguien cocido ya por mucho más de un hervor, sino también un Congreso con tantos miembros entrados en años que se asemeja a un asilo de ancianos de los más caros, por supuesto.

Probablemente usted recuerde el panel de 11 senadores republicanos, todos hombres blancos, miembros del Comité Judicial del Senado, que interrogaron a la doctora Christine Blasey Ford, la mujer que tuvo suficiente coraje y sentido del deber para testificar sobre el ataque sexual que recuerda haber sufrido a manos de Kavanaugh durante sus años de escuela secundaria. Ni una sola mujer en el panel.

Créalo o no, es incluso peor que eso. Ninguna mujer republicana ha sido miembro del Comité Judicial nunca. La razón, según Chuck Grassley, el presidente de dicho comité, es que las mujeres no quieren estar allí porque es demasiado trabajo.

“Es mucho trabajo, tal vez ellas no quieran hacerlo. Mi jefe de personal desde hace 33 años me dice que hemos tratado de reclutar mujeres y que no pudimos hacerlo”, dijo Grassley al periódico Wall Street Journal el viernes. Sin embargo, el Partido Demócrata no tuvo ningún problema en encontrar a cuatro mujeres dispuestas a “hacer el trabajo”. Saque usted sus propias conclusiones.

Algunos de los miembros del comité parecen, y más importante, piensan, como si hubieran estado allí desde su fundación hace un par de siglos. El presidente Grassley, de 85 años, y Orrin Hatch, de 84, son veteranos del comité de 1991 que sometió a Anita Hill a una odisea similar. Hill testificó contra el entonces candidato a la Corte Suprema, Clarence Thomas. Patrick Leahy, uno de los demócratas en el comité, y con 78 años casi un adolescente en comparación con sus colegas del Partido Republicano, también participó en las audiencias de Hill-Thomas.

Pero el desfile de los políticos de los Golden Years no se detiene con el abuelo Trump, o Grassi, Hatch y Leahy. El líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, tiene unos 76 años bastante estropeados, el senador Richard Shelby (R-Ala) 84, Jim Inhofe (R-Okla) 83, y Pat Roberts (R-Kansas) y Lamar Alexander (R-Tenn) 82. Es hora de que se jubilen, vayan a casa con sus nietos, disfruten de los llamados años dorados y permitan que sople un poco de aire fresco en la sofocante atmósfera del Congreso.

Seamos claros: la mayoría de estos ancianos no son abuelos cariñosos e inofensivos preocupados por el bienestar de la gente. En su mayoría son operadores políticos dispuestos a manipular, engañar y cumplir con las órdenes del presidente, incluso en contra de su propio juicio, para mantenerse en el poder e impulsar sus agendas. El bien común (oh, qué concepto pasado de moda), la voluntad de la mayoría, la igualdad de condiciones, la igualdad ante la ley, se han convertido en conceptos simpáticos de los que es bueno hablar para quedar bien, pero que en la práctica se descartan y se olvidan como obstáculos inconvenientes en el camino hacia otra reelección. Esto quedó muy claro durante el circo de la confirmación de Kavanaugh.

El problema real de estos viejos políticos no es la edad, sino su obsoleta mentalidad, su insaciable hambre de poder, su visión anacrónica del mundo, su concepto inmoral y arrogante de sí mismos y de su lugar en la sociedad, su cerebro fosilizado. Han conseguido terminar para siempre con la antigua creencia de que la experiencia es siempre buena. Ellos, sin duda, tienen mucha experiencia, pero la utilizan para permanecer en el poder e imponer su voluntad en el país, incluso si no es la voluntad de la mayoría.

Por supuesto, la experiencia con buena voluntad y una mente abierta es muy valiosa para cualquier funcionario electo. Un cerebro fosilizado no es un problema que afecte a todos los que, como yo, ya nos estamos acercando al final del viaje y mucho menos que nos afecte únicamente a nosotros. Solo hay que ver a los Ted Cruces y Marco Rubios de este mundo para darse cuenta.

Las elecciones parciales están a la vuelta de la esquina -- el 6 de noviembre -- y votando podemos ayudar a frenar la misoginia, la codicia y el racismo de la gerontología en el poder.

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