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Carmen Guerrero, cofundadora de Coalición Fortaleza Latina, una organización proinmigrantes en Norristown. Foto: Samantha Laub / AL DÍA News
Carmen Guerrero, cofundadora de Coalición Fortaleza Latina, una organización proinmigrantes en Norristown. Foto: Samantha Laub / AL DÍA News

“Un inmigrante es un esclavo del neoliberalismo”

Hace cinco años Carmen y su amiga Amanda Levinson fundaron la Coalición Fortaleza Latina, una organización con la que buscan para enderezar la historia y tejer…

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El día que Carmen nació recibió como apellido un vocablo que sirve tanto para identificarla como para describir su carácter: Guerrero.

El apelativo, tan elocuente, tan castellano y tan íntimamente ligado con la historia del mestizaje en México, no borra –sin embargo– ni el color ni las facciones ancestrales que la sangre le talló en su piel de ahuehuete.

Hija de indígenas tzeltal y otomí, madre de tres hijas dreamers, trabajadora incansable, migrante... Carmen llegó a Norristown hace casi 18 años, no detrás de un “sueño americano” –que nunca tuvo, aclara–, sino movida por un instinto de supervivencia.

Carmen vivió en su natal D.F. hasta febrero del 2000, ciudad en la que aprendió a reinventarse una y mil veces. Una de esas veces fue en 1994,  año en que perdió su empleo en una firma constructora que quebró como consecuencia de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, en inglés).

Allí había desarrollado una exitosa carrera como asistente de maquinaria, después como asistente de acarreos y luego como asistente de contabilidad; cargo que le permitió conocer buena parte de su país.

El golpe fue duro; de 2.000 pesos mensuales pasó a ganar 400 como secretaria de una empresa cualquiera. Carmen, que era madre soltera, no podía darse el lujo de esperar.  La oportunidad le llegó comprando cilantro en la Central de Abasto de Ciudad de México, el mercado más grande del mundo. Allí, un vendedor le pidió que le atendiera el puesto mientras se ausentaba un momento. El momento se extendió varias horas.

A su regreso, el dueño –entre apenado por haberla obligado a esperar más de la cuenta y sorprendido por sus ventas–, le ofreció 100 pesos diarios a cambio de que lo ayudara. Carmen no volvió a ser secretaria de nadie.

"Un inmigrante es un esclavo del neoliberalismo"

En la Central de Abasto aprendió a comercializar productos, a trabajar de noche, a moverse con rapidez por ese laberinto de 327 hectáreas –que son lo mismo que siete vaticanos juntos–; aprendió el lenguaje del negocio y a ser parte del ecosistema del mercado. También aprendió a cargar y descargar bultos que le valieron el mote de ‘mujer maravilla’.

Prosperó tanto que se volvió productora y mayorista de hortalizas. Compró un camioncito con el que viajaba a Puebla para aprovisionarse casi a diario. En uno de esos viajes –el 24 de diciembre de 1999– fue secuestrada por una banda que, tras una semana de plagio, le quitó la tranquilidad, el camión y medio millón de pesos.

Deprimida y sin dinero, decidió cruzar la frontera; una experiencia “traumatizante y dolorosa” –recuerda– porque fue como “revivir el riesgo de morir” durante el secuestro sumado a la separación de sus hijas.

Vino, se regresó y volvió a venir. Sobrevivió al abandono de los coyotes en el desierto, al acoso sexual, al maltrato de la migra, a la incertidumbre y a ese miedo que a punta de golpes se le había enquistado en el alma y del que hoy se siente liberada.

Su vida no ha sido fácil ni allá ni acá, pero ahí sigue con la frente en alto, segura de que la suya es una parábola que comparte con millones de migrantes indocumentados.

Hace cinco años ella y su amiga Amanda Levinson fundaron la Coalición Fortaleza Latina, una organización con la que buscan para enderezar la historia y tejer confianza entre los migrantes que viven en Norristown. Ella es finalista de I Am An American Immigrant.

¿Qué es un inmigrante en EE. UU.?

La parte mala: Un inmigrante es un esclavo del neoliberalismo, un esclavo que no es considerado ser humano. La parte buena: Es un ser humano con tanta dignidad, con tanta humanidad que aún teniendo un mundo de dolor encima, siempre tiene una sonrisa en su boca.

¿Qué significa para usted ser una inmigrante americana?

No me gusta utilizar el término “American”, porque cuando transformamos la comunicación es cuando comenzamos a caer en equivocaciones.

Yo soy una migrante viviendo en Estados Unidos. Para mí eso significa ser alguien que empodera a mi comunidad de la misma manera que fui empoderada.

¿Cuáles son los aportes de los inmigrantes?

Los aportes que traemos es nuestra fuerza. Los migrantes somos los seres humanos más fuertes, somos seres humanos mentalmente adaptados para adversidades porque estamos listos para una lucha.

Migrar es una tarea natural. Yo vine por una cosa muy mala, muy negativa, pero a todos nos gusta viajar, todos tenemos el sueño de conocer muchos lugares, esa es parte de la migración. Y ese espíritu soñador del ser humano es lo que venimos a dejar aquí.

¿Qué le diría a Trump si lo tuviera en frente?

Decimos nosotros que a las piedras hay que ignorarlas porque las piedras no escuchan. La verdad es que nunca quisiera hablar con él, tiene una pobreza humana que ve el dinero como un todo.

Donald Trump es un distractor del sistema, yo no quiero estar ahí, no quiero perder el tiempo.