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El inconmensurable Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe es sin lugar a dudas, el mejor maestro de cuentos de terror. Sus relatos sentaron las bases de la narración policial y la ciencia ficción moderna. Desde su obra, recompuso y revalorizó el oficio de escritor de cuentos, que en nada rivalizan con las novelas de sus tiempos. Edgar Allan Poe, era un hombre de trato desagradable, pero que disponía de una imaginación literaria, literalmente arrolladora. Hacia el final de sus días, tenía enemigos que lo odiaban y despreciaban. Se manejaba con arrogantes ademanes aristocráticos.

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Edgar Allan Poe es sin lugar a dudas, el mejor maestro de cuentos de terror. Sus relatos sentaron las bases de la narración policial y la ciencia ficción moderna. Desde su obra, recompuso y revalorizó el oficio de escritor de cuentos, que en nada rivalizan con las novelas de sus tiempos. Edgar Allan Poe, era un hombre de trato desagradable, pero que disponía de una imaginación literaria, literalmente arrolladora. Hacia el final de sus días, tenía enemigos que lo odiaban y despreciaban. Se manejaba con arrogantes ademanes aristocráticos. Cada vez que se emborrachaba, se transformaba en un ogro de voz tronante, y risas desacreditadoras para con sus interlocutores o cercanos. Padecía pues, un alcoholismo psicótico con fantasmagóricas pesadillas.

Su padre, David Poe, se esfumó de la noche a la mañana, y su madre murió de tuberculosis cuando tenía 24 años, dejándolo definitivamente huérfano. Lo único que conservó de sus padres fue un daguerrotipo de su madre y un dibujo del puerto de Boston hecho a carbón, de David, el padre desaparecido. Fue adoptado por Frances y John Allan, un acaudalado comerciante, que nunca mostró simpatía por sus ambiciones literarias.

Tuvo la buena fortuna de tener una educación privilegiada, y desde los cinco hasta los siete años de edad estudió en el colegio del Reverendo John Bransby en Stoke Newington en Escocia. Allí aprendió francés y latín. De esa estadía en Gran Bretaña, se ven reflejados los paisajes de muchos de sus cuentos. Aún así, sus años en Escocia le provocaron sentimientos de tristeza y soledad, lo mismo que a su madrastra. De regreso a Richmond, asistió a los mejores colegios de la ciudad, y recibió la educación que se les daba en aquellos tiempos a los “Caballeros virginianos”, donde estudió los clásicos: Ovidio, Virgilio, César, Horacio, Homero, Cicerón. Se pasaba el tiempo libre hojeando revistas inglesas, que hallaba en los almacenes de su padrastro. Su vida, nos dejó la enseñanza que no tiene nada que ver, ser un genio literario y hombre de vida atormentada al mismo tiempo, porque Edgar llegó a ser las dos cosas.

No tuvo suerte de adulto, y las desgracias le persiguieron sin descanso hasta el final de sus días.  Pasó hambre y necesidades junto a su joven esposa. Se casó con una prima de trece años que se llamaba Virginia Eliza Clemm. El periódico Broadway Journal, quebró por falta de fondos y se vio obligado a vivir en una casita de campo. En tiempos de extrema penuria, durante la noche, la suegra de Edgar Allan Poe se veía obligada a robar en los huertos vecinos para poder dar de comer a sus hijos. Al cabo de un tiempo, su joven esposa murió de tuberculosis frente a sus ojos, sin cumplir todavía veinticinco años. Comenzó a toser frente a la estufa, escupió sangre, se desmayó y murió. Virginia murió un 30 de enero de 1847. Durante el entierro siguió el cortejo envuelto en una vieja capa de cadete bajo la lluvia, vestimenta que durante un año fue el único abrigo de la cama de Virginia.

A partir de allí, todo fue cuesta abajo. Su padrastro lo desheredó y se encontró enfermo y alcohólico. La conducta del escritor se volvió inestable y desesperada. Se esforzaba en compensar de alguna manera su dependencia del alcohol, lo que le valió para crear cuentos e historias que le dieron a conocer en Europa, y la crítica fue generosa con su talento literario. Cada vez más angustiado intentó cortejar a otra mujer: Sara Helen Whitman, poetisa y con un aire a las heroínas de sus cuentos. Las relaciones evidentemente no cuajaron. El alcoholismo de Edgar Allan Poe no lo permitió, ni tampoco su organismo deteriorado por largas hambrunas padecidas. De igual forma, durante esos tiempos de privaciones, surgen escritas sus mejores obras; el poema, ”Ulalume” y el especial ensayo cosmogónico “Eureka”, último libro publicado por el autor. Después de enviudar, en menos de seis meses intentó suicidarse con láudano, pero actuó de emético y sobrevivió.

Su trayectoria literaria mientras vivió, fue casi siempre miserable. Por toda su obra, no percibió más de $400 de la época y murió después de pasar la noche a la intemperie sobre una alcantarilla de la Ciudad de Baltimore.

Poe fue hallado en un estado de delirio, sumamente angustiado. Cuando se lo llevaron en la ambulancia, murmuraba y gesticulaba como un poseído, en una crisis de delirium tremens. Fue trasladado por un amigo, James E. Snodgrass, al Washington College Hospital, donde murió un domingo dos días después de ser ingresado en urgencias. En ningún momento pudo dar una explicación, ni por qué motivo vestía ropas que no eran suyas. Se cree que se debió a sicarios sin escrúpulos, que emborrachaban a los incautos para obligarles a votar varias veces por el mismo candidato. La leyenda nos cuenta que al expirar pronunció estas palabras; “Que Dios ayude mi pobre alma”. 

No, no tuvo suerte incluso después de muerto. Lo enterraron en una tumba sin nombre, en 1849, y un anónimo mandó hacer una lápida para su tumba. Se dio la coincidencia que el taller del artesano estaba ubicado bajo el nivel de un terraplén por donde pasaba el ferrocarril. Como quien no quiere la cosa, un tren descarriló en el preciso instante en que el trabajadoracababa de escribir el nombre de Edgar Allan Poe en la lápida, y esta quedó pulverizada a causa del accidente. Al no disponer de dinero para encargar otra, el anónimo caritativo no regresó. Por una razón que no está sacada de cuento, Poe se pasó 26 años, un cuarto de siglo en una tumba sin nombre.

Un grupo de maestras de escuela organizó eventos para recaudar fondos al cabo de 16 años de la muerte de Poe, para hacerle un homenaje póstumo y ponerle una lápida como se merecía. Lo inenarrable, es que tardaron diez años en conseguirlo. Cuando llegó el día, se habían hecho invitaciones a todos los poetas conocidos, pero solamente Walt Whitman se tomó la molestia de hacer el viaje. Longfellow, Oliver Wendell  y Whittier se negaron aduciendo diversos pretextos. En cuestión de justicia poética, Whitman supera con mucho en peso literario a quienes se negaron a asistir.