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En un mundo ideal, los robots realizarían la mayoría de los trabajos repetitivos y monótonos, mientras que la fuerza de trabajo mejor educada y mejor paga se concentraría en trabajos que no pueden ser realizados por máquinas. Archivo
En un mundo ideal, los robots realizarían la mayoría de los trabajos repetitivos y monótonos, mientras que la fuerza de trabajo mejor educada y mejor paga se concentraría en trabajos que no pueden ser realizados por máquinas. Archivo

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No cabe duda, la ansiedad es real. Pese a la baja tasa de desempleo, 4,4 por ciento en junio, aproximadamente un cuarto de estadounidenses (26 por ciento) piensa que su trabajo actual será eliminado por nuevas tecnologías en las próximas dos décadas, según una encuesta reciente de Gallup. La mitad de esos trabajos supuestamente desaparecerían dentro de cinco años. El informe de Gallup menciona conductores de camiones (vulnerables a los camiones que se manejan solos), conductores de taxis (ya amenazados por Uber) y cirujanos (que enfrentan las máquinas robotizadas que operan). 

El nuevo estudio no niega que se vayan a perder trabajos. Pero esa no es toda la historia, dicen David Autor, un economista reconocido del Massachusetts Institute of Technology, y su colaboradora Anna Salomons de la Facultad de Economía de la Universidad de Utrecht. En el pasado se han perdido trabajos debido a tecnologías nuevas pero esas mismas tecnologías también crearon aumentos en la productividad –ganancias en eficiencia– que usualmente generaron más trabajos de los que se perdieron inicialmente.

Pese a que esa ha sido la teoría económica aceptada por mucho tiempo, la contribución de este estudio es confirmar que la teoría funciona en la práctica. Autor y Salomons se concentraron en 19 países desarrollados –los cinco más grandes fueron Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia y el Reino Unido– durante el periodo de 1970 a 2007. Generalmente, los declives en números de empleos desatados inicialmente por las ganancias en productividad se ven luego compensados por aumentos mayores en empleos.

Un ejemplo simple muestra por qué funciona la teoría. Consideremos (hipotéticamente) los adminículos. Supongamos que las tecnologías nuevas reducen el costo de la producción de adminículos en un 20 por ciento. Estos ahorros deben ir a alguna parte y lo más probable es que se gasten y por lo tanto creen nuevos trabajos. Los principales candidatos a recibir los frutos son: a) los consumidores, que se podrían beneficiar de los costos más bajos de estos adminículos; b) los trabajadores de estos adminículos, cuyos salarios podrían subir; o c) los accionistas de los adminículos, que podrían aumentar sus dividendos o construir fábricas.

Esta lógica se podría desbaratar si los frutos se ahorran y no se gastan. Autor y Salomons verificaron esa posibilidad y hallaron que no es cierta. En todos los países –obviamente había diferencias entre países– el estudio halló que todo 10 por ciento de ganancias en productividad resultaba en un 2 por ciento de ganancias en empleos a lo largo de cuatro años. Se trataba de una contribución importante al crecimiento de empleos, aunque la mayor ganancia de empleos provenía del tradicional aumento en la población.

El principal mensaje: tratar de salvar trabajos protegiendo viejos trabajos de nuevas tecnologías y otros cambios que aumentan la productividad es contraproducente; el empleo se podrá ver beneficiado temporariamente pero el procesos difuso de crear trabajos y aumentar los estándares de vida se verá frustrado. (Dejamos de lado el tema más complicado de si las tecnologías son socialmente útiles. ¿Los video juegos contribuyen a nuestro bienestar nacional?) 

Todas estas buenas noticias vienen con algunas advertencias serias. Una es el futuro de la manufactura. En todos los principales países, la productividad ha crecido más rápido, llevando –de alguna manera paradójica– a una reducción del empleo total. Aunque no tiene mucho sentido económico tratar de revertir esto, la tentación política de hacerlo es considerable. Lo que ocurre, dicen Autor y Salomons, es un desplazamiento histórico hacia una economía de servicios.

Eso lleva a otra advertencia. Los trabajos en el sector de servicios están polarizados entre los de alta productividad y puestos bien pagos y los de baja productividad y puestos mal pagos. “El principal desafío social que presentan estos avances por ahora” no es con respecto al empleo total sino a su “distribución asimétrica” con demasiados trabajadores de bajas cualificaciones, escriben Autor y Salomons.

En un mundo ideal, los robots realizarían la mayoría de los trabajos repetitivos y monótonos, mientras que la fuerza de trabajo mejor educada y mejor paga se concentraría en trabajos que no pueden ser realizados por máquinas. Quizás no sepamos cuáles serán esos trabajos exactamente pero podemos estar razonablemente seguros de que –mientras no desalentemos la creación de empleos a través de malas políticas económicas– el mercado laboral de Estados Unidos no es una catástrofe que ya no podrá alcanzar empleo pleno.

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