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"World Financial Center Sept. 14, 2001" CC-PD-Mark via Wikimedia Commons.
"World Financial Center Sept. 14, 2001" CC-PD-Mark via Wikimedia Commons.

Volviendo a vivir el 11/9: El aniversario evoca pensamientos de triunfo y de tragedia

El 11 de septiembre de 2001 inició como cualquier otro día en la ciudad de Nueva York, salvo por que era la Semana de la moda –colecciones de verano de 2002,…

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El 11 de septiembre de 2001 inició como cualquier otro día en la ciudad de Nueva York, salvo por que era la Semana de la moda –colecciones de verano de 2002, en Manhattan. Yo me encontraba allí para cubrir este evento para una revista nacional de novias y para el diario de mi pueblo natal. El metro Q zumbó estrepitosamente pasando el Centro de Comercio Mundial y la Estatua de la Libertad hacia el Parque Bryant, en la calle 40 y Broadway, a las 9:00 horas, para presenciar la presentación de la línea de ropa de maternidad de Liz Lange. 

Cientos de miembros de la prensa internacional hacían fila, esperando recibir su designación de asiento para la presentación de Doublas Hannet, cuando el personal de seguridad transmitió frenéticamente que un avión acababa de estrellarse contra la torre del Centro de Comercio Mundial. 

Veinticinco miembros secretos del personal de seguridad empezaron a correr desde todas partes. Las barreras se levantaron frente a todas las entradas al parque. En medio de toda la corredera, una persona informada de la moda muy conocida dijo bromeando: “Si salgo allí, quiero estar caminando sobre una alfombra roja fabulosa de algún evento”.   

Pero no había ningún evento fabuloso. Todo sobre Nueva York había cambiado. Nos dijeron que saliéramos del Parque Bryant, y para el final del día, se rumoreaba que las carpas de la moda que habían salpicado el parque se habían transformado en un centro de clasificación.

Cuando salí a las calles de 40 y Broadway, noté que la gente se había vertido dentro de las calles de Manhattan. Salían de los edificios de oficinas y almacenes. La gente corría, empujaba y se empujaban para hacerse camino.  

Caminé a la calle 39 donde escuché a una mujer gritar: “¡Mi hermano!”. Se desmalló en la calle y un transeúnte la recogió. Me volteé para observar bajo Manhattan, hacia la dirección que había llenado sus ojos de terror, y vi nubes espesas de humo que salían del Centro de Comercio Mundial.

New York acababa de ser atacada. Me detuve en seco al sentir que la devastación empezaba a invadirme. 

Mi corazón fue atrapado por Nueva York hace años. Asistí a la universidad aquí en el Fashion Institute of Technology y viví aquí, alguna vez, durante 10 años. Algunos de los mejores años de mi vida transcurrieron en Nueva York. Ví a las personas, hombres maduros, llorando y cubriendo sus rostros con pañuelos y buscando sus celulares a tientas para llamar a sus seres queridos.

Un hombre estaba totalmente apesadumbrado. Me acerqué a él y lo abracé.

Había largas filas de personas, que daban vuelta a la cuadra, en los teléfonos públicos; los autobuses estaban topados hasta ya no más. Tomé mi celular e hice 50 llamadas en vano. En ese momento respiré hondo, me apoyé en mi fe y me puse en modalidad de supervivencia. Vas a salir de esto, me dije. Sabía que así sería porque Dios seguramente tenía sus brazos alrededor mío, guiándome bajo su protección hacia mi destino. 

Vi a un hombre que portaba un radio y escuché las noticias de última hora, en las que se afirmaba que todo el transporte público desde y hacia Nueva York había sido suspendido: El Túnel de Lincoln, el Tránsito de Nueva Jersey, la autoridad portuaria, el metro de Nueva York. Todos los puentes fueron cerrados brevemente. Los taxi habían desaparecido. Nadie podía entrar ni salir de la ciudad, como si realmente estuviera bajo ataque.  

En medio de toda la conmoción perdí mis gafas para leer y los rótulos de la calle se veían borrosos –sin tener en cuenta que tenía puesto un vestido femenino de vuelos rosado y zapatos de tacón de aguja. Me detuve frente a una tienda, me quité el maquillaje, me aflojé el sostén, convertí mi bolsa en una mochila y me dirigía a la tienda de departamentos de Macy para comprar un par de gafas para leer y zapatos deportivos. 

En Macy’s, la vendedora lloraba por 10 amigos suyos de la universidad que trabajaban en el Centro de Comercio Mundial. Hacía una llamada tras otra tratando de averiguar si estaban vivos o muertos. Luego de consolarla le dije que no tenía como regresar a la casa de mi amiga en Brooklyn. Ella me dijo que tendría que caminar. Caminaríamos juntas. Y me dí cuenta que tendría que afrontar mi temer –el temor a las alturas. Ella dijo que ella también. Podíamos tomarnos de la mano y caminar juntas. Cuando terminé de comprar mis nuevos zapatos deportivos, ella ya había salido de la tienda. 

Así que salí a la calle sola, pasando por la estación de Penn donde los oficiales con megáfonos dirigían a la gente a través de las ambulancias, centros de comando de la policía, camión de basura municipal y camiones de bomberos que habían llenado las calles. 

Fuera del Hospital del St. Vincent, vi una fila camillas que bordeaban las paredes, médicos en fila afuera listos para recibir a los heridos, enfermeras y paramédicos corriendo por la calle. Una mujer con un megáfono gritó pidiendo voluntarios y donadores de sangre. Vi a personas en sillas de ruedas afuera de St. Vincent y me volteé. 

No quería ver el horror terrible que debían de estar padeciendo.

Llegué a una estación de metro desde el que un tren A finalmente había obtenido permiso para moverse. Me llevó a la calle Fulton, donde me bajé para ver los escombros tamaño carta que caían del cielo y aterrizaban sobre mi cabello.  

Autobuses libres de cobro hacia Brooklyn empezaron a transportar a la gente a sus destinos. Logré regresar a Brooklyn.

Al día siguiente empaqué mis cosas y me dirigí hacia el primer metro que me llevara a la estación de Penn.  

Las filas para comprar boletos para salir de Nueva York se extendían a lo largo de la estación. Me dirigí a una máquina para comprar boletos y me apuré por tomar el Amtrak hacia Filadelfia. Sí, estaba traumatizada por los sucesos. El estrés postraumático aún no se había manifestado. Pero sabía que se presentaría, especialmente cuando mis amigos me informaron que cinco minutos antes del choque contra las torres, el metro en el que viajé hacia el Parque Bryant durante la mañana del 11 de septiembre acababa de pasar por las dos torres del Centro de Comercial Mundial que ahora ya no existían. 

Nada era igual respecto a Nueva York, y respecto a mí –y nunca volvería a serlo.

Estaba decidida a triunfar frente a este tragedia. Esta experiencia me llevó a volver a descubrir a mi familia y amigos, a abrir una organización no lucrativa que emancipa a niñas de color y, en especial, acabar con mi vacilación de casarme con el hombre que me ha amado durante los últimos siete años. 

Sí, desde ese día en adelante, desperdiciaré menos, amaré más y celebraré cada día como si fuera mi último. 

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