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Snowpiercer y ‘un hombre blanco para gobernarlos a todos’

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'Spoilers' a continuación.

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'Spoilers' a continuación.

Te encuentras en un tren. Es el último tren en el mundo y el mundo está cubierto de hielo. Un cacique malvado gobierna el tren con su mano de hierro y el líder de tu rebelión acaba de fallecer, así que ¿a quién eliges como tu nuevo líder –una joven asiática clarividente; su padre, un hombre maduro que conoce los códigos para desbloquear los sistemas de seguridad del tren y que apalea al villano; la mujer negra sensata que trata de encontrar a su hijo; o el tipo blanco, inestable, que se comió a otro ser humano cuando los cosas andaban mal?

Este es el problema que enfrentan las personas a la mitad de la nueva película Snowpiercer, y la cinta cinematográfica no tarda ni un segundo en el debate antes de que el tipo blanco es escogido sin más ni más para ser el nuevo líder intrépido. El momento ocurre sin siquiera un atisbo de ironía o conciencia propia. Snowpiercer justifica este singular y absurdo salto lógico al decirnos una y otra vez que las personas creen que Curtis debía estar a cargo, sin importar que tenga un profundo sentimiento de culpa, sea temperamental, impulsivo y… un caníbal reformado. 

En esencial, Snowpiercer es la película Children of Men en un tren. Y aunque las películas de tendencia más conservadora conciben en el futuro un estado policial para frenar el caos de la mentalidad de turba, estos ensayod de narrativa subversiva caen dentro de la tradición de 1984 y Brasil: La maquinaria inherentemente corrupta del estado es el antagonista final. En este ámbito, Snowpiercer agrega, de forma admirable, complejidad y matices al problema de la complicidad entre los grupos radicales y el sistema contra el cual supuestamente luchan. Es una película emocionante con batallas épicas, y el mundo estratificado del último tren en el planeta Tierra es complicado, lleno de discusiones políticas implacables, y desgarradoramente injusto.  

No obstante, tanto Children of Men como Snowpiercer descienden estrepitosamente a momentos finales casi idénticos. Cuando se disipa el humo y se llevan en carreta al sinnúmero de cuerpos, lo que queda es la misma lección: El tipo blanco con barba salva a la humanidad, en ambos casos representada por una mujer y un niño de color, ambos indefensos y que necesitan ser salvados, a costa de su propia vida. 

Cuando estudiaba en la universidad, era uno de las pocas personas de color en las reuniones de protesta contra la guerra y los organizadores blancos me preguntaban: “¿Por qué vienen tan pocas personas de color a nuestros eventos?” Nunca se hicieron la pregunta a ellos mismos, nunca se cuestionaron sobre cómo sus propias acciones sostenían la supremacía de los blancos entre su retórica de paz y libertad. ¿Y por qué lo harían? En el dominante modelo liberal del activismo, un hombre blanco ungido por Dios sin habilidad especial o credenciales de trabajo es elevado al estatus de “único e incomparable” sencillamente por que existe. Dentro de esta fantasía, podemos vislumbrar el fracaso continuo de la izquierda estadounidense dominante en realmente confrontar el racismo institucional/interpersonal más allá de las maniobras políticas. Ciertamente la retórica se mantiene incluso cuando se mira hacia atrás: ¿qué nos mostró la película de Lincoln si no el mismo salvador blanco de barba, quien noblemente daba su vida por salvar a las masas de negros pobres entre un diferente tipo de apocalipsis?  

Volvamos a ese momento en el tren: Cuando Tanya, la solitaria mujer negra de Snowpiercer, voltea su rostro lleno de lágrimas hacia Curtis y le informa, inexplicablemente, que él debe guiarlos ahora. La película narra una historia completa, aparentemente de manera no intencional, dentro de apenas unos segundos. Es la historia de las oportunidades perdidas, del ensimismamiento y del continuo complejo de salvador. Es la historia de las voces silenciadas, historias nunca contadas, movimientos hechos trizas por el ego, privilegio y luchas internas desenfrenadas. La oportunidad perdida aquí es también una de narrativa: Imaginemos si Snowpiercer, que el director coreano Bong Joon-ho basó en la novela gráfica francesa La Transperceneige, se desviara de la narrativa singular sobre la que famosamente nos advirtió Chimamanda Ngozi Adichie. Imaginémonos que los rebeldes  desesperados se detuvieron y elevaron a Tanya como su líder en vez de Curtis. Snowpiercer se hubiera convertido en algo realmente subversivo, una historia que algunos de nosotros hemos intentado  contar durante mucho tiempo. 

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