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Imagen de un homenaje al escritor Gabriel García Márquez, durante la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo en 2014. EFE/Archivo

Aquellos años del Boom en Barcelona

La estatua de Cristóbal Colón con el dedo índice apuntando a América es probablemente uno de los monumentos más emblemáticos de Barcelona. Está situada al final de la Rambla, frente al puerto viejo, desde donde hoy zarpan unas embarcaciones de recreo llamadas Las Golondrinas, muy concurridas entre los turistas. En ese mismo lugar, procedente de la misma dirección a la que sigue apuntando el dedo de Colón, desembarcó por primera vez a Barcelona el escritor peruano Mario Vargas Llosa, en 1958.

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La estatua de Cristóbal Colón con el dedo índice apuntando a América es probablemente uno de los monumentos más emblemáticos de Barcelona. Está situada al final de la Rambla, frente al puerto viejo, desde donde hoy zarpan unas embarcaciones de recreo llamadas Las Golondrinas, muy concurridas entre los turistas. En ese mismo lugar, procedente de la misma dirección a la que sigue apuntando el dedo de Colón, desembarcó por primera vez a Barcelona el escritor peruano Mario Vargas Llosa, en 1958. En esa ocasión, el autor llegaba de Lima y se dirigía a Madrid, donde cursaría estudios en la Complutense. Tenía 29 años y recuerda que “iba emocionado por las calles, con el Homenaje a Cataluña de George Orwell en la mano, que había leído en alta mar”, según cita el periodista barcelonés Xavi Ayén en su libro Aquellos años del Boom, (RBA, 2014).

Vargas Llosa pasó una noche en una humilde pensión del barrio Gótico barcelonés ( el Hostal Fernando, donde pidió si vendían tickets para la plaza de toros) y al día siguiente un tren lo llevó a Madrid. Pero fue tal el impacto que le causó ese primer encuentro con Barcelona, que años más tarde decidió volver y quedarse un tiempo en una ciudad que, según él, era “bella y culta y la más divertida del mundo”.

"Mario Vargas Llosa fue uno de los primeros autores del Boom en pisar Barcelona”, explica Marga Arnedo, guía turística, que ofrece rutas literarias por Barcelona para explicar la fascinación que llegó a despertar su ciudad entre los escritores latinoamericanos. Especialmente entre finales de los 60 y principios de los 70, coincidiendo con el periodo de transición democrática. También fue el momento en que Barcelona empezó a sustituir a Buenos Aires como capital de la creación literaria en castellano, gracias al empuje de editores catalanes como Carlos Barral o Ester Tusquets, y la agente literaria Carmen Balcells, obsesionada con descubrir el talento latinoamericano.

Entre los autores del Boom que eligieron convertir Barcelona en el epicentro de su producción literaria figuran no solo Vargas Llosa, que se instaló aquí entre 1970 y 1975. También pasó por aquí el colombiano Gabriel García Márquez - Gabo - que llegó en 1967 conduciendo él mimso desde Madrid un viejo Seat chirriante, el argentino Julio Cortázar, que vivía en París, pero se dejaba ver frecuentemente por Barcelona; el chileno José Donoso,  que llegó en 1969 procedente de Mallorca; y los mexicanos Sergio Pitol y Carlos Fuentes, entre otros.

 

La Barcelona transgresora 

“Para ellos, la Barcelona de finales del franquismo ofrecía un escenario transgresor, contracultural, que les inspiraba para vivir”, explica Marga, que conoce de memoria los rincones favoritos de los autores del Boom en su ciudad.  “Autores de toda América Latina llegaban a Barcelona con el sueño de triunfar. Aquí estaban las editoriales que permitían llegar a públicos más amplios que los pequeños sellos que existían en nuestros países de origen (...) Barcelona se convirtió en la nueva capital cultural de América Latina (...)” “El Boom nació en Barcelona”, recuerda Vargas Llosa en la serie de entrevistas recogidas en el libro Aquellos años del boom.  Y añade: “Esos años los recuerdo con nostalgia y amor, no porque eche de menos el franquismo, como dijo uno de mis monótonos detractores, sino porque fueron de veras estimulantes, llenos de ilusiones. Éramos jóvenes, ¿no es cierto? Y Barcelona me parecía no sólo bella y culta, sino, sobre todo, la ciudad más divertida del mundo”.

En lugar de llegar por barco, Gabriel García Márquez llegó a Barcelona en coche desde Madrid, cruzando el desierto de los Monegros, y buscando un poco de anonimato tras la publicación de Cien años de Soledad. Su amiga y agente literaria, Carmen Balcells (fallecida hace un año), le encontró un apartamento en Sarrià, un barrio residencial de la zona alta de Barcelona, donde poco después se mudaría también Vargas Llosa. “Eran vecinos de puerta”, recuerda Marga. Sarriá, un barrio tranquilo, habitado por familias de la alta burguesía catalana, representaba  la antítesis del barullo y la vida nocturna de las Ramblas y el barrio gótico, donde vivía el chileno José Donoso.  “Ni el Gabo ni Vargas Llosa eran muy fiesteros. Eso sí, les gustaba mucho comer”, explica Marga.

Ni el Gabo ni Vargas Llosa eran muy fiesteros. Eso sí, les gustaba mucho comer

Uno de los restaurantes favoritos del grupo del Boom era el Amaya, un restaurante vasco al final de las Ramblas, cuyo dueño disfrutaba compartiendo chistes sobre Franco con Gabo. El Amaya colindaba con un conocido club de jazz – hoy convertido en un gimnasio-  frecuentado por la Gauche Divine, como se autodenominaba  la comunidad intelectual y progresista barcelonesa de la época. 

A los amigos del Boom también les gustaba frecuentar el restaurante Los Caracoles, un lugar de carne a la brasa y comida típica, en el barrio Gótico, o la Fonda dels Ocellets, en Sarrià.  En su libro-dietario, la esposa de José Donoso, María Pilar Donoso, recuerda una anécdota en las Navidades de 1971, cuando el matrimonio Donoso llega a Barcelona para celebrar las Fiestas con sus amigos escritores: al llegar, se sientan y durante un buen rato hablan y hablan sin que nadie piense en pedir la comida, hasta que el propietario del restaurante, cansado de esperar, se persona en la  mesa y les mira detenidamente. “Se hizo un silencio culpable ante la fuerza de aquella mirada. Silencio que aprovechó el dueño para preguntar muy serio pero haciendo gala del particular sentido del humor catalán: «¿Alguno de ustedes sabe escribir...?». Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Franqui y José Donoso se miraron desconcertados, entre inseguros y divertidos. Y el silencio se hizo más pesado aún. La Gaba salvó la situación. [...] «Yo, yo sé...», dijo Mercedes. Luego cogió el menú, anunció los platos, apuntó los pedidos y entregó el resultado al dueño del establecimiento [...]”.

José Donoso, según parece, fue un escritor atormentado, neurótico y enfermo de úlcera. Llegó también por mar junto a su esposa María Pilar Donoso y su hija Pilarcita (adoptada) con solo un año y medio de edad. Ésta escribió más adelante un demoledor libro sobre su padre Correr el tupido velo justo antes de suicidarse, retratando a José Donoso como un hombre muy celoso y frustrado por la falta de éxito comercial de sus obras, en comparación con el resto de autores del Boom. Sin embargo, él en realidad el único que se tomó en serio el trabajo de hablar del “boom” a través de su libro de memorias “Historia personal del Boom” publicado en 1972.

 

¿Sibaritas, puritanos o fiesteros?

“Al único que no le interesaba la comida era a Julio Cortázar, y los otros se reían de él por eso”, explica Marga, riendo. A Cortázar sí le gustaban los bares, y cuando podía, se escapaba de París a Barcelona para perderse entre sus discotecas y bares de copas. Entre sus favoritos estaba el bar La Punyalada:

“Más hombre de bares y cafés que de restaurantes, Cortázar apreciaba, sin embargo, muy especialmente este desaparecido local con nombre de tango al que continuamente le arrastraba Peri Rossi, porque a ella con sus grandes ventanas y cortinillas le evocaba los de Montevideo. La uruguaya también llevó al escritor al Balmoral, en el que ambos creyeron ver un ambiente muy parecido al de El conformista, la película de Bertolucci”, escribe la mujer de Donoso en su libro-diario.

El mexicano Sergio Pitol era quizás el más aficionado a la movida nocturna Barcelona y a los bares de copas de la Plaza Reial. Llegó a Barcelona en tren, procedente de Belgrado, en 1969, para trabajar de traductor para las editoriales Planeta y Seix Barral. Se hospedaba en un  hostal de mala muerte en la calle Escudellers y siempre tenía problemas económicos. “Me sentía el buen salvaje y el mal salvaje al mismo tiempo. Yo era el único que dictaba mis reglas y me imponía los retos”, recuerda el escritor, que sufrió problemas de alcoholismo. “Sin todo aquel bullicio, sin esa Barcelona tan estimulante y tan repleta de debates, yo no hubiera sido escritor”.

Contrariamente a Pitol, García Márquez creía que “para ser buen escritor tienes que estar absolutamente lúcido en cada momento de la escritura, y en buena salud. Estoy totalmente en contra de la idea romántica de que escribir es un sacrificio, y que cuanto peores son las condiciones económicas o el estado emocional, mejor es la escritura. No. Tienes que estar en un buen estado emocional y físico”, escribió.

En la mayoría de fotos en que aparecen juntos en Barcelona, los autores del Boom están entorno a una buena mesa, rodeados de sus esposas y amigos, representantes de la elite intelectual catalana, editores y escritores locales famosos. A ellos se les reconoce inmediatamente por sus barbas inspiradas en la revolución cubana. “De ahí vienen las cuatro B’s del Boom: “Barral, Barcelona, Balcells, Barbudos”, bromea Marga.  

En lugar de la comida, Cortázar fue quizás quién se llevó una visión más romántica de Barcelona. Hijo de diplomáticos, el autor argentino vivió una breve temporada en Barcelona cuando tenía dos años, antes de que la familia se mudase a Suiza. Y recuerda: “Tengo recuerdos pero no son precisos... Se lo pregunté a mi madre: “Mira, hay momentos en que veo formas extrañas, colores, como mayólicas con colores. ¿Qué puede ser eso?”;. Y mi madre me dijo: “Bueno, eso puede corresponder a que a ti, de niño, en Barcelona, te llevábamos casi todos los días a jugar con otros niños al Park Güell”.  Así que, fíjate, mi inmensa admiración por Gaudí comienza quizá inconscientemente a los dos años”, escribe. 

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