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Cediendo ante la turba

Cediendo ante la turba

Este fin de semana del Día de la Independencia, mis recuerdos me llevan a algo que dijera mi padre durante una Celebración del Cuatro de Julio, hace muchos años.

Días antes, las autoridades habían hecho un horripilante descubrimiento. Despiadados contrabandistas habían dejado morir a docenas de migrantes en un vagón de tren. Mi Papá y yo estábamos en un evento público y, al final del himno nacional, señaló la bandera y dijo: “Ves esa bandera. Por ese motivo murió esa gente, tratando de llegar aquí —por la libertad y el tipo de país que somos.”

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Este fin de semana del Día de la Independencia, mis recuerdos me llevan a algo que dijera mi padre durante una Celebración del Cuatro de Julio, hace muchos años.

Días antes, las autoridades habían hecho un horripilante descubrimiento. Despiadados contrabandistas habían dejado morir a docenas de migrantes en un vagón de tren. Mi Papá y yo estábamos en un evento público y, al final del himno nacional, señaló la bandera y dijo: “Ves esa bandera. Por ese motivo murió esa gente, tratando de llegar aquí —por la libertad y el tipo de país que somos.”

Es un buen momento para volver a preguntarnos, ¿qué tipo de país somos? Entre desfiles y asados, los estadounidenses pueden mostrar su patriotismo con su mejor conducta.

Pero no es lo que ocurrió el otro día en Murrieta, California. En esa ciudad, que está alrededor de 90 millas al norte de San Diego, una colérica turba con carteles y puños amenazantes y mientras gritaba “USA, USA”, aterrorizó a unos 140 niños y madres que eran trasladados en un autobús.

Las horribles imágenes nos recuerdan la triste situación de los “niños de la frontera” — unos 52.000 jóvenes náufragos de América Central, que ingresaron a los Estados Unidos este año, sin estar invitados, y las decenas de miles de otros que probablemente los seguirán.

Este debate no gira sólo en torno a lo que sucederá con los menores a menudo no acompañados. Gira en torno a algo más importante: En qué tipo de país nos hemos convertido.

Ese grupo de inmigrantes fue trasladado por avión, por el gobierno federal, de Texas a California, y colocado en un autobús durante hora y media, para ser procesado en una dependencia de la Patrulla Fronteriza, en Murrieta. Tras un breve enfrentamiento con unos 50 manifestantes cerca de la dependencia, la Patrulla Fronteriza se replegó y se dirigió, manejando dos horas más, a otra subestación, cerca de la frontera EE.UU.—México.

La verdad es que, deberían haber hecho una redada de los manifestantes. Será por mi educación como hijo de un policía, pero en mi opinión, si uno bloquea un vehículo de las fuerzas de seguridad federales y usa la presión de una turba para interferir con oficiales de seguridad, lo esposan y echan a una celda.

Entonces, ¿por qué le preocupa más a la Patrulla Fronteriza su imagen pública? Durante una aparición, esta semana, en “The LaDona Harvey Show”, un programa radial de charlas de San Diego, Shawn Moran, vicepresidente del Consejo Nacional de la Patrulla Fronteriza, habló del espectáculo de Murrieta y de la indignación de la población.

“Espero que la gente no eche la culpa a la Patrulla Fronteriza,” dijo Moran, “Porque estamos estancados en el medio.”

Qué cosa tan cobarde de decir. Déjenme ver si lo entiendo. ¿Una turba interfiere con tus operaciones e intimida a tus agentes mientras hacen su trabajo, hasta el punto de poner los pies en polvorosa, y tú te humillas y esperas que los manifestantes que violaron la ley no echen la culpa a la Patrulla Fronteriza?

Patético. Los policías deben actuar como policías. Y los políticos, como políticos. No los mezclemos.

En el episodio de Murrieta, lo más ofensivo fueron los cánticos de “USA, USA”, como si la intimidación de una turba constituyera la manera norteamericana y como si envolverse en la bandera, le diera a uno licencia para pisotear una de nuestras tradiciones más sagradas.

El pisoteo comienza en lo alto. El presidente Obama, que en una época enseñaba Derecho Constitucional, pero que aparentemente nunca lo estudió, quiere acelerar las deportaciones de los niños de la frontera y saltearse el estorbo del debido proceso.

Los estadounidenses están decidiendo el destino de una gran nación, que no siempre ha estado a la altura de su reputación en lo referente a la acogida que da al extranjero; un lugar donde a la gente a veces se le escapa que el mundo nos halaga sobremanera cuando considera que nuestro país es un puerto seguro para los pobres y oprimidos.

Es un llamado especial, a la altura del cual no siempre hemos estado. Estados Unidos aún no ha olvidado su vergüenza —ni debería hacerlo— por enviar de vuelta a Europa, y a su probable muerte, a más de 900 refugiados judíos abordo del SS St. Louis, en junio de 1939.

Ahora estamos planeando enviar a estos niños de vuelta a Guatemala, Honduras y El Salvador —países de América Central que han demostrado al mundo, por medio de violaciones, asesinatos y tráfico de drogas, que no son un lugar seguro para niños.

Después de los que ocurrió en Murrieta, y de las deportaciones masivas que Obama ha planeado, algunas personas de todo el mundo podrían decir lo mismo de nosotros.