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El día de la presencia latinoamericana

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Lo que realmente celebramos el 12 de Octubre

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Lo que realmente celebramos el 12 de Octubre

Origen del Latín origo o comienzo, es una palabra constante en nuestro vocabulario, es una repetición continua, una búsqueda inconsciente. 

La historia nos ha enseñado a mirar hacia atrás para ver de dónde venimos, cómo progresamos y cuántos errores cometimos. 

Algunas sociedades más sensibles han recurrido siempre a la historia para engrandecer sus logros y someter a sus cercanos. Hemos rellenado los vacíos con historias fantásticas y cósmicas, con personajes y sus decisiones, para responder a un porqué, a un cuándo, a un cómo. 

Somos el producto irremediable de siglos de búsquedas y destrucciones en el camino, donde muchos han dado sus vidas por la verdad que enarbolaban convencidos. Todas estas historias, inciertas o no, reales o no, han construido un bulto de necesidades ontológicas que nos empujan a elaborar conceptos, a adjudicarles fechas y a revisar celebraciones. Y son los testimonios históricos los que determinan y ajustan la cronología en nuestro saber común. 

Así sucede con el mítico 12 de octubre de 1492, fecha estipulada por los conquistadores como el día en el que “se descubrió América”. Habría que descansar en esa aseveración y meditarla como se ha hecho durante tantos años, desde la literatura, la historia, la política y la sociología. Contextualmente, el hecho de que los opresores (y dejaremos el debate de poder para más adelante) hayan sido quienes marcaran la fecha en el calendario, es una obviedad. Fue esa la fecha en la que el español “descubrió” que su mundo era más grande y que en él habitaban seres y especies jamás imaginados. Arturo Uslar Pietri recomendaba sustituir la palabra “encuentro” por “presencia”, y fue exactamente así: tanto el español como el indígena se percataron de la presencia del otro. 

De la misma manera, siempre se ha percibido aquella fecha como un momento de encuentro unilateral, donde aquél que narraba la historia en primera persona describía desde su nariz el maravilloso momento. Fue entonces cuando la disyuntiva entre la hegemonía y la subyugación se hizo presente: ¿Quién es más real? ¿Quién está por encima? ¿Quién está más cerca de la verdad? ¿Quién vive más cerca de Dios?

Sin ánimos de anclarse en darwinismos, la historia ha recalcado la multiplicidad de posibilidades en cuanto al origen y a la preeminencia de las culturas que acudieron al encuentro. Desde las teorías de la Atlántida y la antigüedad de Los Andes, hasta los acercamientos vikingos precolombinos, el misterio de aquél hombre a orillas del mar desde hacía milenios sigue cuestionando nuestro saber, cada 12 de octubre.

 

“Mestizaje”, es la primera palabra que nos inculcaron al dibujar los tres barcos con los que Colón llegó a América en preescolar.

Podríamos suponer incluso que en el momento en que ambos individuos se observaron por primera vez el tiempo hizo una pausa. El siglo XV español no se hallaba preparado para asimilar un panorama tan radicalmente diferente, mucho menos para calificarle de cultura. La opresión Católica tampoco habría permitido, después de tantos años de ocultismo, que se contemplara la posibilidad de otros Dioses, de otras devociones o siquiera el cuestionamiento de su sola verdad.

¿Y el indígena? Bueno, para él el vocablo “indígena” sencillamente no existía. Para él su mundo era el que alcanzaban a ver sus ojos, sus límites eran los que las leyes sociales dictaminaban, sus Dioses aquellos que se manifestaban en la naturaleza, y su convivencia se adecuaba a las necesidades fundamentales, bajo un código de ética y principios mucho más avanzados de los que los colonos transmitieron al viejo continente. Su supuesto retraso tecnológico no era más que el producto de un proceso de adecuación geográfico totalmente distinto al que se había llevado a cabo en otros continentes. 

Ahora bien, si oponemos ambas perspectivas, el encuentro de aquél 12 de octubre fue un proceso de reconocimiento, donde unos impusieron sus necesidades económicas y otros su curiosidad elemental. El resultado es bien conocido. La devastación fue brutal. Pero el fruto de aquel encuentro de presencias cambió la historia del mundo para siempre. 

Desde entonces, la literatura Castellana tendría más verde, más violencia, más melancolía y más magia.

“Mestizaje”, es la primera palabra que nos inculcaron al dibujar los tres barcos con los que Colón llegó a América en preescolar; una palabra que involucra mucho más que la mezcla entre tres razas fijas que debieron convivir en un terreno fértil. El mestizaje no fue sólo la sumatoria de generaciones, muy por el contrario es un proceso de adecuación que hoy está más latente que nunca. 

La naturaleza agresiva, invasiva y fuerte a la que tuvieron que adaptarse los europeos cambiaría por completo su temple, les transformaría en personas irreconocibles y les trasladaría a un escenario hasta anacrónico, donde los sistemas de la Edad Media volverían a entrar en vigencia, y los recursos descriptivos de Cervantes no les servirían para nada. 

El indígena, por su lado, se encontró con un hombre irrespetuoso, impositivo y sordo; con una tecnología incomprensible y con un Dios que hablaba otra lengua. Debió sucumbir a la muerte de sus propios Dioses, tras una batalla que avecinaban las estrellas desde hacía muchísimo tiempo. 

La realidad de dos mundos se fundió en una sola costa. Se debieron cambiar sistemas, palabras, modales y comidas. Se comenzó una historia desde cero, sin contemplar las que estaban ya en proceso, y fue este el verdadero mestizaje. Un primer mestizaje. 

Desde entonces, la literatura Castellana tendría más verde, más violencia, más melancolía y más magia. La arquitectura cambiaría los arcos abovedados con figuras de rasgos menos blancos, las danzas en secreto reclamarían más dolor, y a Europa llegaría un tubérculo que les alimentaría durante guerras enteras: la papa. 

Pero existía el desfase cultural. Era palpable. La novela española no llegaría a América sino mucho tiempo después; de hecho, la primera novela Latinoamericana no se conoce sino hasta el siglo XIX, y la primera vez que América tuvo que tomar las riendas de su propio destino (es decir, durante la independencia), los modelos sociales y políticos fueron importados desde Europa y fracasaron en su intento, porque lo que subsistió fue el Caudillismo, el modelo de imposición violenta del poder que nada tenía que ver con la República de Rousseau. Y ese modelo, coincidiendo con Uslar Pietri, era sencillamente el residuo del Feudalismo Europeo entre los siglos XII y XIII. 

Los movimientos sociales más importantes de América fueron eco de importaciones, pues la educación Colonial triunfó en la pedagogía de la imitación y de la suposición de que todo lo que viene de aquél lado del Atlántico funciona mejor. Desde los ideales ilustrados de Miranda hasta los murales de Diego Rivera, todos los elementos que el Americano fue adoptando se traducían en su propio escenario a destiempo, generando una dimensión única y propia de lo que sería América Latina. 

Hernández Xochitiotzin, Xul Solar, Antonio Berni, Roberto Matta, Borges, Carpentier, Cortázar, García Márquez, Gallegos… todos los representantes de la cultura latinoamericana son un producto híbrido, único e irrepetible, sin homónimos en Norte América o en el Japón. La cultura Latino Americana (esta vez en mayúsculas) es el testimonio viviente de la génesis de Occidente; hemos sido las manos y piernas del proyecto Americano y nuestro “descubrimiento” daría pie a procesos tan radicales para la humanidad como el Capitalismo (por la importación de metales preciosos) y hasta la Revolución, pues ¿habría alguna otra Utopía que la que vivían los indígenas antes de conocer al Europeo?

El hombre Latinoamericano influyó en la literatura europea, en sus costumbres, en sus transformaciones políticas y hasta en su música. Construyó su identidad en base a un reflejo refractario de adopción y transformación generando una sociedad que hoy en día sigue mirando atrás para intentar dar con su punto de origen, y que al voltear los ojos hacia delante se encuentra con otras culturas que no le determinan. 

Tras oleadas de segundas inmigraciones, judías, árabes y sobretodo europeas durante la primera mitad del siglo XX, Latinoamérica se ha transformado en una especie de Torre de Babel cultural, donde los rasgos indígenas y africanos siguen anclados en el inconsciente colectivo, pero se han fundido hermosamente con la diversidad mundial. 

El segundo fracaso político y económico que golpeó a la sociedad Latina fue durante el siglo XX y produjo una oleada de emigración que nos transformó en la mano obrera por default en sociedades como la Norte Americana y la Española, al punto de que el estereotipo de handyman siempre viene acompañado por un bigote y una bandera mexicana. No es de extrañar que al decir de dónde venimos, muy pocos sepan ubicar nuestro país en un mapa, pues somos todos un mismo colectivo, una misma sociedad Panamericana. 

Es frecuente que nos debatamos entre Colombianos y Venezolanos por la autoría de la arepa; entre Peruanos y Chilenos por el Pisco; entre Paraguayos y Argentinos por el Mate. Fue gracias al español que mezclamos nuestras tradiciones y culturas, y tras el saqueo de nuestras tierras y las importaciones ideológicas fallidas, fuimos a dar como extranjeros en lugares distintos, intentando reconstruir una patria que llevamos en el espíritu. 

Hoy en día la diversidad es abrumadora: nos encontramos en las calles de ciudades distantes con venezolanos de rasgos árabes, argentinos de rasgos italianos, chilenos rubios y dominicanos con pecas. Los Latinos hemos desarmado las plantillas a las que hemos sido sometidos para catalogarnos, y actualmente somos un pueblo rico no solo en fenotipos sino en experiencias, en kilometraje, en adaptabilidad. 

Cada 12 de octubre se recuerda el día en el que una cultura dominante escribió en un papel que había conocido a una cultura diferente. Cada 12 de octubre se debe recordar el inicio del cambio, la gestación de la verdadera Revolución mundial. A partir del 12 de octubre, a pesar de todo, nació Latinoamérica como el motor cultural más poderoso del futuro.

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