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Los combustibles fósiles proveen ahora cuatro quintos de la energía mundial, una porción que cayó sólo levemente desde 1990. Para estabilizar las concentraciones de CO2, debemos esencialmente dejar de quemar combustibles fósiles. ¿Cómo sucederá eso? Los que apoyan un impuesto al carbono tienen la esperanza de que el mecanismo de mercado--precios más altos para los combustibles fósiles--desencadenen un torrente de fe. Los precios más altos no garantizan innovaciones tecnológicas.
 
 
Los combustibles fósiles proveen ahora cuatro quintos de la energía mundial, una porción que cayó sólo levemente desde 1990. Para estabilizar las concentraciones de CO2, debemos esencialmente dejar de quemar combustibles fósiles. ¿Cómo sucederá eso? Los…

[OP-ED]: Dos vivas para un impuesto al carbono

Desde luego, impongamos un impuesto al carbono. Es la mejor manera de manejar el cambio climático global. Requeriría que los republicanos y los demócratas llegaran a un acuerdo--algo positivo--y proveería de ingresos a un gobierno que necesita desesperadamente más rentas. Pero no finjamos que el impuesto al carbono es una panacea para el cambio climático o la deuda excesiva.

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Desde luego, impongamos un impuesto al carbono. Es la mejor manera de manejar el cambio climático global. Requeriría que los republicanos y los demócratas llegaran a un acuerdo--algo positivo--y proveería de ingresos a un gobierno que necesita desesperadamente más rentas. Pero no finjamos que el impuesto al carbono es una panacea para el cambio climático o la deuda excesiva.

Como la mayoría de los republicanos--y algunos demócratas--son hostiles a todo incremento fiscal, el impuesto al carbono no tiene muchas posibilidades. Aún así, ahora hay un poco más de probabilidad, porque algunos ancianos republicanos respetables recientemente lo apoyaron. Entre ellos se encuentran George Shultz, James Baker y Henry Paulson. Todos ellos fueron secretarios del Tesoro o de Estado en los gobiernos de Richard Nixon a George W. Bush.

Bajo su propuesta, el impuesto inicialmente sería de 40 dólares por cada tonelada de anhídrido carbónico (CO2) emitida. Eso equivale aproximadamente a dos centavos en un galón de gasolina, y entre un 5 y un 10 por ciento de aumento en las tasas de electricidad al por menor, expresa el economista Marc Hafstead, de Resources for the Future, un centro de investigaciones no partidista. El impuesto aumentaría anualmente según la tasa de inflación de precios, más dos puntos porcentuales. (Si la inflación fuera del 2 por ciento, el impuesto se elevaría un 4 por ciento).

El CO2 representa alrededor del 80 por ciento de las emisiones de los gases de invernadero. La teoría es que los precios más altos de los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural) generarán automóviles más eficientes y acelerarán el cambio de los servicios eléctricos a eólicos y solares. Estudios de Hafstead y otros sugieren que este tipo de impuesto sobre el carbono podría reducir las emisiones de Estados Unidos en un 26 a 28 por ciento por debajo de los niveles de 2005. Ése es el objetivo que aceptó Estados Unidos en la cumbre de cambio climático de París, en 2015. El impuesto al carbono propuesto por los republicanos recaudaría también un poco más de 200.000 millones de dólares anuales.

Pero nada de ello elimina la principal objeción a un impuesto al carbono--para la mayoría de los norteamericanos, es como pagar sin tener nada de vuelta.

“Es inherentemente difícil convencer a la gente de incurrir en costos en la actualidad para beneficios que recibirán otros dentro de 30 años,” escribe Ted Halstead, director del Climate Leadership Council, patrocinador del plan del impuesto al carbono. “Incluso entonces, esos ‘beneficios’ se manifestarán en que la situación será menos mala, en lugar de producirse una verdadera mejoría.”

Para superar esa objeción, el plan republicano devolvería todo el dinero recaudado por el impuesto al carbono. Habría un “dividendo de carbono” trimestral único--los pobres obtendrían el mismo que los ricos--comenzando en unos 2.000 dólares anuales por familia de cuatro. A medida que se elevara el impuesto, también se elevaría el “dividendo”. La política del impuesto al carbono cambiaría, sostiene Halstead, porque la mayoría de los norteamericanos recibiría “beneficios en el aquí y ahora”.

Parece ideal. Podemos combatir el calentamiento global y favorecer a la clase media y a los de bajos recursos. En realidad, no es tan simple.

Un impuesto al carbono es una de las últimas grandes fuentes de ingresos que le quedan a un gobierno que enfrenta déficits presupuestarios de aproximadamente 9 billones de dólares en una década. Si el impuesto del carbono pasa enteramente a los “dividendos”, la reducción del déficit sufrirá. O los impuestos a la mano de obra y a las empresas deberán subir. Pero si, por ejemplo, la mitad de los ingresos del impuesto al carbono se destinara a la reducción del déficit, el dividendo sería menos atractivo políticamente.

Independientemente de todo eso, el impuesto probablemente tendrá que aumentar sustancialmente. Halstead cita estudios que indican que el impuesto tiene que subir a unos 200 dólares por tonelada (casi 2 dólares por galón de gasolina) para que ocurran cambios fundamentales. En parte, el impuesto al carbono es como un señuelo. Empieza bajo, pero debe elevarse agudamente para que sea eficaz.

Lo que importa para el calentamiento climático son las concentraciones de CO2 en la atmósfera, que aumentarán incluso si la tasa de emisiones anuales baja. Cómo de bien nos vaya dependerá de cómo de bien les vaya a los demás. Si Estados Unidos llega a su objetivo de emisiones, otros países podrían no alcanzar los suyos. En verdad, la mayor parte del crecimiento en emisiones globales ocurre en China, India y otros países de “mercados emergentes”.

Los combustibles fósiles proveen ahora cuatro quintos de la energía mundial, una porción que cayó sólo levemente desde 1990. Para estabilizar las concentraciones de CO2, debemos esencialmente dejar de quemar combustibles fósiles. ¿Cómo sucederá eso? Los que apoyan un impuesto al carbono tienen la esperanza de que el mecanismo de mercado--precios más altos para los combustibles fósiles--desencadenen un torrente de fe. Los precios más altos no garantizan innovaciones tecnológicas.

No debemos ignorar el cambio climático pero debemos reconocer las limitaciones de lo que sabemos y podemos hacer. Observamos una convergencia política en torno al impuesto al carbono. Republicanos conscientes--¿quizás el presidente Trump?--quieren desprenderse del estigma de no hacer nada en cuanto al cambio climático. Los demócratas conscientes están cansados de la parálisis política. Como dijera Ronald Reagan en una ocasión: “Si no es nosotros ¿quiénes? Y si no es ahora ¿cuándo?”