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Un artículo, titulado “La celda de mi prisión: Aprender a escuchar en un piano de cartón”, me impactó profundamente. En él, Demetrius Cunningham describió su singular determinación de aprender a tocar el piano.
Un artículo, titulado “La celda de mi prisión: Aprender a escuchar en un piano de cartón”, me impactó profundamente. En él, Demetrius Cunningham describió su singular determinación de aprender a tocar el piano.

[OP-ED]: Un recordatorio detrás de los barrotes, de las recompensas de la persistencia

Se dice que alrededor del 80 por ciento de las resoluciones del Año Nuevo se quiebran en la segunda semana de febrero. Yo no llegué tan lejos.

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Mi promesa de 2017 se refería a mi decepcionante progreso para convertirme en una pianista consumada. “Nunca seré una concertista de piano. Pero mi resolución del Año Nuevo es aumentar mi práctica diaria porque algún día quiero experimentar la alegría que se logra una vez que los sonidos se convierten en música,” escribí en enero.

A decir verdad, eso solo duró alrededor de una semana y media, cuando disminuí a día por medio, un ritmo deslucido que equivalió sólo a 90 horas el año pasado. Muy poco comparado con el objetivo de 10.000 horas por década necesarias para dominar el instrumento antes de cumplir 50 años.

Peor aún: Los compromisos laborales y familiares absorbieron casi todo mi tiempo y, para el 22 de febrero, ya estaba descuidando totalmente mis estudios musicales.

Mi hiato terminó cuando escuché una historia desgarradora en el podcast “Radio Hour”.

En el segmento “Escribiendo sobre la vida en la cárcel”, el periodista Alex Kotlowitz describió su actividad como mentor de redacción de hombres que cumplen largas sentencias, mayormente por delitos violentos, en el Centro Correccional de Statesville, en Illinois. Tres historias demostraron la humanidad que logra permanecer viva detrás de los barrotes, incluso después de décadas de encarcelamiento.

Un artículo, titulado “La celda de mi prisión: Aprender a escuchar en un piano de cartón”, me impactó profundamente. En él, Demetrius Cunningham describió su singular determinación de aprender a tocar el piano.

“La música ha sido mi constante compañera. Es como si mi ADN tuviera en él diminutas notas negras,” escribió Cunningham, volviéndose alma gemela de los que compartimos su pasión.

El piano le recordaba la casa de su abuela y también representaba una oportunidad para adoptar una posición de liderazgo en el coro de su prisión. Pero primero, Cunningham tuvo que volverse realmente creativo.

“Un día, mientras veía televisión en mi celda, vi de pasada un programa en BET que destacaba a músicos famosos, entre ellos el cantante de gospel Andrae Crouch, quien describió su primer piano. Estaba hecho de cartón,” escribió Cunningham. “Encontré una caja grande vacía abandonada al final de la galería [de la prisión]. Saqué la tapa de arriba y rápidamente volví a mi celda. ... Engrapé dos secciones juntas. Después agarré 10 hojas de papel de escribir blanco y envolví la caja con ellas. Para hacer las teclas, utilicé la caja de un casette para hacer líneas derechas. Para las teclas blancas, utilicé una pluma negra para dibujarlas. Para las negras, corté pequeños rectángulos de cartulina. Pegué las teclas con cinta adhesiva transparente.”

Y después, con la ayuda de un envío de libros de piano de su mamá, Cunningham puso a trabajar su imaginación, su habilidad auditiva y el piano de cartón.

“Coloqué mi espacio de práctica al final de mi cama. Tuve la suerte de tener la cama de abajo, así usé mi pequeña caja de propiedad como banco para el piano. Doblé mi colchón sobre sí mismo y después coloqué el piano sobre la cama de acero. Durante horas, practiqué posiciones digitales y la manera de construir acordes. A veces, tarareaba el sonido de las teclas mientras las tocaba en el cartón,” escribió Cunningham. “Practiqué horas y horas, hasta el punto de tener callos en los dedos. Cada dos meses, precisaba hacer un piano nuevo debido al desgaste que sufría con mis sesiones de práctica. Después de usar cinco teclados, hice un teclado resistente triplicando los materiales. Me ha durado cinco años.”

Cunningham no sólo pudo convertirse en un consumado pianista—ascendiendo finalmente a director coral y pianista—sino que en la actualidad enseña a otros tres reclusos que han “aceptado el reto de la pedagogía con un piano de cartón”.

La elevación de las historias de Kotlowitz sobre la vida en la celda de una prisión de máxima seguridad es una ventana muy necesitada a una población estadounidense en la que pocas veces pensamos. Puede accederse a más historias por medio del podcast “Written Inside” (http://ow.ly/eV2v30akOdU), co-producido por el periodista.

Esos cuentos constituyen un impactante recordatorio de que hasta los olvidados tienen objetivos y ambiciones. Y el resto de nosotros, con nuestras quejas de no tener tiempo suficiente o acceso a las cosas que queremos, no tenemos excusas para evadir nuestras aspiraciones. La gente que realmente tiene voluntad, encuentra la manera—aun bajo las circunstancias más duras, cuando un sueño parece imposible.

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