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En el centro en primera fila, John Mullin ​e India Lamar. Foto: Gift of Life.
En el centro en primera fila, John Mullin ​e India Lamar. Foto: Gift of Life.

Una segunda oportunidad de vida

“Sonrío cuando pienso que esa persona está caminando por ahí, respirando y dando el siguiente paso”, confiesa una madre que decidió donar los órganos de su…

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Hace cuatro años India Lamar recibió una llamada de teléfono. Su hijo Peter había sido víctima de un disparo. 

“Fue el peor día de mi vida”, asegura Lamar. “Pero fue una bendición, no en el sentido de que fuera disparado, sino en el de que fuera ingresado aquí (en Temple). Nunca podré agradecerles lo suficiente, ocupan un lugar especial en mi corazón”.

Peter estuvo ingresado unos días en Temple University Hospital (TUH), donde falleció 10 días después de su 26 cumpleaños. 

“Mi hijo era una persona muy cariñosa, siempre estaba ahí para los demás y siempre trataba de ayudar a todo el mundo”.

Lamar asegura que esa fue precisamente la razón por la que cuando se le presentó la opción de donar sus órganos decidió hacerlo.

“Se que es algo que él habría hecho. Siempre estaba ahí sin importar el que o el quién”, asegura Lamar, quien explica que, gracias a este acto, salvó la vida de varias personas.

“Por eso lo hice, por él”, cuenta Lamar. “Porque aunque se que no está aquí conmigo, en mi mente él está conmigo porque se que ayudó a entre tres y cuatro personas. Mi cabeza me dice que él todavía camina por este mundo”.

Ellas fueron solo unos de los 450 trasplantes que se han efectuado en Temple University Hospital desde el año 2012.

En el 2015, Gift of Life Donor Program — la organización sin ánimo de lucro designada por el gobierno federal para la administración de las donaciones de en la mitad este de Pensilvania, el sur de Nueva Jersey y Delaware — coordinó los casos de 483 donantes locales, que se tradujeron en 1.291 trasplantes en el área.

Uno de esos más de mil receptores fue John Mullin, diagnosticado con fibrosis pulmonar idiopatica (IPF, según sus siglas en inglés) en el año 2011. Según explica, se trata de “una enfermedad degenerativa y quiénes la padecen, en muchos casos, tienen una esperanza de vida de no más de 4 o 5 años”.

Según detalla Mullin, pese a que en la actualidad existe un tratamiento bastante reciente —la FDA lo aprobó en 2014—, no supone una cura, tan solo ayuda a disminuir el avance de la enfermedad. 

La relación de Mullin con Temple University Hospital comenzó poco después de su diagnóstico. 

“Participé en estudio de medicamentos con el centro de pulmón y continué viviendo mi vida de la misma manera que lo hacía antes, pero con algunas limitaciones”, confiesa. “Me quedaba sin aliento cuando subía o bajaba escaleras llevando algo pesado y la tos nunca cesaba. Podía durar entre 10 y 45 segundos”.

Sin embargo, no fue hasta el otoño de 2014 cuando comenzó su evaluación para convertirse en candidato para un trasplante. 

“Es un proceso largo y agotador. En muchos casos los resultados llevan a la realización de otros resultados, y esos resultados a la consulta con otros especialistas para asegurarse de que todo está bajo control”.

Hasta que en enero de 2015 Mullin entró en la lista de espera para un trasplante de pulmón. 

“Estar en la lista y la espera es algo difícil mentalmente. Estas muy ansioso y nervioso. Escuchas el teléfono y piensas ‘¿Será ahora?’”, cuenta Mullin.

Tras ello, Mullin continuó haciendo vida normal hasta que en agosto de 2015 sufrió una complicación que le obligó a someterse a un triple biapás en Temple. Aunque le dieron el alta a los 21 días, no pudo volver al trabajo hasta tres meses después: el 2 de noviembre.

Mullin recuerda a la perfección la fecha porque dos días y medio después de su reincorporación su teléfono sonó. La llamada provenía de Temple.

“Me dijeron que podrían tener un donante compatible. Fui hacia allí y el día 5 de noviembre tuve mi trasplante. A los 11 días me dieron el alta. Me recuperé muy muy pronto”, asegura. Hasta el punto de que unas semanas de recuperación después volvió al trabajo el 1 de febrero.

“Ha sido un largo viaje en un periodo de tiempo relativamente corto, en lo que al tratamiento médico se refiere, pero al mismo tiempo me siento tan afortunado de que todo haya salido así”.

“Mi mantra, el cual desarrollé cuando estaba en el hospital poco después del trasplante, cuando me sentía tan bien y con tanta energía es: me siento humilde, estoy saludable y feliz. Y así estoy viviendo”.

En la actualidad Mulling dedica su vida a trabajar y a hacer esas cosas que la mayoría del mundo considera como ‘normales’, por ejemplo un viaje con su familia, y que le producen una gran satisfacción.
“Creo que probablemente he tomado muchas cosas por sentado durante tantos años. Estoy tratando de ser tan honesto, abierto y agradecido como puedo. Y se que no estaba viviendo de esa manera antes. Quiero ser un ‘advocate’ para otras personas y también a la hora de concienciar sobre la importancia de la donación de órganos y sobre el (IPF)”.

 

La importancia de convertirse en donante

Mullin explicó que una cosa importante es saber que no solo está limitado a los órganos. “También hay tejidos y otras cosas que pueden tener un gran valor para otros”.

“A aquellos que no son donantes intento decirles que no hay barreras”, confiesa. “Lo realmente importante es que compartas tu deseo de serlo con otros y que tu familia lo sepa. Es algo realmente satisfactorio saber que vas a hacer algo así por otra persona”.

Todo el mundo puede contribuir a crear conciencia sobre los trasplantes de órganos, en Pensilvania por ejemplo, hasta los propietarios de un coche, según asegura Mullin.

“Si vives en el estado de Pensilvania probablemente tengas un coche y tiene que registrarlo. En el formulario tienes la opción de donar $1a la campaña de trasplante”.

Para Lamar, “se trata de un acto desinteresado e incluso aunque tú hijo no va a volver a estar ahí contigo, va a ayudar a otros. Le da a alguien una segunda oportunidad. Puede que nosotros no tengamos la oportunidad de tenerla pero tenemos la oportunidad de mirar a otras personas que se han beneficiado de nuestros seres queridos y eso es algo bueno”.
“Sonrío cuando pienso que esa persona está caminando por ahí, respirando y dando el siguiente paso”, confesó Lamar. “Y esas son cosas que damos por sentado”.

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