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Debemos aceptar que sacar al país del hoyo no es trabajo de un solo hombre: se requiere el respaldo de líderes auténticos en el campo político, en los negocios, las ciencias, la industria, el campo, las artes, los tribunales. Requiere del esfuerzo de cada uno de los mexicanos.  Archivo
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El Presidente Peña Nieto se comprometió con el pueblo mexicano a erradicar la corrupción en las altas esferas del gobierno. A todo hombre le gusta creer que puede hacer las cosas solo, pero en verdad sabe que requiere de un gabinete competente, el respaldo del Congreso, del Cuerpo Legislativo, y demás instituciones para desenraizar la podredumbre de malos manejos heredados, y aún vigentes. El Presidente se comprometió a trabajar en la cúpula. ¿Y la base?

Es fácil culpar a nuestros gobernantes del embrollo económico en que estamos metidos; sin embargo, si somos realistas, advertiremos que el problema radica en la ausencia de líderes honestos, auténticos, en todos los niveles: personas capaces de simplificar lo complejo. Líderes que no compliquen lo sencillo, no utilicen palabras innecesarias para ofrecer más beneficios,  y hacer más promesas que no están dispuestos a cumplir.

Dentro de todos los grupos humanos existe un ‘cerebro’ o ‘genio’. Una persona, entre muchas, nace con una capacidad que la mayoría de los demás no tiene. No es superior porque tenga más inteligencia, sino porque sabe emplearla. Quizás se trate de un individuo excéntrico, pero puede entender, ver, predecir, efectuar o hablar de ciertas cosas a un nivel que la gente normal, o incluso considerablemente brillante, no puede entender con facilidad. Sin embargo, éste ‘genio’, o líder, sabe lo que debe hacerse, y cuándo.

Los líderes de antaño no se preocupaban: subían a un cajón a hablar y todo mundo los seguía. Hoy las cosas han cambiado: aún los bebés nacen incrédulos, desconfiados, endeudados. La brecha de la credibilidad se inicia en la cuna y continúa ascendiendo a lo largo de todas las ramas de las instituciones, ya sean gubernamentales o privadas. 

El primer reto de todo líder es lograr que hombres y mujeres estén dispuestos a seguirlo porque confían en él. El carisma se define como: “singular fuerza personal que se adjudica a aquellos individuos excepcionales que son capaces de lograr la fidelidad de grandes cantidades de personas”. El carisma, los sueños, y la perseverancia, son una poderosa combinación: rasgos inequívocos de un buen líder.

Admitimos que la mediocridad, como la corrupción, está fuertemente arraigada en el país. La carencia de líderes confiables salta a la vista. ¿Dónde encontrarlos? Los criterios para el liderazgo son pocos pero duros: el líder debe tener un concepto claro de su propósito, y un compromiso incondicional con lo que está haciendo. Su meta no debe ser el enriquecimiento personal; el compromiso con el país exige dedicar su mayor y mejor esfuerzo al servicio del bien común. Su equipo de trabajo debe tener los mismos ideales, y cumplir con la responsabilidad en el trabajo que se le ha delegado. De no ser cada quién responsable de sus actos, jamás se logrará erradicar la corrupción.

La pluralidad se ha instalado entre nosotros y lo ha hecho sin rubor. Gritos desesperados sobre la corrupción que nos ahoga, palabras malsonantes sobre las necesidades básicas no cubiertas, las razones y sinrazones del atraso, las profundas heridas de la desigualdad.                    

Aceptar y digerir la pluralidad es requisito indispensable de todo líder. Se acabaron los tiempos en que ‘la ropa sucia se lava en casa’. La necesidad actual más apremiante es confiar en nuestro Presidente. Queremos creer que en sus manos está resolver la complicada problemática que vivimos. Pero, si somos sinceros, debemos aceptar que sacar al país del hoyo no es trabajo de un solo hombre: se requiere el respaldo de líderes auténticos en el campo político, en los negocios, las ciencias, la industria, el campo, las artes, los tribunales. Requiere del esfuerzo de cada uno de los mexicanos.  

La mayor parte de nuestros fracasos vienen por querer adelantar la hora de los éxitos, cuando no hemos contribuido a lograrlos. Un profeta decía: “Cuando te encuentres en un agujero que tú mismo has cavado, detente a examinar la calidad de tu mano de obra.”  

Después, podremos empezar a lanzar piedras.