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Los regañones contestan

Últimamente, la porción de preguntas y respuestas de mis conferencias se ha convertido en un deporte de contacto.

La gente asiste no para escuchar lo que yo tenga que decir desde el podio, sino para regañarme por algo que yo ya he dicho en letra impresa. Entran en la sala con comentarios preparados. No hacen preguntas, más bien dan discursos propios. Y por el tono, parece que no están interesados en una respuesta, porque se contentan con haberme reñido.

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Últimamente, la porción de preguntas y respuestas de mis conferencias se ha convertido en un deporte de contacto.

La gente asiste no para escuchar lo que yo tenga que decir desde el podio, sino para regañarme por algo que yo ya he dicho en letra impresa. Entran en la sala con comentarios preparados. No hacen preguntas, más bien dan discursos propios. Y por el tono, parece que no están interesados en una respuesta, porque se contentan con haberme reñido.

Cuando uno es un comentarista latino, un público compuesto de compatriotas latinos puede ser difícil. Mucha gente parece ansiosa por sermonearme sobre cómo debo hacer mi trabajo. También expresa sus expectativas y explica lo que piensa que debería ser mi papel.

Hace un par de meses, tras un discurso en Sacramento, California, un abogado latino se puso de pie y se identificó como un lector de larga data de mis columnas, quien a menudo estaba en desacuerdo conmigo. Me regañó por una feroz columna que escribí sobre un senador latino del estado, que fue arrestado por manejar ebrio. El político se declaró inocente y después imploró perdón. Escribí que no pasó el examen de liderazgo, se avergonzó a sí mismo y manchó el cargo.

Expliqué a mi crítico que no es mi tarea ser niñero de los políticos y protegerlos de las decisiones erradas, y de su mala conducta. También dije que, si la reputación del legislador había sido mancillada, no fue por mí. La próxima vez, dije, no debería tomar ese trago de más para el camino.

Más recientemente, tras una conferencia en San Francisco, un hombre mayor me dijo que yo era demasiado rápido para censurar a los latinos por lo que hacían mal --como apoyar lealmente a un presidente que deportó a 2 millones de personas en cinco años, la mayoría latinas, sólo porque es demócrata. El hombre quería saber por qué no persigo a blancos poderosos con el mismo celo.

Obviamente, este señor no lee mis columnas lo suficiente. Los que son objeto de mis críticas vienen en todos los colores. Por ejemplo, el debate migratorio divide a latinos y blancos. Del correo que me llega, puedo ver que mis columnas los unen --en el desagrado de ambos por mi punto de vista.

Por ser uno de los pocos redactores latinos del país dedicado a columnas de opinión, ese tipo de crítica viene con el territorio. Otros latinos esperan que yo los “represente” --con eso, quieren decir que quieren que yo dé voz a una comunidad que no la tiene.

Lo comprendo. Los latinos somos el gigante invisible. Representamos el 17 por ciento de la población de Estados Unidos y gastamos 1,4 billones de dólares anualmente. Las empresas que quieren vendernos cosas nos hacen la corte agresivamente. Y cada cuatro años, alguien nos dice que decidiremos la elección presidencial.

Sin embargo, cada semana, debemos tragarnos la humillación de ver los programas de charlas del domingo por la mañana, donde los comentaristas --casi todos, blancos o negros-- no tienen problema alguno en opinar sobre el voto latino, ya sea si comprenden o no el tema. Permitimos que los partidos políticos escojan nuestros líderes. Actuamos al margen, mientras los medios deciden cuál debe ser nuestro orden del día, y hasta nos dicen cómo y cuándo debemos perseguirlo.

Por supuesto, los latinos necesitan una voz. También necesitan un líder. Pero ése no soy yo. No figura en la descripción de mi trabajo ser portavoz ni pastor.

En ese caso, pregunta la gente, ¿qué estoy tratando de conseguir? ¿De qué sirve un crítico que derriba cosas sin construir nada en su lugar?

Es una pregunta justa. Después de hacer esto durante casi 25 años, casi lo tengo resuelto. No es mi tarea persuadir ni pedir ni hacer relaciones públicas. No soy un abogado litigante que defiende una causa, ni un político pidiendo votos, ni un educador enseñando una clase. Soy un periodista de la vieja escuela, que aún se aferra a la anticuada noción de que debemos cubrir la historia, pero no convertirnos en parte de ella, y que debemos servir a cualquiera de los partidos políticos porque estamos ocupados sirviendo a la verdad. No estoy aquí para decirles qué pensar; me contento con que Uds. piensen. Mi trabajo es incitarlos a que cuestionen sus creencias y suposiciones, aunque hacerlo los irrite.

Aclaro la niebla. Y si lo que anhelan es defensa de intereses o si quieren construir algo, no faltaba más, hagan el favor de hacerlo.

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