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El Árabe del Futuro: Contar la Verdad con Dibujos

El Árabe del Futuro: Contar la Verdad con Dibujos

Crítica de libro. En "El Árabe del Futuro", el ilustrador sirio-francés Riad Sattouf narra su infancia y juventud en la Siria de Hafez Al-Assad con sagaz…

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Pedro & Daniel

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De madre francesa y padre sirio, Riad Sattouf creció siendo un chiquillo rubio entre niños árabes que de vez en cuando le llamaban “judío” a modo de insulto por su cabello claro. El pequeño Riad no entendía esa fijación por llamarle judío, pero tampoco le importaba.

Hoy en día, este reconocido ilustrador y dibujante de cómics de 38 años tampoco parece interesado en darle las culpas a nadie por los prejuicios que flotan tanto en Oriente Medio como en Occidente. Sin embargo, cuando decidió dibujar sus memorias en El Árabe del Futuro, sí tenía clara una cosa: quería decir la verdad, por muy cruel que fuese. El resultado es un cómic autobiográfico en tres volúmenes que retratan su infancia y juventud en la Libia de Gadafi y la Siria de Hafez Al-Assad.

Con una mezcla de ironía e ingenuidad infantil, Riad Sattouf va narrando los hechos que marcaron su infancia en el Oriente Medio de finales de los años 70 y los años 80- episodios que no pueden ocultar su desagrado hacia una sociedad ultraconservadora y tradicional del mundo rural árabe – aunque deja que sea el lector quién haga sus propias interpretaciones.

“Yo creo que en el paraíso habrá muchas bananas”,  le dice en una viñeta Adnan, el niño libio que vive junto a su apartamento, en Trípoli.

-¿Qué es el paraíso? , le responde Said.

-Es un lugar magnífico donde vamos después de morir. La vida allí es más bella que aquí”

La conversación entre Said y su vecino libio muestran el abismo cultural existente entre dos niños de mundos tan diferentes, a pesar de lo que le diga su padre, convertido en profesor universitario después de terminar la carrera en París. Orgulloso de sus raíces árabes y de su izquierdismo idealista, el padre de Said está convencido de que el mundo árabe tiene mucho futuro y decide aceptar un puesto de profesor en la Libia de Gadafi, llevándose a su mujer francesa y a su hijo consigo.

Su madre fue despedida de su trabajo como locutora de noticias en la radio porque no podía contenerse la risa cuando tenía que informar sobre las amenazas de Gadafi con invadir Estados Unidos. 

 Al llegar a Libia, la familia de Said se instala en una casa sin llaves, porque Gadafi había prohibido la propiedad privada – algo genial, según su padre -  y al cabo de un día tuvieron que mudarse a otro apartamento porque otra familia había ocupado su casa. A las pocas semanas, su madre fue despedida de su trabajo como locutora de noticias de radio porque no podía contenerse la risa cuando tenía que informar sobre las amenazas de Gadafi con invadir Estados Unidos y asesinar a Ronald Reagan.

A pesar de la propaganda política y las palabras alentadoras de su padre, en Libia la alimentación escaseaba, y muchas veces la familia se alimentaba  de bananas. La madre de Said, Clementine, es paciente, no juzga la sociedad que le rodea, a pesar del machismo que la rodea.  Intenta que Said escuhe sus cassettes de Brassens y aprenda francés para que no olvide su cultura, pero en ningún momento aparece diciendo que “Francia es mejor”. Sus abuelos maternos, a los que visitan una vez al año en su pueblo pesquero de la Bretaña francesa, tampoco aparecen presionando a su hija para que regrese a Francia.

Tras un periodo en Libia, la familia se muda al pueblo natal de la familia Sattouf, una aldea rural en las afueras de Homs, en Siria. La Siria rural bajo el gobierno de Al Assad es un territorio mucho más hostil que Trípoli, con costumbres casi salvajes, en las que los niños se entretienen matando a perros y mascotas en la calle, para el horror del pequeño Said y de su madre. Pero una vez más, ni el niño ni su madre juzgan. Los dibujos, que cuando están basados en Siria adquieren un tono rosado, exponen una realidad, no la interpretan.

Sus dibujos exponen la realidad de Siria, no la interpretan

Said, sin cuestionarse lo que ocurre a su alrededor – tampoco puede comparar con nada más – se adapta al colegio rural, en que los niños tardan dos horas caminando para llegar a la escuela y la profesora les azota las manos con el bastón y les enchufa propaganda en la cabeza.

“¡Mañana tendrá lugar un gran evento en nuestro país! Habrá elecciones presidenciales. Eso quiere decir que todos debemos decir que “sí” a nuestro presidente Hafez Al-Assad,”, dice la profesora, una mujer con chador y faldas ajustadas que marcan sus generosas caderas, según los dibujos de Said. La viñeta es una clara burla al sistema dictatorial disfrazado de democracia de Al-Assad. Es un diálogo entre nosotros, el pueblo, y nuestro presidente”, añade la profesora.

En sus paseos por Homs, el pequeño Said verá presos políticos de Al Assad ahorcados en la plaza pública, visitará las casas de los millonarios corruptos y viajará a hoteles de gran lujo en la playa que poco tienen que ver con la miseria de su pueblo. Una escena divertida es cuando Said descubre por primera vez el bufet libre de un hotel de lujo:  “Había pollo (patas, pechugas, alas), ternera rustida, ensaladas diferentes, pasta, arroz, etc… el mejor concepto de todos los tiempos”, dice.

Clementine, siempre silenciosa y servil, no se queja del ambiente hostil, injusto y machista que tiene que soportar. Solo pide comida francesa de vez en cuando, a poder ser paté de cerdo, o la comodidad de una lavadora eléctrica. El único momento en que se altera de verdad es cuando se entera de que unos parientes de su marido han matado a una mujer joven, la tía Leila, por haberse quedado embarazada sin estar casada. Según su marido, se trata de unas peores humillaciones que puede vivir una familia siria, pero Clementine, horrorizada, le presiona para que lleven el caso a la policía. El pequeño Said también esta triste. Leila le caía bien, porque se había interesado por sus dibujos. Finalmente, los asesinos son encarcelados, pero al poco tiempo vuelven a ser liberados.  "No podía hacer nada, soy solo un hombre entre muchos otros hombres de la familia. La gente del pueblo empezaba a decir que los Sattoufs éramos débiles”, dice el padre de Said. 

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