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La figura casi mítica de José Martí está presente en la idiosincracia del pueblo cubano. Aquí su estatua en el Parque Central de La Habana. Foto: Eli Siegel. 
La figura casi mítica de José Martí está presente en la idiosincracia del pueblo cubano. Aquí su estatua en el Parque Central de La Habana. Foto: Eli Siegel. 

Crónica de un paseo por La Habana

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Aterrizar en La Habana es un hermoso placer bucólico. Verdosos campos y bosques se extienden en la distancia mientras los clásicos y coloridos carros de los años 50 recorren el paisaje circundante. Contemplando este paisaje a través de la ventanilla del avión, no estaba seguro de lo que podía esperar de mi viaje. Durante los últimos 50 años, Cuba se ha desarrollado aislada del resto del mundo. El comercio ha sido restringido, el gobierno controla la economía y, hasta hace muy poco, los estadounidenses no teníamos permiso para viajar al país. Claramente, esta no iba a ser una experiencia de viaje común y corriente.

Para poder entrar legalmente a Cuba como estadounidense, mi viaje necesitaba calificar en una de las doce categorías de admisión permitidas por Estados Unidos, tales como visitas familiares, negocios oficiales del gobierno, actividad periodística (mi razón), investigación académica y reuniones profesionales, actividades educativas o para apoyar al pueblo cubano, entre otras. Si el viaje califica en alguna de esas 12 categorías, Estados Unidos otorga un permiso para viajar a la isla sin mayor papeleo.

Y en lo que concierne al gobierno cubano, con una rápida adquisición de una visa en el aeropuerto antes de salir, por un monto de 15 dólares, estaba listo para partir.

Tras pasar por Migración y Aduanas, donde sencillamente presenté mi pasaporte de Estados Unidos y la visa que había comprado antes de mi vuelo, el próximo paso era conseguir dinero cubano. Aunque las relaciones entre ambos países han mejorado considerablemente, el gobierno estadounidense aún impone un estricto embargo económico y, como tal, cualquier tarjeta de crédito o débito americana no funciona en la isla. Esto implica, prácticamente, que se debe llegar con suficiente efectivo para cambiar allí lo suficiente para el viaje. Eso puede hacerse fácilmente en el aeropuerto o en las casas de cambio diseminadas por la ciudad.

Sin embargo, hay que tener cuidado. El gobierno cubano cobra un impuesto extra del 10% por el cambio de dólares estadounidenses a pesos convertibles cubanos (CUC), la divisa para extranjeros. Por lo tanto, es mejor llevar otra divisa para cambiar, como pesos mexicanos o euros. Otras monedas no reciben este impuesto especial al ser cambiadas.

Asimismo, es bueno tener presente que existen dos divisas en Cuba: el CUC, para extranjeros y el CUP (peso cubano) para los ciudadanos. Debido a que el valor de un CUC es igual al del dólar, los cubanos normales no podrían usar esta divisa en sus actividades diarias, cuyo precio es mucho menor. Por el contrario, los cubanos usan el CUP, que equivale más o menos a un cuarto de CUC. 

Armado con mis pesos cubanos, me subí en un Buick convertible del 52 y me dirigí a mi piso de Airbnb en el centro de La Habana, un cuarto en un apartamento de una familia de cuatro cubanos.

Comencé mi visita la día siguiente con un paseo a pie con el Free Walking Tour Havana, un gran medio de orientación en la ciudad. Tras los pasos de nuestro guía local, Jaime, comenzamos en el pintoresco Parque Central, una de las plazas principales de la ciudad, rodeada de lujosos hoteles, un monumento al héroe nacional José Martí y estacionamientos llenos con carros americanos de mitad del siglo pasado.

El paseo se enfoca en La Habana Vieja, fundada por los españoles en el siglo XVI, como punto central de parada entre el viejo mundo y el nuevo. El corazón del viejo pueblo está repleto de tiendas, restaurantes y cafés que recuerdan las viejas calles europeas.

Nuestra primera parada fue en la Plaza de Armas, que representa la plaza principal cerca del viejo puerto. Del lado oeste se erige el imponente palacio del Gobernador, construido al viejo estilo barroco cubano. Debido a la fragilidad de la piedra caliza local extraída del mar, los escultores fueron incapaces de tallar detalles minuciosos en sus obras, lo que implica que el barroco cubano es menos ornamentado que su equivalente europeo. Este barroco vacío también puede observarse a unas cuadras, en la fachada de la catedral de San Cristóbal.

Hacia el norte de la Plaza de Armas se encuentra el Castillo de la Real Fuerza, que era el fuerte original de la armada española y es considerado el fuerte de piedra más antiguo en todo el continente americano. En el interior se aloja un museo marítimo que registra el viaje de los españoles hacia el Nuevo Mundo y algunas notas sobre los diferentes barcos utilizados a través de los años.

Saltándonos algunos siglos, seguimos nuestro paseo en La Bodeguita del Medio, un bar famosos por ser el lugar favorito de Ernest Hemingway para beber mojitos en la ciudad. A principios de los años 40, el escritor pasó varios años viviendo en el centro de La Habana y era conocido por sus borracheras, en las que solía decir “Mi daiquirí en la floridita y mi mojito en la bodeguita”.

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La ciudad no se siente avergonzada de su famoso visitante, al final de la tarde descansé en el mismo hotel donde Hemingway se quedó, el Ambos Mundos, a solo una cuadra de la Plaza de Armas. A demás de gozar de una ecléctica variedad arquitectónica del siglo XX, el hotel también incluye un bar en una terraza con fantásticas vistas de la ciudad. Dando sorbos a mi mojito, observé la extensión del viejo barrio, del fuerte cercano y de la línea costera que dibuja el famoso malecón, junto al mar.

El bar de la terraza fue también una oportunidad para utilizar uno de los pocos puertos de internet inalámbrico. A propósito, el asunto del internet es complicado en Cuba, debido a la fuerte restricción del gobierno. Para poder conectarte a cualquier red, que suele encontrarse frecuentemente en el lobby de algún hotel o en parques designados, primero es necesario comprar una tarjeta wifi que permite acceder a la red por una hora. Las tarjetas están disponibles en tiendas alrededor de la ciudad y cuestan 1.50 CUC o 2 CUC en cualquier hotel de la ciudad.

Al caminar la ciudad durante los siguientes días, sentí la presencia del gobierno en el paisaje de la ciudad. Avisos, vallas y edificios que conmemoran la victoria comunista en 1959 pueden verse por todas partes, pero este homenaje nacionalista al pasado se ve fuertemente representado en la Plaza de la Revolución, que cuenta con gigantescas imágenes hechas en alambre de acero, que muestran a los héroes de la revolución, Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Del otro lado de la calle, un enorme monumento de José Martí le recuerda a los visitantes la lucha cubana por la independencia de España.

El gobierno ha documentado toda esta historia en el Museo de la Revolución, albergado en el hermoso palacio presidencial. Descendiendo de manera cronológica desde el último piso, el museo muestra los eventos que derivaron y ocurrieron durante la llegada al poder de Fidel Castro durante la Revolución Cubana.

La histórica conexión del país con la Unión Soviética puede percibirse en el imponente edificio de la Embajada Rusa, ubicado en Miramar, el barrio de clase alta que está rodeado de árboles. Este barrio también cuenta con la Casa del Habano, una tienda oficial de cigarros dirigida por el gobierno donde, con la guía de un profesional, puedes probar los mejores cigarros que la ciudad ofrece.

Por un poco más de historia, también visité el Museo de Arte Cubano, que muestra la tradición artística de la isla, comenzando con la llegada de los españoles hasta la actualidad. Las obras se dividen en cuatro secciones principales: Arte Colonial (1600-1800), Arte con la llegada del siglo XX y Arte Moderno y Contemporáneo.

Antes de irme, pasé mi última noche en un show de comedia en el Teatro América. La noche fue una velada divertida para personas de todas las edades, con un sketch de comedia, baile y participación de la audiencia. Otro destino cultural es la Fábrica de Arte, que ofrece exhibiciones de arte e interpretaciones nocturnas con música en vivo de toda Latinoamérica.

De camino al aeropuerto en un Chevy de 1950, le pregunté a mi taxista si creía que los carros viejos seguirían vigentes una vez que fuera posible traer nuevos carros a la isla, me dijo “no creo que estos carros desaparezcan. Forman parte de nuestra identidad. Este carro ha estado en mi familia por generaciones”.

Aunque el país está en proceso de cambio debido al nuevo flujo de turismo, aún siento como si hubiese viajado a otro mundo. Los autos clásicos americanos dominan las calles. Gran parte de la infraestructura está hecha pedazos. Existen pocos anuncios dado que el gobierno es dueño de casi todo. Si está en búsqueda de un destino diferente y excitante, viajar a La Habana es un deber.