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Las Becas Pell y el futuro de Estados Unidos

Las Becas Pell y el futuro de Estados Unidos

Durante esta semana en que se discutirán las propuestas para el presupuesto federal, parece que los estudiantes universitarios de bajos recursos están a punto…

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  En
el peor de los casos, si el Congreso reduce 4,9 millones de dólares del
presupuesto de 63.700 millones de dólares del Departamento de Educación para el
año fiscal de 2010, la actual beca máxima por estudiante de 5.550 dólares se
verá reducida en 845 dólares por año académico. Eso equivale, aproximadamente,
a un recorte del 15 por ciento para el programa de asistencia universitaria lo
que, según Mark Kantrowitz, editor de la página Web FinAid, representaría el
mayor recorte en la historia del programa de becas Pell.

            Y
qué historia. Cuando comenzó, en el año académico 1973-74, se entregaron 47,6
millones de dólares en becas Pell a 176.000 estudiantes universitarios de bajos
recursos de primer año. En 2008-9, el programa entregó 18.300 millones de
dólares a 6,2 millones de estudiantes necesitados.

            Cuando
digo necesitados, no lo digo en términos relativos. Todos sabemos que con la
excepción de los ricos en este país, la matrícula universitaria —más las
tarifas, el alojamiento y el costo exorbitante de los libros de texto— supone
una carga tremenda no asequible inmediatamente para la clase media. Para ella,
una educación universitaria puede ahora obtenerse solamente mediante un
conjunto de préstamos estudiantiles privados y federales, que dejan a las
familias y a los graduados con un agujero de miles de dólares antes de haber
aceptado la oferta de un primer trabajo.

            Las
becas Pell van sólo a los más necesitados de los necesitados, tomando como base
una complicada ecuación que tiene en cuenta el tamaño de la familia del
estudiante, sus ingresos, bienes y la matrícula de la universidad donde
asistirá. En 2008-9, las familias con ingresos anuales de menos de 50.000
dólares que demostraron que podían contribuir sólo unos 1.200 dólares o menos
para la educación universitaria del estudiante representaban el 74 por ciento
de todos los beneficiarios.

            Los
beneficiarios de las becas Pell tienden a ser padres o madres solos,
afroamericanos, hispanos o amerindios, estudiantes con discapacidades físicas o
aquellos cuya lengua madre no es el inglés. También tienden a ser los primeros
de sus familias en asistir a la universidad y en establecer una expectativa
familiar de obtener educación avanzada, que puede tener efecto en las
generaciones futuras.

            Para
este tipo de estudiantes —incluso para los más inteligentes y trabajadores del
grupo— 845 dólares menos por año pueden suponer que no intenten en absoluto
perseguir un diploma universitario.

            Ahora
consideremos la mejor situación posible. El plan presupuestario del presidente
Obama procura mantener las becas Pell como están, pero lo hace estableciendo
recortes y aumentando el interés de los préstamos federales para las carreras
de postgrado.

            Entonces,
si tomamos un estudiante que se las ha arreglado para obtener un diploma
universitario y le agregamos una carga aún mayor de deuda por los préstamos que
debe utilizar para costearse los estudios de postgrado,  tendremos otro obstáculo más para los
estudiantes de bajos recursos y los que pertenecen a minorías que tratan de
ingresar en Medicina, Derecho u otras profesiones.

            Después
está la eliminación de las becas Pell para los estudiantes de verano. No me
preocupan los que pueden encontrar pasantías u otras oportunidades valiosas en
el verano. Pero hay tantos estudiantes de bajos recursos que confían en el
verano para tomar cursos de recuperación o completar requisitos para terminar
sus estudios más rápido —y por lo tanto, en forma menos costosa— que temo que
esto también será una carga desproporcionada para ellos.

            El
programa Pell está en vías de asistir a 9 millones de estudiantes en 2012,
debido a una combinación de mayor necesidad en las familias y a una reducción
en la asistencia económica de los estados y de las universidades. Pero en lugar
de buscar maneras creativas de mantener la financiación estable —una mayor
verificación de los ingresos y una rendición de cuentas en cuanto al desempeño
académico vienen a la mente— justo cuando la necesidad es mayor, tanto
demócratas como republicanos están considerando recortes que perjudicarían a
los pobres, y a los actuales y posibles estudiantes universitarios de primera
generación.

            Hacer
menos para los más pobres no es la manera de elevar las tasas de graduación
universitaria, que son persistentemente bajas entre estudiantes de minorías y
de bajos recursos, ni el mejor método de construir una sociedad de innovadores
educados, que pueden a ayudar a Estados Unidos a "ganar el futuro". De hecho, este
es el tipo de ahorro que menos nos podemos permitir.

© 2011, The Washington Post Writers Group