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OP-ED: Recordando a los inmigrantes que murieron el 9/11

Nadie sabía sus nombres.

Más de 100 inmigrantes indocumentados – mensajeros, camareros, cocineras, mozos de limpieza—asesinados por terroristas en el World Trade Center hace 15 años, habrían estado condenados a un eterno anonimato si no hubiera sido por la Asociación Tepeyac, un grupo comunitario de inmigrantes con sede en Manhattan. Sin sus esfuerzos incansables probablemente nadie, excepto sus familias y amigos, se habría enterado de su muerte.  

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Nadie sabía sus nombres.

Más de 100 inmigrantes indocumentados – mensajeros, camareros, cocineras, mozos de limpieza—asesinados por terroristas en el World Trade Center hace 15 años, habrían estado condenados a un eterno anonimato si no hubiera sido por la Asociación Tepeyac, un grupo comunitario de inmigrantes con sede en Manhattan. Sin sus esfuerzos incansables probablemente nadie, excepto sus familias y amigos, se habría enterado de su muerte.  

Es por eso que al recordar a las familias que perdieron seres queridos el 9/11, hay que hacer una mención especial de las familias de los inmigrantes –documentados o no—que perecieron junto a otros 3,000 neoyorquinos aquella fatídica mañana.

Rescatar a esos neoyorquinos indocumentados del olvido eterno no fue una tarea fácil.

“Docenas de voluntarios contestaban los teléfonos y acompañaban a los familiares en un peregrinaje lúgubre por los hospitales y las morgues de la ciudad”, recuerda Joel Magallán, un antigua hermano jesuita mexicano que es el director ejecutivo de Tepeyac. “Fue un trabajo intenso, no había tiempo ni para llorar, pero estoy agradecido por la solidaridad de tanta gente en esos días”.

Hoy Magallán y Tepeyac (www.tepeyac.org) continúan su labor protegiendo los derechos de los inmigrantes y facilitándoles las herramientas para sobrevivir e incluso triunfar en Estados Unidos por medio de una variedad de programas educativos.

Cuesta trabajo creer que hayan pasado 15 años desde el ataque al World Trade Center, pero como sucede cada trágico aniversario, un manto oscuro de angustia parece extenderse nuevamente sobre la ciudad. Para miles de personas, el horror sigue siendo tan real como lo fuera el 11 de septiembre de 2001.

"Aunque no vi los cuerpos caer, como lo hizo una amiga productora de CNN, ni sufrí heridas, como varios amigos fotógrafos, ni el hedor de la muerte ocupó mi casa durante meses, como le pasó a mi hermano, el dolor de mi ciudad permanece en mí”, escribió hace algún tiempo Carolina González, una escritora dominicoamericana nacida en Nueva York.  A través de sus experiencias personales ella expresaba el sufrimiento de los neoyorquinos de todas las clases sociales, razas y lugar de nacimiento.

Porque aunque los terroristas atacaron el corazón financiero de la nación, el horror de ese día terrible no discriminó entre ricos y pobres, cristianos, musulmanes o judíos, legales o ilegales. Ese día el terror golpeó a todos los neoyorquinos con su brutalidad ciega.

No muchos lo saben, pero según cifras del Departamento de Salud, casi 10% de los que perecieron bajo las ruinas de acero y cristal de la Torres Gemelas era latinos: puertorriqueños, dominicanos, mexicanos, peruanos, argentinos y ecuatorianos.

Como escribí en aquel entonces, rescatar del olvido eterno a esos trabajadores inmigrantes de los que no se sabía ni sus nombres y que, por esas cosas del destino murieron improbablemente al lado de banqueros, financistas y profesionales cuyos nombres eran conocidos por todos, fue una tarea enorme de justicia histórica realizada contra todos los obstáculos por Magallán y el grupo que dirige.

Y por eso merecen nuestra gratitud.