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Maximino Sandoval, es padre de tres hijos y abuelo de tres nietos (dos niñas y un bebé). Vive en Filadelfia hace casi 19 años. Todos los días ve cómo dos generaciones de mexicanos crecen en las calles del sur de Filadelfia. Peter Fitzpatrick/AL DÍA News.
Maximino Sandoval, es padre de tres hijos y abuelo de tres nietos (dos niñas y un bebé). Vive en Filadelfia hace casi 19 años. Todos los días ve cómo dos generaciones de mexicanos crecen en las calles del sur de Filadelfia. Peter Fitzpatrick/AL DÍA News.

Relato breve sobre un padre inmigrante que nunca abandonó a sus hijos

Ser papá no es un título que se adquiere con el nacimiento de un hijo per se. La paternidad  es una práctica continua en la que  errar y corregir son el pan de…

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Pero si ser papá es difícil, ser uno bueno es un poco más complicado, porque el proceso depende en buena parte de tener buenos referentes, de haber contado con un buen modelo en la vida. En ese sentido, la paternidad también es un acto de memoria histórica.

Improvisación y memoria; ese es el caso de Maximino Sandoval, un inmigrante mexicano, padre de tres y abuelo de otros tres. Un hombre gentil y tímido que, con solo tercer grado de primaria, es un maestro de la vida para sus hijos. 

Hijo de doña Dolores Hernández y don Felipe Sandoval —un par de campesinos que no le hicieron daño a nadie y que levantaron a siete hijos cultivando maíz y frijoles en la lejana región de Puebla—, Maximino recuerda que aunque sus viejos no pudieron costearle el estudio, sí le dieron la mejor educación: trabajar honradamente y no abandonar a los suyos. 

“Mi mamá era una mujer trabajadora, cultivaba, lavaba ropa y de paso nos criaba”, dice. “Mi papá fue un hombre correcto, supo sacarnos adelante, nunca nos maltrató ni dijo groserías”, añade sobre su progenitor.

Cuando habla de la niñez al lado de sus padres, Maximino sonríe y su mirada se pierde en las imágenes de San Mateo de Ozolco que aún guarda en la memoria. Fue allí, en ese pueblo incrustado entre las faldas del Popocatépetl y el Iztaccihuatl, donde aprendió que crecer en la pobreza tiene algo positivo, quizá un efecto pedagógico que lo ha acompañado siempre.

“Cuando la vida empieza dura, al final la sientes ligera”, afirma este emprendedor y líder comunitario que sabe que el dinero no es lo más importante de la vida, sino la voluntad del hombre para superar sus dificultades.

El San Mateo de los años 60 era un pueblo totalmente desconectado del México urbano (probablemente lo sigue siendo), habitado por una comunidad indígena y campesina que durante siglos conquistó a lomo de mula los valles y las montañas; un pueblo pequeño en donde la historia se contaba en náhuatl y el carácter de su gente se forjaba bajo el sol, en los campos de maíz azul. 

Con ese legado, Maximino dejó su pueblo a los 14 años. Llegó al DF a trabajar primero en marisquerías, después en La Casa de los Cantores, local ubicado en el mismo lugar donde vivió el legendario actor y cantante Jorge Negrete, y donde aprendió mixología: el arte de combinar licores.

Allí conoció a Anastasia Lorenzo, su esposa. En el DF tuvieron a sus dos primeros hijos: Ethan y Alondra, quienes aún siendo bebés tuvieron que ver a su papá partir. “El que más sufrió fue Ethan, estaba muy acostumbrado a su padre”, recuerda Anastasia. 

En octubre de 1998 llegó a Filadelfia, a vivir en una casa en la esquina de Lombard y Broad en la que se amontonaban otros 13 inmigrantes. Era la época en la que encontrar una taquería en el sur de la ciudad era misión imposible, pero también en la que el trabajo para mexicanos como él sobraba en los restaurantes de la ciudad.

Echar raíces en tierra ajena

El destierro que implica toda migración también es una oportunidad de florecer en otra tierra. En Filadelfia nació su tercer hijo, Esteban, un pequeño al que ama con todo su corazón. Para Maximino, su infancia y la de sus hijos tiene diferencias abismales no solo en el aspecto material, también y sobre todo en la manera como se dan las relaciones familiares. Preguntado sobre cómo describe la suya con sus hijos, la primera palabra que se le viene a la mente es “distancia”. 

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Un dejo de frustración se dibuja en su rostro. Sus palabras son escasas y entrecortadas. No es necesario saber por qué distancia fue la primera palabra que se le ocurrió, basta con entender que la relación entre padres e hijos suele estar llena de contradicciones, de encuentros y desencuentros; pero nada cambia el amor que los une.

Maximino no se detiene, es un hombre de 53 años que se levanta todos los días con una sola idea en la cabeza: trabajar para seguir apoyando a los suyos. Lo hizo antes, cuando inmigró a Filadelfia, y hace 10 años, cuando con un grupo de amigos financió la construcción de una escuela y dos plantas de pinole en San Mateo para generar riqueza en su tierra y detener la migración de Ozolco hacia el norte.

Sus hijos le reconocen eso y mucho más. “Mi papá es un hombre muy dado a su trabajo”, dice Alondra, su hija y madre de sus tres nietos. Maximino, que es un hombre sencillo, no oculta el orgullo que le produce su familia. “Los hijos son un proyecto también”, dice. El suyo particular es lograr brindarles las herramientas y conocimientos necesarios para que sean independientes. Aunque insiste en que los hijos no deberían si quiera tener los nombres de sus padres —“por aquello de que todos somos diferentes”—, lo cierto es que hay hábitos que se heredan.

Alondra tiene 19 años. Llegó a Estados Unidos cuando aún era una bebé. Aunque creció en Filadelfia, su rostro es una manifestación del ADN de sus ancestros. 

“Mi papá siempre nos inculcó el orgullo por nuestros orígenes. Desde que estaba pequeña me vestía para las celebraciones del carnavalito. Ahora hace lo mismo con Elizabeth (su nieta)”, asegura. 

Ese orgullo se convierte en palabras. Alondra, que creció como una filadelfiana, usa el idioma de sus padres para comunicarse con sus hijos. “No sé por qué, creo que se me hace más natural hablarles en español”, dice. El periodista sospecha que la razón es que ese es su idioma sentimental. Fue a través del español que Maximino y Anastasia le enseñaron el significado de tener una familia, es apenas normal que quiera construir la suya con los mismos términos.

Es como si en cada cariño expresado a la pequeña Elizabeth, Alondra estuviera repitiendo las palabras que alguna vez le escuchó a su padre. Reconoce que este 18 de junio, mientras se celebre el día del padre, no habrá palabra suficiente para expresarle a Maximino el amor y agradecimiento por haber arriesgado todo por su familia. Una buena oportunidad para recortar las distancias entre dos generaciones que comparten los mismos razgos y la misma historia, pero que pertenencen a momentos y mundos diferentes.

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