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El Diario arribó a 103 años informando, de manera contínua, a la comunidad hispana de Nueva York.
El Diario arribó a 103 años informando, de manera contínua, a la comunidad hispana de Nueva York.

Réquiem por 'El Diario'

Igual que lo que puede pasar con el resto de la prensa en español de los Estados Unidos que este periódico neoyorquino ha representado por más de 100 años, la muerte gradual de la casa editorial latina más antigua del país es algo que, tristemente, puede ser el comienzo del fin de una era para los medios hispanos de todo el país.

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Igual que lo que puede pasar con el resto de la prensa en español de los Estados Unidos que este periódico neoyorquino ha representado por más de 100 años, la muerte gradual de la casa editorial latina más antigua del país es algo que, tristemente, puede ser el comienzo del fin de una era para los medios hispanos de todo el país.

Tristemente, digo, porque la potencial muerte de El Diario-La Prensa de Nueva York, con una ilustre historia de exactamente 103 años de publicar continuamente todos los santos días en la comunidad hispanohablante de la capital del mundo, resucita repentinamente a todos los célebres difuntos que trabajaron en su sala de redacción, generación tras generación.

Y nos recuerda las victorias, así como las derrotas, de esa brava comunidad latina, en indecibles batallas trabadas desde sus columnas por sus arrojados escritores.

Nos hace caer en cuenta también de que la vida en una institución donde la palabra impresa es honrada pertenece a toda la comunidad de lectores que sostienen con respeto a esa “criatura paginada” en la sala de la casa, donde cada miembro de la familia la comparte, y pasa de mano en mano, de jóvenes a adultos, como si fuera un objeto indispensable en la casa, o un amado pedazo de su cultura.

Es casi una cuestión personal, como veo lo es para la comunidad puertorriqueña de Nueva York, reaccionando con mucha sensibilidad a los recientes despidos en la institución con un siglo de antigüedad a la que consideran tan suya, aunque en realidad está bajo el control absoluto de los propietarios extranjeros que la arrebataron en la última subasta de este medio de comunicación, desplomado año tras año en valor a medida que esos escritores que le dieron prestigio, o se fueron, o fueron despedidos.
O, en un caso muy doloroso, fuera asesinado, como castigo por lo que valientetement escribía, al estilo sudamericano más salvaje y ruin.
 

Esto hay que recordarlos hoy: El hecho ocurrió el 11 de marzo de 1992, y la víctima fue no solo ese periodista de origen cubano llamado Manuel de Dios Unanue, sino toda la comunidad. Como lo dijo entonces un fiscal que investigó el caso, en este país “cuando una persona es asesinada por decir la verdad, todos los miembros de la sociedad se convierten en víctimas”.

Esto hay que recordarlos hoy: El hecho ocurrió el 11 de marzo de 1992, y la víctima fue no solo ese periodista de origen cubano llamado Manuel de Dios Unanue, sino toda la comunidad. Como lo dijo entonces un fiscal que investigó el caso, en este país “cuando una persona es asesinada por decir la verdad, todos los miembros de la sociedad se convierten en víctimas”.
La democracia americana, y su pilar fundamental de la Primera Enmienda de la Constitución, fue profanada por la cobarde muerte de Unanue en un restaurante de Nueva York, y se convirtió en una vergüenza para las autoridades que no pudieron proteger al escritor de la muerte violenta. Para el El Diario, este trágico hecho se tornó en otra página de su ya larga historia, ahora con mártir propio añadido a esos anales de su pasado.

Manuel de Dios Unanue, bien conocido a una generación de periodistas en la ciudad de Nueva York, debe estar viendo en este momento desde el cielo, en silencio, quizá con una lágrima rodando por una de sus mejillas mirando el estado de esa querida sala de redacción en la que una vez fue el jefe de la tropa de los que luchaban entonces con él por las causas perdidas de los necesitados barrios Latinos de de Nueva York, donde El Diario —jamás el New York Times, o El País de España, o La Nación de Buenos Aires— se leía con avidez.

 

 
Algunas de las figuras que prestaron su pluma a El Diario (de izquierda a derecha): José María Vargas Vila, Manuel de Dios Unanue y Albor Ruiz 
 

Después de él, otros escritores llegaron y se fueron de esa aguerrida tribuna de opinión de un periódico que se auto proclama todavía como el “campeón de los hispanos”.
Pero muchos más le precedieron a partir de 1913, cuando el diario fue publicado por primera vez en un Nueva York, en ese entonces una Meca. no de trabajadores indocumentados y de escasa educación, sino de los más brillantes escritores e intelectuales de toda España y América Latina.

Fue esta la ciudad escogida, por ejemplo, por el conocido héroe cubano José Martí como su lugar de exilio a lo largo de una década, tan solo unas décadas antes de El Diario se fundara, cuando Martí se convirtió en el corresponsal estrella de varios periódicos en América Latina, o colaborador de los diarios en idioma inglés de la Gran Manzana, donde una vez publicó una demoledora columna contra The Manufacturer de Filadelfia por su descripción burda de los Latinos, cuando el periódico local ya desaparecido los comparó con un algo un poquito superior a los simios.
Martí llegó a Nueva York aproximadamente 15 años después de que su compatriota y mentor, el Padre Félix Varela, llegara también a Nueva York, a través de Filadelfia, también en un forzado viaje de exiliado no escogido por él sino impuesto por las circunstancias.

Las tumbas de muchos otros nombres notables cuyas pluma se probaron en El Diario-La Prensa de Nueva York NYC se sacudirán por un instante cuando El Diario, finalmente, deje de respirar como empresa comercial, o se venda una vez más al mejor postor.

Triste, pero inevitable, sobre todo para algunos de nosotros que sabíamos a lo largo de los años que el espíritu valiente que inspiró a generaciones, y fue la moral del equipo durante décadas, y el pulso de toda una comunidad, habían abandonado una sala de redacción suficientemente manoseada por múltiples dueños a través de las últimas tres o cuatro décadas que no vieron en El Diario sino un objeto absolutamente comercial, no la institución que se autodenominó con mucha ilusión y ambición "El Campeón de los Hispanos" de Nueva York.

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